Villa Real: Del Topos al Logos (XIII)

José Rivero

Por ello, la visión ideal de la ciudad  enfatizada y geométrica que nos proponía Joaquín Gómez, hacia 1850[1] carece ahora, en 1882, de sentido; la ciudad encerrada en su muralla plantea distintos lenguajes hacia dentro y hacia fuera, en un juego de dualidades y de diferencias.
El interior, sin colmatar el tejido urbano, con huertos, traseras, callejones y baldíos; como ya señalara Hosta en 1865, al advertir que “en los intermedios hay muchos espacios ocupados no por casas sino por campos sembrados de cereales y por huertas”. El interior, pues, sigue planteando una organización espacial desigual, jalonada por los hitos primarios que constituyen las  referencias de edificaciones singula­res, en su diálogo con los vacios de plazas, plazuelas, campas y solares. El exterior, por el contrario, no sólo es anónimo, sino que su homogeneidad de vacíos y de colores, de cultivos y de texturas, sólo apa­rece rota por las vías y caminos terrizos y por los cultivos que jalonan el alfoz que se pierde en la lejanía.

r_1850 La lectura que años más tarde se produce, por ejemplo,  sobre la Puerta de Toledo[2] puede servirnos de referencia de esa mirada quebrada o de esos límites espaciales, que coinciden sobre el cuerpo físico de la muralla y por las huellas de sus trazas: “Las murallas que defendieron la luz de su arco mudéjar cayeron a impulso de la piqueta demoledora, el hombre fue tirano continuador de la obra de Cronos. Su fortaleza es hoy puramente espiritual, se mantiene erguida y adornada con la túnica inconsútil de una declaración oficial: Monumento Nacional. La que fue granítica coraza contra el bárbaro, tiene en su actualidad un valor simbólico aislado. Hace de frontera entre lo urbano y lo rural, si la piedra pudiera animarse ¿adónde inclinaría sus efectos?”.

Si la frontera entre lo urbano y lo rural estaba definida físicamente por la muralla, que parte y divide el espacio; su desaparición plantearía la duda de donde situar ahora esa línea divisoria entre la ciudad y el ‘saltus’. La visión que ofrece, por ello, el plano de Coello, aportado por Ruiz Peco[3]y datado en 1856, resuelve retrospec­tivamente parte del problema. La ciudad jalonada perimetralmente por huertas, campas, eras, trillos, descansaderos de ganado y espacios baldíos, tiene continuidad cromática con los cultivos extramuros; tiene continui­dad funcional pero no física, salvo que la fecha del plano se considerara posterior a los derribos de 1882.

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Más elocuente es aún la división del territorio aportada por el ferrocarril, impetuoso, cuyo trazado en el plano de 1886[4] opera ya como una aparecida ‘Muralla nueva’, restituyendo los mundos de lo rural y de lo urbano a la situación anterior a la de su trazado. La nostalgia rural[5]que expelen esas imágenes, se abren como una componente importante dentro de las ideologías antiurbanas del XIX. Planteando, consecuentemente, con esas lecturas la resolución de la ciudad en nuevos territorios vírgenes no contaminados por la máquina y el humo; todo ello al amparo de una fuerte ideología antiurbana que quiere oponerse desde un bucolismo progresista al primer maquinismo que comienza a transformar la ciudad y el territorio mismo. La maldición de la ciudad histórica, falta de higiene y densificada, con problemas de aloja­miento y con nulas infraestructuras sanitarias, demanda una visión alterna­tiva a ese recinto apelmazado, que es visto aún en 1912 como “un repugnante anillo que aprisiona a la capital, amenazándola con hacerla morir por el procedi­miento de asfixia[6].

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De aquí el comentario realizado, anteriormente, sobre el contenido de las distintas Ordenanzas Municipales desde las de 1872 en Puerto­llano, a las de 1908 en Valdepeñas, que están impregnadas de una fuerte obsesión higie­nista. Véase si no, el contenido de las Ordenanzas Municipales de Ciudad Real de 1886, con un Título de los cinco propuestos, dedicado a la Policía de Salubridad. Obsesión que en buena medida originaría la Ley de Reforma y Saneamiento Interior de Poblaciones de 1895.


[1] A. BALLESTER FERNANDEZ, “Plano de Ciudad Real en 1850”. Boletín de Informa­ción Municipal n.° 41, 1973.

[2] ANÓNIMO. Boletín de ferias, 1926.

[3] J. RUIZ PECO, “El conjunto urbano de Ciudad Real en el siglo XIX”. Boletín de información Municipal n.° 34, 1970.

[4] ANÓNIMO. “Plano de Ciudad Real en 1886”. Boletín de Información Municipal n.° 41, 1973.

[5] A. GONZALEZ CORDÓN, “Vivienda y ciudad. Sevilla 1849-1929. Sevilla 1985, págs. 72 a 85.

[6] ANÓNIMO. Pueblo  Manchego, n.° 315. Op.cit.

 

Periferia sentimental
José Rivero

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