“Mi recuerdo general del Quijote, simplificado por el olvido y la indiferencia, puede muy bien equivaler a la imprecisa imagen anterior de un libro no escrito”. Pierre Menard, autor del Quijote, 1939. Jorge Luís Borges, ‘Ficciones’.
El fotógrafo Robert Frank, sostenía que “cuando la gente mira mis fotografías, quiero que sientan lo mismo, que cuando leen dos veces la línea de un poema”. Y hay aquí, dos cuestiones superpuestas que conviene deslindar. Así, Robert Frank habla del ‘sentimiento que produce la mirada fotográfica’; no se trata tan sólo de ver una placa y de mirar una imagen fría, hay después una elaboración sensible y una temperatura emocional. Igual podríamos decir, que no se trata sólo de leer un poema, hay que sentirlo. ¿Y cómo se sienten las letras y las líneas del poema?
Pero en todo caso quedará siempre la duda de la llamada por mí, ‘segunda lectura’ y de su eficacia emocional y cognoscitiva. ¿Existen tales lecturas y tales visionados? O ¿Toda segunda lectura y toda segunda mirada, corta amarras con las precedentes, y es una cosa enteramente nueva y distinta? Esa es la posición de Ítalo Calvino en la valoración de los clásicos: no hay nunca dos lecturas idénticas, por ello, los así llamado Clásicos, pueden ser leídos como novedad permanente. Y siempre serán arropados por el velo de lo nuevo. Pero Calvino calla sobre las emociones y sobre la suerte de los sentimientos. ¿Pueden ser repetidas las emociones? Y ¿serán tan auténticos los primeros sentimientos como los sucesivos y siguientes? Pero ¿cómo saber la fuerza de la sangre? Y ¿hasta dónde llega ese caudal de emociones?
Y viene todo ello a causa del empeño de Manuel Valero en un esfuerzo, no sé, si inaudito o raro, pero si sorprendente y casi borgiano en las ‘duplas’ de las escrituras sucesivas o de las escrituras que se repiten y se prolongan. De la misma manera que Borges soñó a un Pierre Menard, que se sabe autor cierto y verdadero de ‘Don Quijote de la Mancha’, en detrimento de Miguel de Cervantes, que no dejaría de ser un precedente muy notable y señalado; Manuel Valero formula una peculiar reescritura de ‘Veinte poemas de amor y una canción desesperada’, que se apostilla como ‘Neruda siempre’ en una suerte de esfuerzo actualizado. Incluso con la ironía del esfuerzo actualizado escribe Borges: “Componer el Quijote a principios del siglo diecisiete era una empresa razonable, necesaria, acaso fatal; a principios del veinte es casi imposible. No en vano han transcurrido trescientos años, cargados de complejísimos hechos. Entre ellos, para mencionar uno sólo: el mismo Quijote”. Pudiéramos decir, por ello y prolongado el gesto borgiano que “componer ‘Veinte poemas de amor y una canción desesperada’ en mil novecientos veintitrés era una empresa razonable, necesaria, acaso fatal; hacerlo en dos mil trece, es un empeño casi imposible. No en vano han transcurrido noventa años, cargados de complejísimos hechos. Entre ellos, para mencionar uno sólo: ‘Veinte poemas de amor y una canción desesperada’ ”.
Por ello Valero, opta en ese sueño casi imposible de reescribir lo escrito, no por la técnica seguida por Menard en su ‘Quijote’ de ‘identidad lingüística’ absoluta; sino por diversos desplazamientos, comenzado con el juego metonímico y homofónico, del poemario del joven chileno Ricardo Eliécer Neftali, que pasa a ser ahora ‘Veinte poemas desesperados y una Canción emocionada’. Desplazamientos visibles por demás en la Autorreferencialidad, en el Desdoblamiento, en la Inversión y, finalmente, en la Mimesis. Rastreable esta última, y cuestión menos significativa entre las citadas, no solo en el giro señalado de la denominación; sino en el empleo de palabras idénticas, que tracen y tatúen la identidad del sendero poético a seguir. Así leemos: Abandonados, Crepúsculos, Sinfonías, Diluvios, Espantos, Náufragos, Oceánicos, Pecios, Estrellas y Cometas, en posiciones sintácticas y semánticas similares a las empleadas por Neruda, aunque con valores diferenciados en Valero. No en balde han pasado noventa años entre un gesto y otro.
La cuestión de la Autorreferencialidad, es visible desde diversos poemas, y con ello se da cuenta tanto del carácter contemporáneo del poemario valeriano, como del esfuerzo por marcar las diferencias temporales con la escritura originaria de Neruda, al que se cita en los Poemas 3, 6 y 10 de forma directa con su nombre; y de forma indirecta con sus poemas, casos como los de “La canción desesperada” y “Todo en ti fue naufragio” del mismo Poema sexto o el “puedo escribir los versos más tristes esta noche” del Poema 7. Las señas de actualidad pueden rastrearse, por otra parte, tanto en el Alá del Poema 3, como en el Lobo Estepario o el Frankestein del 5º; la ‘Rayuela’ y Julio Cortázar del sétimo Poema; el Debussy y la Televisión del 8º y sobre todo en los Mails y en las Fotos del Muro del Poema 9. Pero donde la Autorreferencialidad es más evidente y estallante, es en el Poema 17:
“Tengo veinte poemas de amor que te escribí
Y el poema de cristal que me escribiste’.
Es decir, saltan a la vista dos cosas en esa confesión: que los Veinte Poemas son claramente de Amor y no de Desesperación, por más que así se denominen y se mantenga por ello, subterráneamente, la entidad nerudiana de ‘Poemas de Amor’ y no de ‘Poemas Desesperados’. Y, en segundo lugar, que el ejercicio de la escritura, está realizado a medias, entre el Autor y la Interlocutora, que será finalmente la responsable del ‘Poema de Cristal’ (¿La Canción Emocionada?). Un ‘Poema de Cristal’ que se descubría ya en el Poema 13:
“He descubierto un poema de cristal que me escribiste”.
Y esta cuestión, la del carácter de una Interlocutora que escribe me parece fundamental en toda la estructura del texto. Bien claro es y así resulta, que todo el conjunto de los ‘Veinte poemas…’ es un diálogo en ausencia, entre dos interlocutores; el Autor y la Otra. Una Otra, que no es la simple Enamorada Ausente o ya Perdida y Sola, como sería en el Neruda de 1923; yo más bien pienso en que la identidad de la Otra, puede rotar entre la Vida Misma y el fondo de la Inspiración Cautelosa. Es una interlocutora a la que se responsabiliza del llamado ‘Poema de Cristal’, y por tanto, de su equivalente en la ‘Canción Esperanzada’. Sabemos, porque así se nos cuenta, que la Otra ‘se encarama en montañas de libros’ (Poema 10), que se quedan quietos ‘como los dejaste’; que frecuenta el Jardín Botánico (Poemas 1 y 8); que usa gafas de sol (Poema 8) y gafas de ver (Poema 18) y que escribe ‘poemas que al no brotar agobian su inspiración’ (Poema 18). Pero sobre todo, que es la autora de un conjunto de metáforas aplicadas al Autor. Así lo llama: Centinela de la espuma, Capitán de las corolas, Náufrago fluvial y Cazador de besos furtivos.
Poema el número 13º, que centra los aspectos de lo que en mi lectura, llamo como ‘Inversión’, al aplicarse junto a las metáforas de la Otra, citadas antes, las figuras de contraste que rondan la hipérbole por su carácter enfático e imposible: ‘Esquimales de los trópicos’, también Hielo quemante’, o incluso ‘Selva de la ciudad’. Finalmente queda el ‘Desdoblamiento’, latente en toda la escritura trazada, y que se manifiesta sin ambages en el Poema 19; donde al reseñar la contemplación de una fotografía vieja, revisada en una ‘tarde muerta’, el autor Valero practica la Mirada del náufrago; náufrago que ya es un muerto en vida, o, lo que es igual, el autor se mueve en la Mirada del Tiempo Ido. Tiempo que casi, evangélicamente, se considera agotado ya en el Poema de cierre, el número 20; por ello se nos dice que “Todo se ha consumado”. Una consumación que no impide el acabamiento y el relato desdoblado de la pieza anterior:
“Ahora te miramos los dos,
El hombre feliz que ciñe la cintura
Y este que hoy os mira a los dos
esperando un acto, una aparición súbita”.
***
Años, los idos entre las dos escrituras, que transcurren, se aceleran y pasan a la manera cantada por José Bergamín.
“Mira como el tiempo pasa
como el viento en los olivos
volviendo lo verde plata”.
Si de 1923 a 1973 (años de la escritura primera, y de la muerte de Neruda) lo olivo mudó a plata; puede ser, que de 1973 a 2013 (años de la lectura del poemario por parte del Valero juvenil y de la aparición de ‘Veinte poemas desesperados y una canción emocionada’) nuevamente la plata sería ya olivo; en una rara resurrección de conjuros y recuerdos. Por ello rememorar un pasado reescrito y leído para recobrar los cuarenta años últimos, con una ‘segunda lectura’, motejada de una ‘segunda escritura’ de los trabajos juveniles de Pablo Neruda agrupados en ’Veinte poemas de amor y una canción desesperada’.
Un escritor varado y curtido, como Manuel Valero, puede disponer de una técnica lingüística precisa para enhebrar veintiún poemas, sin duda alguna; como demuestra en su ejercicio ‘Veinte poemas desesperados y una canción emocionada’. Solvencia técnica y capacidad lingüística, un poco en la clave admitida por el poeta Félix Grande; quien reconocía, por su parte, que el abandono de cierta inspiración podía suplirlo con cierta capacidad de expresión adquirida. Aunque bien a las claras, advertía que, esa liberalidad de la aparición poética debía vincularse con las emociones, y no con el trabajo paciente y disciplinado; por ello concluía que: “El lenguaje poético no tiene que ver con el hábito del trabajo, sino con una coordinación de las emociones”.
Y a ello vamos, a las emociones y a su coordinación. Parece ser que Manuel Valero, según él mismo cuenta, el pasado verano sintió curiosidad, o la casualidad le tocó con sus dedos largos, al proporcionarle un ejemplar ajado del poemario nerudiano, que recordaba haber leído cuarenta años antes; es decir cuando Valero tenía casi la misma edad del aún firmante, como Ricardo Reyes, luego Pablo Neruda. Y quiso saber, ya con cincuenta y ocho años, si la emoción juvenil de la primera lectura mantenía el fuego interior, en el encuentro de la madurez. Es decir, en 1973, Valero era un lector adolescente, al que las páginas del nerudiano ‘Veinte poemas de amor…’ le arrebataron el sentido y le golpearon la sensibilidad; experiencia y sensaciones similares, eso cuenta el autor, que las sostenidas en el verano de 2013: más arrebato y más golpes, en el cuerpo ya cansado.
Parece ser, según sigue relatando el novelista reconvertido, que no sólo hubo fuego, sino que hubo viento denso en torno a la higuera del patio estival; un viento que empuja a las ideas y mueve la mano que mece las hojas del árbol y de la gavilla satinada de folios de escritura. Pero que también señala al continente de la soledad adulta. Un viento que desata lo que algunos llaman Inspiración, otros llaman Pretexto y los de más allá, denominan como Musas. Haciendo buena la secreta afirmación de Alfonso Canales, al afirmar que “La poesía es algo que surge cuando ella quiere y no cuando quieres tú. Tiene sus temporadas de silencio”. Y contra ese silencio de temporadas y de firmezas, añado yo, sólo te queda esperar quieto en la sombra del patio la embestida de la desazón. Que eso es la inspiración.
***
Existe el mito o la convención muy extendida de que la escritura poética es dada a la inmediatez de la edad joven y del desamparo. Más aún, coexiste en ocasiones, cierta precocidad en esa escritura primeriza y tornasolada de pasiones, visiones y sentimientos. Igualmente ocurre, que esa precocidad de la dicción poética tiene prisas por desaparecer; y por ello de la precocidad saltamos a la fugacidad, como parte de lo mismo. O como consecuencia de lallegada de una madurez estática y con ribetes de cansancio y aburrimiento. Por todo ello, es más raro e infrecuente vestir y trajear de adulto, y siendo transeúnte de la prosa periodística y de ejercicios narrativos diversos, asomarse al brocal vertiginoso del verbo poético. Un verbo que, justo es decirlo, cuenta con un grado de complejidad técnico-lingüística elevada, fruto de una densa concentración idiomática y tributario del peso de un fuerte poder simbólico y emocional. Es, por así decirlo, el peldaño más elevado de toda escritura que se precie. La quintaesencia y la síntesis superior de toda verbalización, a la que se aspire y en la que se exprese. Aunque sea en secreto.
Arriesgarse a ese ensayo tan seductor como traicionero, como hace Manuel Valero, es equivalente a la actitud del navegante ducho en lagos y embalses del interior, y que decide sin más recursos que los habituales, abrirse al mar rosado abierto y movedizo de la lontananza.
Paul Valery, ya nos advertía sobre lo que debe mostrar la Obra de Arte; al decirnos: “que debería enseñarnos siempre, que no habíamos visto lo que estamos viendo”. Pero eludía la respuesta de ¿qué ocurre cuando visitamos una Obra de Arte por segunda vez? ¿Es igual que antes? O ¿ya es algo nuevo diferente? ¿Pero son posibles las segundas visitas, como las segundas lecturas? Esa pregunta sobre la ‘segunda lectura’ de ‘Veinte poemas de amor…’, la resuelve Manuel Valero con sus ‘Veinte poemas desesperados y una canción emocionada’; invirtiendo en parte la contabilidad del amor por el cómputo de la de la desesperanza; y rotando de la única desesperanza que cabe a la emoción que nos abrasa. Pasando de los ‘¡Oh abandonados!’ nerudianos a los ‘¡Oh afortunados!’ valerianos.
Tal vez para saber que en ese cambio y en esa rotación, como dice el autor, “me he encontrado con el orden de las cosas”.
O me he encontrado con que:
“todo lo demás está en su sitio exacto”.
Un orden que no elude la melancolía de:
‘caer en la cuenta del tiempo que ha pasado’.
Como fijaba José Antonio Gabriel y Galán en los poemas XII y XIV, de ‘Un país como este no es el mío’:
“Ha pasado tanto tiempo
y sólo ahora caemos en la cuenta”.
Porque también:
“Han pasado las horas
los colores inolvidables
y aquí están las imágenes”.
Si han pasado tantas cosas, días, colores e imágenes, en un vértigo sin nombre; si han pasado tantas cosas aunque estén en su sitio exacto, en su exilio exacto y de forma ordenada, es que nos acercamos al claroscuro de las tinieblas del imposible juanramoniano de: “escribir poesía es aprender a llegar a no escribirla”. Y sólo leerla. Y sólo contarla. Pero apenas vivirla.
Periferia sentimental
José Rivero
Buen artículo Pepe, y muy ilustrado y documentado.
Y mejor aún tratándose de una alabanza a nuestro compañero Manolo.
Hola, Rivero, poco que esto es público: sería capaz de escribir otra cosa sólo porque fuera acompañada de una celebración similar. Alguien dijo: detrás de una critica hay un crítico, y dentro de éste un cretino o un sabio. Me quedo con la opción B en este caso. Gracias.
Un placer y un reconocimiento. Máxime sabiendo los competidores que tuviste el día de la presentación: posteguillos y similares.
Enhorabuena a ambos, a Manuel Valero y a José Rivero, que, además, rimáis en consonante. ¿Te atreves, Pepe, permíteme la familiaridad, a probar la lírica en vez de la crítica? ¿O lo has hecho ya y eres uno de esos poetas vergonzantes que andan por ahí ocultando los versos? No pude asistir a evento alguno, pues los exámenes me requieren más de lo que uno pueda suponer. Pues eso,
Á. R.
Ya quisiera, Angel Romera, ser poeta aunque fuera en su condición de ‘Vergonzante’. A lo más que llegué, en los años de formación y de penitencia, al sol sevillano tan azul y dulce como quería Machado, fue a garabatear esquemas primerizos de ‘Poesía Concreta’, tontamente llamada así, por epatar y por emular.
Y muy influida, recuerdo hoy desde la distancia, por ‘La educación sentimental’ y ‘Movimientos sin éxito’ de Manuel Vázquez Montalban. Tan buen periodista entonces y luego, como poeta casi oculto por sus otros muchos compromisos. Pues eso, Ángel, ‘Movimientos sin éxito’. Saludos.