Un pasaje del evangelio de S. Mateo dice: “Por sus obras los conoceréis”. Pues bien yo bajo el tono, la intención, lo actualizo y digo también: Por sus bolsos las conoceréis. Ya me pidieran bajar a lo más oscuro del océano, ya penetrar en lo más profundo y escondido de la selva, ya recorrer el más enrevesado laberinto, resolver la más complicada ecuación o investigar el más complicado asunto, que como llegar a comprender el misterio de lo que contiene el bolso de algunas mujeres no existe nada en este mundo.
El bolso es inherente a una mujer. Constituye algo consustancial a su identidad. A lo largo de los años el bolso se ha convertido en un elemento cultural complementario, fundamental para el acabado personal de nuestras féminas. Por eso hay bolsos para todas las ocasiones y de todos los tamaños. Porque lo que un bolso pretende no es sino guardar todo aquello que una mujer necesita para ser ella misma en todo momento. Los hay que son tan diminutos que salvo ellas, nadie se explica qué demonios pueden llevar dentro, pero los hay que sin ser muy grandes pueden albergar a unos grandes almacenes, que digo, a medio mundo. O si no, veamos.
Pepa, ¿tienes un bolígrafo a mano? A mano no lo tengo pero en el bolso siempre suelo llevar uno. Y nuestra solícita exploradora comienza la búsqueda del mismo. Introduce la mano directa y suavemente hacia la parte del bolso donde el bolígrafo está albergado. Pasados unos breves momentos y al no dar con él, eleva un poco la cabeza parpadeando y tanteando con la mano más abajo mientras los ojos miran al cielo; es entonces cuando su determinación y seguridad inicial se torna en mueca de extrañeza. ¡Pero si siempre lo llevo aquí en el bolsillo lateral con las llaves!… Bueno, pues…vamos a ver…sí, ¡aquí está!… Anda, bueno, si es el pintalabios, y subiendo los brazos y agachando la cabeza acerca su cara hacia la bocana de ese puerto inmenso que es su bolso. Lo mueve para un lado, para otro, lo sacude hacia arriba, hacia abajo pero la pesca resulta infructuosa…de momento. La extrañeza se hace duda; mira que es raro pero ¡si siempre lo llevo aquí!
Como la búsqueda táctil y selectiva no han surtido efecto ya no queda más remedio que recurrir a la última opción y desentrañar el misterio, así a lo claro, volcar todo el contenido del bolso en una mesa del bar. ¡Impresionante mundo el que encierra la doméstica selva! Toallitas, unos guantes y set de maquillaje, una enorme cartera abigarrada de fotografías y tarjetas, una agenda, chicles, unos tickets arrugados, la sudadera, la botella de agua y el bocadillo del hijo que está jugando en la plaza, el móvil y unas bolsas con unos pares de calzoncillos y calcetines que le ha comprado al marido…y por fin, como pidiendo perdón aparece el deseado bolígrafo. Por esta vez el bolso no contenía ningún objeto demasiado íntimo…para ella.
Esto no es nada para lo que suelo llevar, comenta…sobre todo cuando nos vamos de viaje. Y es que son en estas ocasiones cuando el bolso de la madre se convierte en socorrido receptor de todo lo que a los demás miembros de la familia estorba. Y en ese caso el bolso deja de ser algo inherente y exclusivo de la mujer para convertirse en un socorrido lugar de acogida ambulante para los enseres de la familia. El mundo, la esencia y la intimidad familiar dentro de ese arca de Noë que es un bolso. Y es que no existe nadie en el mundo con una capacidad de acogida mayor que la de nuestras compañeras, esposas y madres…y ahora lo digo, lleven o no lleven bolso.