José Ignacio González Mozos.- Paralelamente al grupo literario conocido como la Generación del 27, desarrollado en torno a la Residencia de estudiantes -centro cultural madrileño vinculado a la institución libre de enseñanza- y que se fraguó en la búsqueda de la poesía pura, bajo el lenguaje barroco de las “Soledades” de Luis de Góngora, aparece un grupo de músicos en el que se puede reconocer el mismo interés por renovar el lenguaje, en este caso musical, enfrentando la tradición musical española a las nuevas corrientes estéticas europeas que se desarrollaban en torno a las vanguardias y al surrealismo.
Esta generación de músicos, conocida por algunos como “Generación de la República” y por otros, por préstamo literario, como “Generación del 27”, intentó enlazar la música española con las corrientes vanguardistas europeas de la época, abandonando la vía neorromántica y nacionalista que ellos entendieron como tendencias anacrónicas y ya agotadas. Si bien en un principio la influencia del Impresionismo de Claude Debussy se dejó notar en obras como “Automne Maladé” de Ernesto Halffter o en “Ofrenda a Debussy” de Salvador Bacarisse y la del Expresionismo atonalista y el Dodecafonismo de Schoenberg, en obras como “Natures Mortes” de Rodolfo Halffter o el “Quinteto de viento” de Roberto Gerhard, tanto el Impresionismo como el Expresionismo solo significaron un mero tránsito hacia la gran estética utilizada por el grupo que no fue otra que el Neoclasicismo desarrollado en Francia por Stravinsky.
La estética musical neoclasicista se impone en Europa en la década de los años veinte. Puede resumirse como un movimiento que vuelve los ojos hacia las formas absolutas del siglo XVIII, como son el Cuarteto, la Sonata, la Sinfonía o formas barrocas como la Suite, el Concerto, la Fuga, el Pasacaglia, etc…, pero utilizando un contrapunto en ocasiones disonante y el rechazo al cromatismo y a las exageraciones del último Romanticismo y postwagnerianismo, por lo que suelen utilizar formaciones instrumentales más reducidas de un color tímbrico más contenido que en la época anterior.
Sin embargo el Neoclasicismo español desarrollado por la generación del 27, no se inspira en un Bach o en un Pergolessi, como hiciera Stravinsky en obras como “Pulcinella”, sino que la fuente de inspiración de los compositores de esta generación, suele pasar por autores españoles como el Padre Soler, Scarlatti o incluso por nuestra zarzuela barroca.
Por lo tanto podemos situar hacia 1915 el momento de crisis y enfrentamiento entre tradicionalismo y modernidad en la música española, gracias especialmente al que es considerado mentor del grupo; Adolfo Salazar, gran historiador y crítico musical conocedor de las vanguardias culturales europeas que divulgó en España gracias a los artículos que publicó en el periódico “El Sol” desde 1918 hasta 1936, superando con creces el millar de ensayos y artículos publicados en ese medio. En torno a Salazar, aparecerán dos grupos de compositores que partiendo de la música de Manuel de Falla, tratan de trascenderla buscando la evolución de las corrientes europeas y creando un estilo propio. Todos estos compositores, nacidos en fechas cercanas al 1900, guardan una asombrosa similitud con la generación literaria del 27 y aunque tras el trauma de la guerra civil prácticamente todos se ven obligados al exilio forzoso, su labor para actualizar la música española a las nuevas corrientes de vanguardia tuvo su fruto en los años 30, a pesar de que tras la guerra civil gran parte de la música española cayera de nuevo en el regionalismo nacionalista, que provocaría cierto atraso respecto a las estéticas musicales del resto de Europa hasta la aparición de la generación del 51.
Los compositores españoles que conforman la Generación del 27, se pueden agrupar por un lado, en el Grupo de los ocho de Madrid, formado por Juan José Mantecón, Fernando Remacha, Rodolfo Halffter, Ernesto Halffter, Julián Bautista, Gustavo Pittaluga, Rosa García Ascot y Salvador Bacarisse, y por otro en el Grupo catalán formado por Roberto Gerhard, Agustín Grau, Gibert Camins, Eduardo Toldrá, Manuel Blancafort, Baltasar Samper y Ricardo Lamote de Grignón; grupos que buscarán un estilo basado en las vanguardias, pero sin olvidar del todo el casticismo y el folklore español, una amalgama que refleja fielmente las convivencias folklóricas, barrocas, vanguardistas y surrealistas de los poetas de la generación del 27 y que justifican las influencias atonales, dodecafónicas y casticistas de los músicos de la misma generación.
Sería difícil hablar de todos ellos y de otras figuras menores como Federico Elizalde, Enrique Casal o Jesús Bal y Gay, entre otros, en el limitado espacio de este artículo, por lo que hablaré brevemente de tres de los grandes autores, como son Roberto Gerhard, Salvador Bacarisse y Rodolfo Halffter.
Roberto Gerhard nació en Valls (Tarragona) el 25 de Septiembre de 1896 y murió en Cambridge el 5 de Enero de 1970. Es probablemente, después de Manuel de Falla, el músico español más importante del siglo XX, a pesar de que tras exiliarse en Reino Unido, al finalizar la guerra civil española, obtenga la nacionalidad británica en 1960 y sea a menudo considerado un músico inglés.
Gerhard fue el único discípulo español que tuvo Arnold Schönberg y esto tuvo consecuencias en sus primeras obras en las que aúna las corrientes dodecafónicas, del citado autor, con particularidades del lenguaje musical de Falla. De esta manera aparecen obras como “Siete Haiku” (1922), “Quinteto de viento” (1928), el ballet “Ariel” (1934) con decorado de Miró y que no se llegó a estrenar o la pieza orquestal “Albada, interludi y danza” (1936). De su etapa inglesa, tras la guerra civil española, destacan obras en las que se acentúan los rasgos nacionalistas y neoclasicistas españoles, amalgamados con el lenguaje dodecafónico en obras como el ballet “Alegrías” y “Don Quijote” ( 1942), la ópera “La dueña” y los arreglos orquestales sobre temas de zarzuela “Pedrelliana” (1941), el brillante “Concierto para violín y orquesta”(1943), el “Concierto para piano” (1951), “Concierto para clave” (1956) o el “Concierto para orquesta” de 1965, aunque serán sus cuatro “Sinfonías” las obras más celebradas del autor. En música de cámara destacan los dos “Cuartetos de cuerda” (1955, 1962), el “Noneto” (1957), el “Concierto para ocho” (1962), “Hymnody” (1963), “Gemini”, “Libra” y “Leo” (1966, 1968 y 1969) y el oratorio “La peste” (1964) sobre la novela de Albert Camus.
Salvador Bacarisse nació en Madrid el 12 de septiembre de 1898 y murió en París el 5 de Agosto de 1963. Aunque ganó tres premios nacionales de música (1923, 1931 y 1934), fue considerado como “l´enfant terrible” del grupo en sus comienzos, debido a los escándalos que provocó con obras politonales como su obra pianística “Heraldos” (1932) que el público de la época no entendió. Sin embargo, su estilo es variable entre el impresionismo, neoclasicismo y el neorromanticismo de alguna de sus últimas obras. Entre sus obras anteriores al exilio francés, que tendrá lugar tras la guerra civil española, destacan el ballet “Corrida de feria” (1930), la ópera “Charlot” (1933), obras orquestales como “La nave de Ulises”, tres “Cuartetos de cuerda” y una “Sonata en trío” (1932). Tras instalarse en París en 1939, quizá llevado por la nostalgia hacia España y por el desarraigo, se inclina hacia un estilo basado en elementos neocasticistas y neorromanticos, destacando obras como el “Concertino para guitarra y orquesta” (1957), “Veinticuatro preludios para piano” (1960) o la ópera ”Fuenteovejuna” (1962).
Rodolfo Halffter nace el 20 de Octubre de 1900 en Madrid y muere en México el 15 de Octubre de 1987. Sus primeras obras muestran la influencia de Falla, aunque con un progresivo aumento en el uso de elementos neoclásicos y en la búsqueda de otros caminos musicales, como podemos apreciar en sus primeras obras, las canciones “Marinero en tierra” (1925) sobre textos de Alberti, “Obertura concertante” (1932) o el ballet “Don lindo de Almería” (1935). En 1939, tras la guerra civil española, emigra a México donde desarrolla su labor musical como profesor en el Conservatorio Nacional y como director de las Ediciones Mexicanas de Música. En esta etapa comienza a desarrollar el lenguaje serialista, creado por Schönberg y la segunda escuela de Viena, aunque sin abandonar sus señas de identidad. Destacan “Concierto para violín y orquesta” (1940), “Tres piezas para cuerda” (1954), “Tripartita” (1959) y obras en las que fusiona estos elementos con formas derivadas de la música renacentista española, “Diferencias” (1970), “Ocho tientos para cuarteto” (1973), “Tres epitafios corales” o “Pregón para una pascua pobre” (1968).
Su obra pianística quizá sea lo más reseñable de su producción, con obras como “Dos sonatas del Escorial” (1928) y “Homenaje a Antonio machado” (1944) en las que partiendo de la estética neoclásica se estilizan los elementos hispánicos utilizados por el autor; “Tres sonatas para piano” (1967) en las que su lenguaje evoluciona desde el neoclasicismo a una visión personal de la aleatoriedad, y “Tres hojas de álbum” (1953), “Música para dos pianos” (1965), “Laberinto” (1972), “Facetas” (1976) y “Secuencia” (1977), en las que partiendo del serialismo deja constancia de su evolución estilística.
El objetivo de los músicos de la Generación del 27 fue, partiendo de la tradición musical española, incluir nuestra música en las principales corrientes vanguardistas que se desarrollaban por aquella época en Europa. Este proceso fue muy criticado por los grandes músicos ya consagrados en estos años como Turina o Julio Gómez, quienes tildaron a este grupo como “…grupo de pollos vanguardistas que desconociendo lo más fundamental de su arte, están la última de las novedades llegadas de París”. A pesar de todos los escollos que debieron superar y del traumático parón tras la guerra civil española, que condenó a la mayoría de los músicos de la generación al exilio, las bases creadas por este grupo tendrán continuidad en el grupo conocido como Generación del 51.
Fantástica captura. Demostrartiva de que la, así llamada por Mainer ‘Edad de Plata’, tuvo su orilla musical.
Como bien dices, desde principios del siglo XX hasta la guerra civil española, la cultura nacional adquiere un prestigio y una fuerza extraordinarias. La lírica, la novela, la pintura y la música alcanzan unos niveles sin precedentes desde el siglo de Oro al que la cruenta guerra del 36 impone un forzado paréntesis. ¡Gracias por tu lectura, un cordial saludo!
Pese al gran trabajo de difusión de este artículo, es una pena que una generación tan prolífica como la del 27 se divida sólo en dos grupos, Madrid y Cataluña. En mi humilde opinión se debería ampliar mucho más las miras hacía el resto de territorios del Estado Español. Un saludo!