El mito del crecimiento (y III): nuevas vías para una nueva Europa

gregorio3. NUEVAS VÍAS PARA UNA NUEVA EUROPA
La organización de este curso ha pedido expresamente a los ponentes que aportemos una visión creativa sobre los antídotos que permitirían a la Unión Europea recobrar sus utopías y objetivos humanistas fundacionales que permitieran redirigir su rumbo y de paso reconciliarse con una ciudadanía que, en esta prolongada y profunda crisis, tiene cada vez más dificultades para identificar aspectos positivos de la integración europea. En concreto nos pedía ideas, críticas, sugerencias, denuncias, reflexiones sobre cómo relanzar el proyecto europeo y liderar una nueva etapa en la civilización humana basada en la solidaridad, la cooperación, la democracia, la justicia social y la salvaguarda del medio ambiente.
Esto es justamente lo que voy a hacer en esta última parte de la ponencia.
3.1. Lo primero, cambiar de vía.
“Para ir hacia la metamorfosis, es preciso cambiar de vía (…) ¿Cómo?. Todo empieza siempre con una iniciativa, una innovación, un nuevo mensaje inconformista y marginal, que muchas veces sus contemporáneos no perciben (…) En nuestra época debería fraguarse un replanteamiento, más profundo, incluso, que el del Renacimiento. Hay que repensarlo todo. Debemos volver a empezar. De hecho, todo ha empezado ya, pero sin que lo advirtamos. Estamos en el estadio de unos preliminares modestos, invisibles, marginales y dispersos. Ya existen, en todos los continentes y en todas las naciones, una efervescencia creativa, una multitud de iniciativas locales que avanzan en el sentido de la regeneración económica, social, política, cognitiva, educativa, étnica o existencial. Pero todo lo que debería estar relacionado se encuentra disperso, separado, compartimentado. Estas iniciativas no están relacionadas entre sí, ninguna administración las tiene censadas, ningún partido toma nota de ellas. Pero son la cantera del futuro. Se trata de reconocerlas, de censarlas, de cotejarlas, de incluirlas en un repertorio, para abrir, así, una pluralidad de caminos reformadores. Son vías múltiples que, desarrollándose conjuntamente, podrán conjugarse para formar la nueva Vía, que descompondrá la que estamos siguiendo y nos dirigirá hacia la metamorfosis, todavía invisible e inconcebible. La salvación ha empezado por la base” (Morin, 2011, 33-34).
A lo largo y ancho del mundo existen experiencias transformadoras que atacan a la raíz del capitalismo salvaje que lo envuelve todo. Cada una de ellas marca sus tiempos, por lo que no cabe esperar una explosión de todas ellas a la vez. Hay que empezar a vivir y organizarse de otra manera más cooperativa, comenzar la transformación y estar preparados ante un cambio brusco que pudiera precipitarse en medio del colapso social y ambiental hacia el que nos dirigimos.
¿Es posible afrontar una “transición ordenada” desde el actual desorden económico internacional hacia un nuevo marco de relaciones humanas basado en la cooperación entre los diferentes pueblos y comunidades de la Tierra? Es preciso intentarlo, desde ya. Aún a sabiendas de que el impulso de dicha transición no cabe esperarla de la mano de las actuales megaestructuras estatales y empresariales, que hoy por hoy forman el tándem perfecto para seguir apuntalando el capitalismo del shock y de la rapiña. Toca afrontar un cambio de civilización, y la UE puede apostar por él o aferrarse a la desesperanza que actualmente todo lo envuelve.
3.2. La regeneración del pensamiento político y de la democracia
Europa sigue viviendo, Consejo tras Consejo, en la creencia de que no hay alternativas a sus dogmas neoliberales, economicistas y elitistas. Como mucho, llega a reconocer a rebufo del FMI que su política frente a la actual crisis es inhumana y que no sirve para impulsar la recuperación económica y social, pero a la hora de tomar decisiones no hace lo más mínimo por experimentar otras soluciones, y se obceca en posturas inmovilistas.
No le vendría mal a la Unión Europea leer a Edgar Morin (2011, 44-45) cuando señala que:
“La clase política se contenta con informes de expertos, estadísticas y sondeos. Ya no tiene un pensamiento. Ya no tiene cultura (…) Ignora las ciencias humanas. Ignora los métodos que serían aptos para concebir y tratar la complejidad del mundo, para vincular lo local con lo global, lo particular con lo general. Privada del pensamiento, la política va a remolque de la economía (…) Ésta cree resolver los problemas políticos y humanos mediante la competencia, la desregularización, el crecimiento, el aumento del PIB y, en caso de crisis, el rigor, es decir, los sacrificios impuestos a los pueblos. Y al igual que la lechuza huye del sol, la clase política rehúye cualquier pensamiento que pueda iluminar los cambios del bien común”.
Planteando la interrogante disyuntiva entre “¿Democracia y capitalismo?”, Boaventura de Sousa Santos (2013) afirma que “El capitalismo sólo se siente seguro si es gobernado por quien tiene capital o se identifica con sus necesidades, mientras que la democracia, por el contrario, es el Gobierno de las mayorías que ni tienen capital ni razones para identificarse con las necesidades del capitalismo. El conflicto es distributivo: un pulso entre la acumulación y concentración de la riqueza por parte de los capitalistas y la reivindicación de la redistribución de la riqueza por parte de los trabajadores y sus familias. La burguesía ha tenido siempre pavor a que las mayorías pobres tomasen el poder y ha usado el poder político que las revoluciones del siglo XIX le otorgaron para impedir que eso ocurriese. Ha concebido la democracia liberal como el modo de garantizar eso mismo a través de medidas que pudieran cambiar en el tiempo, pero manteniendo el objetivo”.
Así, corresponde a la UE reinventarse, sustituyendo los actuales principios de centralización, jerarquía y especialización por los de descentralización, horizontalidad y globalidad. Ello permitiría otorgar el poder a la ciudadanía que lo ejercería de abajo hacia arriba, partiendo de las comunidades locales como núcleo fundamental de organización social, política y económica, que en su actividad diaria puede relacionarse en condiciones de igualdad con otras instancias territoriales más amplias. Algo en todo caso muy distinto al actual esquema de arriba abajo que prima en las relaciones entre la UE y el resto de administraciones públicas. Hay una frase en el argot político que simboliza a la perfección unas relaciones políticas marcadas por la jerarquía y la dependencia: “Esta política que aplicamos nos viene impuesta por Bruselas”. Así, una administración pública (la UE) que debiera relacionarse en un plano de igualdad con las restantes, aparece la mayoría de las veces como una suerte de oráculo que marca el camino a seguir, frente al cual no cabe el debate argumentado de ideas. Aquí es cuando los famosos “hombres/mujeres de negro” de la troika se convierten en simples brazos ejecutores del gran capital, que como apisonadoras son capaces incluso de desmontar un referéndum popular (máxima expresión de la soberanía del pueblo) cuando un país de la periferia de la zona euro se plantea llevarlo a cabo para conocer la opinión de sus ciudadanos/as respecto a las políticas más convenientes a aplicar.
3.3. Europa no es el ombligo del mundo: de la Vieja Europa a la Madre-Tierra
Europa ha sido la cuna de la democracia y del humanismo, pero también del capitalismo imperialista que esclaviza a sus propios ciudadanos/as y a los de otros pueblos. El futuro, o será de esperanza para toda la humanidad, o será de angustia y precariedad tanto para opresores como para oprimidos…
“La política de la humanidad implicaría superar la idea de desarrollo, incluso de desarrollo sostenible (que hemos comentado anteriormente), y, en consecuencia, rechazar la idea de subdesarrollo. Calificamos de subdesarrolladas a unas culturas que poseen conocimientos, técnicas (médicas, por ejemplo), sabidurías y artes de vivir a menudo ausentes o desaparecidos entre nosotros; entrañan riquezas culturales, incluyendo sus religiones de bellas mitologías, que, en algunos casos, no participan de los fanatismos de las grandes religiones monoteístas, sino que preservan la continuidad de los linajes a través del culto a los antepasados, mantienen una ética comunitaria y una relación de integración con la naturaleza y el cosmos. No se trata aquí de idealizar las sociedades tradicionales, que tienen sus carencias, su cerrazón, sus injusticias y sus autoritarismos. Hay que considerar sus ambivalencias, y, por lo tanto, ver también sus cualidades. Por otro lado, debemos tener en cuenta todas las contradicciones del desarrollo y promover los aspectos positivos de la occidentalización (los derechos del hombre y de la mujer, las autonomías individuales, la cultura humanista, la democracia). Estos elementos positivos pueden y deben fecundar una política de la humanidad” (Morin, 2011, 48).
Europa sólo puede entablar relaciones de cooperación y apoyo mutuo con el resto de los pueblos del mundo partiendo del respeto absoluto a sus diferencias y a la conservación de los recursos naturales de sus territorios. Todo lo contrario de los conflictos bélicos en los que últimamente se ha embarcado la UE (Afganistán, Irak, Libia, Mali), cuyo objetivo último no era la liberación de la opresión de ciertos pueblos, sino más bien hacerse con el control de recursos energéticos estratégicos. Así, convengo con Arthur M. Okun (1975, 119-120) en que “los derechos y poderes que el dinero no debería comprar deben ser protegidos con regulaciones y sanciones específicas (…) Una sociedad capitalista democrática se esforzará por buscar mejores métodos para trazar los límites entre el dominio de los derechos y el dominio de los dólares”

3.4. Europa debe dejar de ser un territorio subdesarrollado
En el curso 1989-1990 los profesores Tomás Carpi y Jordán Galduf me impartieron la asignatura Política Económica de los Países Subdesarrollados en la Universitat de València. Seguíamos el manual de Michael Todaro (El desarrollo económico del Tercer Mundo) y el ensayo de Raúl Prebisch (Capitalismo periférico). Aprendí que las dos últimas décadas del siglo XX fueron de retroceso en los ámbitos social y político para buena parte de los países empobrecidos del mundo. De la mano del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional se habían aplicado en muchos de estos países políticas de ajuste que los habían atenazado y hundido en el agujero negro de la pobreza y la dependencia. En definitiva, que el capitalismo no es un sistema que introduzca paulatinamente a los diferentes pueblos de la Tierra en las vías de la prosperidad y la democracia. Más bien al contrario, cabe hablar de un esquema centro-periferia, de manera que los países empobrecidos y “atrasados” se insertan en él bajo relaciones de dependencia y dominación por parte del gran capital transnacional.

Hace casi un cuarto de siglo, el FMI campaba a sus anchas por los territorios más débiles del planeta, obligándoles a tomar una medicina (las políticas de ajuste) que les condenaban a la postración. Desde entonces, algunos países de América Latina se han sacudido ese yugo, y han emprendido aventuras con otros compañeros de viaje. Más ahora, el FMI ha aterrizado en Europa, y junto al Banco Central Europeo y la Comisión Europea, dictan a los gobiernos las políticas a aplicar, que siguen siendo de ajuste, claro, porque no se les conocen posturas alternativas más allá del pensamiento único neoliberal.
Y de vez en cuando, en nuestra vieja Europa, afloran informes…incluso del propio FMI, que nos hacen caer en la cuenta de que la austeridad mata y propaga el dolor y la angustia de mucha gente, porque no se había tenido en cuenta adecuadamente el efecto multiplicador negativo sobre el nivel de renta asociado a un recorte de los gastos públicos, porque la austeridad y la reducción rápida del déficit público a toda costa impulsa el desempleo y la caída del consumo y la inversión…como si todo ello no se conociera ya a partir de las enseñanzas de Keynes y la Gran Recesión de los años 30.
Lo peor de todo es que aunque por propios y extraños se reconoce el fracaso absoluto de las políticas de la troika en los países periféricos del euro (especialmente los rescatados Grecia, Portugal, Irlanda y España), no se ha cambiado ni un ápice el contenido de dichas políticas más allá de una irrelevante y cicatera ampliación de dos años del plazo para que algunos países alcancen el objetivo del 3% de déficit público respecto al PIB.
En palabras de León Bendesky (2013), “La reciente disputa surgida entre la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI) y sus socios de la llamada troika, que incluye a la Comisión Europea (CE) y al Banco Central Europeo (BCE), es más que una trifulca burocrática. Indica el desconcierto con que se ha actuado ante la bárbara crisis que azota Europa y, en especial, la zona euro. Tal desconcierto no es sólo de índole intelectual o profesional, sino representa un falta de capacidad de gobierno y gestión de la economía. La burocracia internacional del FMI y del BCE está muy rezagada respecto de la naturaleza estructural de la crisis y sus repercusiones en el terreno del trabajo, la producción y la organización de las finanzas (…) Lo que está ocurriendo en Europa (…) Es la descomposición social y política, que en buena medida parece replicar muchos elementos de lo sucedido en el periodo de entreguerras”.
Cuando intereses particulares se interponen y fuerzan cambios en el rumbo de las políticas públicas que las alejan de la satisfacción de las necesidades básicas de las personas, calificamos de subdesarrollada a esa sociedad, por su incapacidad de facilitar una vida digna a su ciudadanía. La Unión Europea, para dejar de ser el territorio subdesarrollado en el que se ha convertido, debe comenzar por romper los lazos de dependencia o los hilos de manipulación de la marioneta que es en la actualidad. Las estructuras de gobierno no tienen otra razón de ser más que la mejora de las condiciones de vida de la mayoría de la gente.

3.5. La Tierra no está en venta: contra los Tratados de Libre Comercio
De manera machacona se nos repite hasta la extenuación que la liberalización comercial entre países favorece a todas las partes que intervienen en dicho proceso. Que la especialización productiva y el posterior intercambio permite maximizar la renta, la riqueza y el empleo[1]. Y aquí, como en multitud de ejemplos más, vienen al caso las palabras de Eduardo Galeano cuando nos recuerda que “La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder”. ¿Por qué lo llaman comercio cuando deberían decir rapiña?.

Y en este ámbito, la Unión Europea, en vez de defender posiciones que alienten y respeten los territorios y los intereses de la mayoría de los ciudadanos/as, se echa en brazos de Estados Unidos y de la noche a la mañana anuncian el inicio de conversaciones con el fin de aprobar un Tratado de Libre Comercio (TLC). Bueno, para que suene más suave quieren llamarlo “Acuerdo de asociación transatlántica para el comercio y la inversión” (TTIP: Transatlantic Trade and Investment Partnership).
Jean-Luc Mélenchon (2013) señala respecto al TLC EEUU-UE que “Este vasto proyecto de liberalización de intercambios e inversiones, conoce en este momento una aceleración espectacular, sin que ningún pueblo europeo lo haya acordado y ningún gobierno lo haya nunca incluido en su programa electoral (…) Como los tratados confieren a la Comisión una competencia exclusiva en materia comercial, el Parlamento Europeo carece de potestad para contravenir ese mandato (…) Esta operación liberalizadora conlleva muchos matices. En primer lugar, “supresión total de derechos de aduana” para los productos industriales y agrícolas. Ya sobre este asunto, el acuerdo es peligroso para los europeos: según cifras de la Comisión, la tasa media aduanera es del 5,2% en la UE y del 3,5% en USA. Eso significa que si los derechos caen a cero, USA obtendrá un provecho 40% superior al de la Unión. Esa ventaja para los productos fabricados en EEUU será amplificada por la debilidad del dólar frente al euro. Y este desequilibrio será multiplicado por la debilidad ecológica y social de los costes de producción USA. En tales condiciones, aunque sólo sea por este aspecto cuantitativo, el acuerdo será una máquina de deslocalizar, que agravará el paro (…) Para liberalizar el acceso a los mercados, UE y USA deberán hacer converger sus reglamentaciones en todos los sectores, pues las normas más duras son consideradas como obstáculos al libre comercio. Pero, contrariamente a lo que afirman la Comisión (…) USA y Europa no tienen “normas de un rigor análogo, en materia de empleo y de protección del medio ambiente.” En efecto, los EEUU están hoy fuera de los principales cuadros de derecho internacional en materia ecológica, social y cultural; no suscriben muchas de las convenciones importantes de la OIT sobre derechos del trabajo; no aplican el protocolo de Kyoto contra el calentamiento climático y rechazan la convención para la biodiversidad, así como la de UNESCO sobre la diversidad cultural, y otros compromisos que los países europeos sí han firmado. Los modelos normativos estadounidenses son, en la mayoría de los casos, menos constrictores que los europeos. Un mercado común EEUU-UE liberalizado, tiraría entonces toda Europa hacia abajo (…) Veamos ahora la lista de estragos previsibles. El primer impacto negativo será ecológico. El proyecto cuenta con las exportaciones como solución para relanzar la actividad y se opondrá a toda política que pueda permitir la reducción de la huella humana sobre la exósfera. Por el contrario, al aumentar el tráfico mercantil aéreo y marítimo a través del Atlántico, el esperado incremento de las exportaciones hará también aumentar las emisiones de gas de efecto invernadero (…) En razón de las diferencias mencionadas, este acuerdo será también una incitación al peor productivismo en detrimento de la calidad social y ecológica de los productos (…) Y a quienes esperaban que los servicios públicos fueran excluidos, hay que precisar que ‘el acuerdo concierne también a los monopolios públicos, las empresas públicas y aquellas con derechos específicos o exclusivos’ como también a ‘la apertura de mercados públicos a todos los niveles administrativos, nacionales, regionales y locales’  (…) de hecho este tratado será una anexión de Europa por los EEUU, no quedará nada del ideal europeo. Será una renuncia a la soberanía de los pueblos. Y no solo se destruirá nuestro presente sino que nuestro futuro quedará en suspenso, pues ¿cómo plantearse, después, objetivos europeos de armonización salarial o fiscal, o de cooperación reforzada, que son obstáculos característicos para la libre competencia?”.
3.6. Más ecología y más política
Víctor M. Toledo (2013) apunta con desbordante sentido común que “Si estamos inmersos en una crisis de civilización, tesis formulada hace dos décadas hoy casi unánimemente aceptada, las vías para superarla no pueden venir sino de posiciones críticas inéditas, construidas desde nuevas epistemologías, y que conllevan una praxis política totalmente diferente a la asumida por los movimientos de vanguardia, incluyendo los más avanzados. Hasta donde alcanzo a mirar, la única corriente que logra realizar una crítica completa a la civilización moderna es aquella que, sin proponérselo, se finca en lo que podemos denominar una ecología política. Ésta parte de un principio formulado en la década de los setenta por G. Skirbekk (Ecologie et marxisme, L’Espirit, 1974): la transformaciones sociales ya no pueden explicarse a partir de la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, sino entre esas y las fuerzas de la naturaleza.
(…) Construir el poder social supone organizar en la vida cotidiana la emancipación civilizatoria. Casi cada institución procreada bajo la lógica del capital puede hoy ser confrontada por instituciones alternativas, las cuales requieren de una sencilla fórmula secreta: resistencia y organización social en plena solidaridad y alianza con la naturaleza. Frente a las empresas y corporaciones existen las cooperativas donde no hay patrones, sólo socios. Frente a los bancos (basados en la usura) aparecen las cajas de ahorro y los bancos ciudadanos. Frente a la producción agroindustrial de gran escala la pequeña producción familiar o comunitaria fincada en la agroecología. Frente a la circulación desbocada de las mercancías las redes de intercambio directo y en corto entre productores y consumidores, y la autosuficiencia local, municipal, regional. Frente a los megaproyectos los diseños de pequeña escala. Frente a la especulación financiera, la creación de monedas alternativas y el trueque. En fin, frente a una racionalidad basada en el individualismo, la competencia y la acumulación de riqueza material, una ética fundada en la solidaridad, la reciprocidad, el bien colectivo y la supervivencia de la especie”.
La UE debe proponer y defender unas nuevas reglas y relaciones comerciales (en el seno de la OMC, o fuera de ésta) donde la competencia a ultranza no se lleve a cabo a costa de los derechos sociales y del medio ambiente. Aunque este planteamiento pareciera revolucionario, no lo es. Esta posibilidad está recogida en el artículo XX del Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT) del año 1947, que forma parte del acervo legal de la OMC. En concreto, podrán establecerse límites al libre comercio (mediante prohibiciones o tasas arancelarias) cuando existan riesgos para “la protección de la salud y la vida de las personas y de los animales o la preservación de los vegetales” y “la conservación de los recursos naturales agotables”. El Protocolo de Kyoto y la lucha contra el cambio climático serían argumentos de peso para justificar una política antidumping social y ambiental por parte de la UE. A su vez, mediante acuerdos bilaterales deberían implantarse preferencias comerciales en beneficio de los países del Sur que mejor y más deprisa se adapten a las normas internacionales de carácter social y ecológico (Montebourg, 2011, 72-73). La UE tiene a su alcance los instrumentos para cambiar de vía, pero ¿tiene interés en dar ese paso y asumir todas las consecuencias que ello entrañaría?
3.7. Reconciliar lo rural y lo urbano
El fenómeno de la acelerada urbanización que está teniendo lugar tanto en el Norte como en el Sur políticos tiene la otra cara de la moneda en el éxodo rural masivo y el aumento de la desigualdad, visualizado en los contrastes entre los barrios de lujo para los nuevos ricos frente al hacinamiento en los suburbios de la población marginada. Los planes de ajuste estructural, impulsados por el FMI en los países empobrecidos en el último cuarto del siglo XX, tienen mucho que ver en la explicación de este fenómeno perverso.
Desgraciadamente, las respuestas políticas a la crisis están golpeando a las zonas rurales por doble vía. Por un lado, los recortes de las políticas públicas en materia de derechos sociales tienen mayor impacto en zonas rurales donde no existe la alternativa de prestación de servicios por la iniciativa privada. Por otro lado, la reforma de las administraciones públicas en el caso de España se está llevando a cabo mediante el desmontaje de los Ayuntamientos (mediano y pequeños), privando así a la ciudadanía rural de una vía cercana y natural de participación en los asuntos públicos. La UE, si es que realmente le preocupa el desarrollo de una democracia de alta intensidad basada en la participación ciudadana en los asuntos públicos, debería exigir a España la retirada de este anteproyecto de ley que eufemísticamente se denomina “para la racionalización y la sostenibilidad de la Administración Local”. Si la UE desde dentro de la troika no ha tenido el más mínimo problema en exigir a los países periféricos del euro reformas legislativas de gran calado social y económico, ¿por qué no procede lo mismo cuando se trata de asuntos que afectan de lleno a la calidad democrática de nuestras sociedades?.
En la primitiva Comunidad Económica Europea se unieron los pueblos buscando paz, libertad y dignidad en una Europa arrasada por la guerra y el autoritarismo. Es posible que en el futuro, ciertos estados abandonen la UE de las desigualdades sociales y la tiranía del capital, persiguiendo igualmente la libertad y la dignidad de sus gentes. Los estados, como las personas, permanecemos unidos cuando compartimos objetivos e instrumentos para alcanzarlos, en caso contrario, lo que por mucho tiempo pudimos sentir como propio, llegado un momento puede llegar a parecernos ajeno. En algunas rupturas no hay expulsión, simplemente “mal amor”. Como el título del tango de Malevaje, “No me quieras tanto mi amor, quiéreme mejor”, así le dicen los estados periféricos de la zona euro a la Unión Europea.
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[1] Según Vicenç Navarro (2013), “Así se han presentado todos los Tratados de Libre Comercio (TLC) entre EEUU y Australia, Brunei, Chile, Malasia, Nueva Zelanda, Rusia, Singapur, Vietnam y México. El más conocido fue el firmado entre México, Canadá y EEUU, que tenía que haber sido la solución para el futuro de México. La realidad, sin embargo, ha sido muy diferente, y los resultados muy opuestos a los que se profetizaron. En el TLC entre México y EEUU se destruyeron empleos en EEUU y también en México. En EEUU porque se desplazaron puestos de trabajo hacia México. Pero en México también se perdieron puestos de trabajo, ya que los que se ganaron resultado de la movilidad de empresas estadounidenses a México fueron menores que los que se destruyeron como consecuencia de que las economías de escala de las empresas estadounidenses y su fácil acceso al crédito destruyeron muchas empresas pequeñas que no pudieron competir con las grandes estadounidenses. El TLC benefició a empresas grandes muy influyentes de Washington y en la Ciudad de México. Pero dañó a las clases populares y a la clase trabajadora de los dos países, a los dos lados del río Grande. Tal experiencia se ha repetido en todos los casos de TLC (…) De la experiencia de otros TLC con EEUU se puede ya predecir que las medidas tomadas favorecerán intereses muy particulares a costa de los intereses generales. Por ejemplo, el TLC prohibirá el monopolio de los servicios públicos, como la sanidad, exigiendo el desmantelamiento del Servicio Nacional de Salud, eliminando su universalidad. Y todo ello en aras a la necesaria “competitividad y libre comercio”. Y veremos cómo las élites gobernantes en la UE (que ya están tomando medidas en esta dirección) darán la bienvenida a estos cambios. Hasta ahora, la excusa para hacer tales cambios (como la privatización) era que así lo pedían Bruselas, Berlín o Frankfurt. Ahora se añadirá Washington. Y continuarán haciendo tales cambios con silencio, nocturnidad y alevosía, sin apenas discusión pública. Y a todo ello tendrán la desfachatez de llamarlo democracia”.

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