Hubo una vez un grupo de presión que don Polancone o Polanconi, que ahora descansa calentito, incluso tal vez demasiado, séale leve la tierra, bautizó profanamente como Sindicato del Crimen. Algo sabía de mafias el Don, bautizado, esta vez cristianamente, como Jesús del Gran Poder, crecido en un vivero de grandes familias o mafilias, no sé, digamos cofradías o garduñas, como el Frente de Juventudes, y autor del famoso pelotazo de Editorial Santillana.
Por lo menos gracias a él pudimos disfrutar, entre otras cosas, de los excelentes libros de texto de Anaya confeccionados por su amigo, el machista irredento (todo hay que decirlo) don Fernando Lázaro Carreter, cuya única y notoria contribución a la literatura de creación hay que limitar al guion de La ciudad no es para mí, obra maestra de Paco Martínez Soria, especie de comedia de figurón del siglo XX. «Don» Fernando, con complejo de europaleto, que es un complejo muy español, tuvo el descaro de eliminar de sus manuales la literatura de los esclavos, como Manzano o Montejo, llenas de faltas de ortografía; de las mujeres, aunque no de las hijas de cura, como Rosalía de Castro; de los heterodoxos y de los miembros del partido Demócrata, ese partido tan olvidado por el pacto canovista entre conservadores y progresistas, estos últimos los causantes de gran parte de los males de España desde la desastrosa desamortización de 1836, cien años antes de la Guerra Incivil. Porque en España nunca ha habido izquierda, aunque se diese el nombre, que se comportara como tal, salvo el partido Demócrata, que fue ninguneado e ignorado por los hijos legítimos de la derecha, los conservadores, y los ilegítimos, los progresistas, con un gramo menos de hipocresía, tal vez.
Ahora el pacto canovista del XIX, rehecho como Pepoísmo y también, como en el XIX, para salvar a un Borbón, por lo que podemos llamarlos cómodamente borbónicos, incluidos los carlistas, como se los llamaba en el XIX (por no cambiar las cosas, hasta tuvimos un «romántico» pronunciamiento, como en el XIX, el 23-F), ni siquiera conspira, no le hace falta, para evitar el surgimiento de un nuevo partido, esa tercera España que llamaban partido Demócrata. Le basta con dejarlo todo a las leyes electorales antidemócraticas de elección, de iniciativa legislativa popular y de organización interna de partidos y sindicatos, que han pervertido la aspiración democrática hasta convertirla en un sumidero de procesamiento de residuos sólidos urbanos, por no decir cagadero, de lo mal que huele. Ni siquiera tienen estatuto los periodistas, de forma que pueden controlarlos como les dé la gana. Todo es propiedad de los poderes fácticos o pasotistas de la comunicación, de la Iglesia y del dinero, evitando cualquier forma de democracia directa o moderna que pueda crearse por pura casualidad, pues de otra manera no podría en estas condiciones, mucho menos con las formas o leyes que quieren aprobar ahora para evitar cualquier forma de presión popular. Ya lo dijo Víctor Hugo, justo en el quicio de su conversión a la izquierda, en 1832:
¡Oh revoluciones! Yo, último de los marineros, / ignoro lo que Dios elabora en la sombra, / bajo el tumulto de vuestras olas. / La multitud se burla y os odia, / pero, ¿quién sabe cómo trabaja Dios? ¿Quién sabe cómo se inicia la ola estremecida, / si el grito de los amargos abismos, / si la tromba, si los truenos y los rayos / son necesarios para que los mares produzcan la perla?
Qué duda cabe, el Sindicato del Crimen, compuesto por una serie de liberales de mal pelaje, hizo todo el mal que podía para contrapesar a Don Polancone, uno de los puntales de pseudoizquierda divina. Uno ex illis, diría Cervantes, era Umbral, un hijo de mala madre y de mal padre que tuvo la suerte de criarse como un huérfano sin poder graduarse en la enseñanza básica porque ello suponía usar su apellido de ilegítimo y que creía, ingenuamente, porque era artista, que un estilo, una manera de hacer lenguaje, podía hacer más daño que una sola idea revolucionaria, pervirtió el costumbrismo inventando el costumbrismo de izquierdas, bread with tomatoes and olive oil.
Mi propuesta constructiva para evitar tanto mal como deriva a los sindicatos de haberse dejado pervertir por el poder omnímodo de Alá es sencilla: que hagan como en Alemania, donde el sindicalismo es obligatorio para toda persona que trabaje o tenga nómina, pudiendo elegir el sindicato que desee, pero solo beneficiarse de las condiciones que ese sindicato logre en sus negociaciones con la patronal. Y sin posibilidad de subvención, que desde que en el siglo XVII las llamaban «ayudas de costa» y ahora «dietas» han pervertido todo el sistema estatal hasta convertirlo en una caricatura; peor, en un cuadro costumbrista del Hogarth, Hogarth, dulce Hogarth.
Contornos
Ángel Romera
http://diariodelendriago.blogspot.com.es/
Leo en El Mundo las lamentaciones de UGT-A en las que se quejan del deterioro de su imagen…AHORA!!!! Ay, si muchos trabajadores que lo han pasado de pena durante estos últimos 4 años abrieran la boca y contaran…..qué bien les ha ido a algunos cuando sobraba y qué bien les está yendo a otros cuando falta en muchos sindicatos.
Si algún vendedor de sustancias legales e ilegales nos contara quiénes son sus clientes, a más de un histórico se le saltarían las lágrimas pero, es lo que hay, los eres se manejan así.
Gracias por tu artículo. De nuevo sorprendente por la calidad.
Solo una vez, cuando trabajaba por cuenta ajena, recurrí a un sindicato, y salí huyendo como alma que lleva el diablo. Reconozco la necesidad de su existencia, pero pecan de lo mismo que los partidos políticos: yo, me, mi, conmigo. Ya me entiendes.