Manuel Valero.- El uso, mejor dicho, la utilización de la abstracción “pueblo”, como todas las palabras y sus conceptos, tampoco ha podido resistir la contaminación de la jerga política cuando detrás de tan magna invocación subyacen intereses de partido.
Y no será porque en la Historia no ha habido ejemplos reales, irrefutables, en los que el “pueblo”, pero esta vez de verdad, es decir, la inmensa mayoría de los seres humanos que conforman una sociedad, han salido al proscenio de los acontecimientos a cambiar las cosas… por las bravas. El escenario más reconocible han sido las revoluciones. Aquí ya no hay mayorías que valgan porque el gigantismo de las masas– que es el pueblo superlativo y airado– apuntando en una misma dirección sugiere esa estampa conceptual, y real, de “pueblo”, como tal, en la calle, que decide poner coto a un status quo determinado. A medida que pasaron los siglos, y por eso de modernizar la jerga, “pueblo” devino en sociedad o en ciudadanía, condición, la de ciudadano, que surgió una Revolución que hablaba francés, un idioma, por cierto, más bello, intelectual y revolucionario que el esperanto inglés impuesto por Gran Metrópoli.
Sólo los partidos ubicados más a la izquierda aún recurren a ese vocablo -pueblo- de evidentes connotaciones revolucionarias y con hilachos de rémora de oportunidades perdidas. Los partidos más ubicados a la izquierda y, por supuesto, los nacionalistas. Para que la gente intuya que hay una sacudida eléctrica que homologa actitudes es preciso que esa presencia en la calle roce los parámetros del gigantismo. Y ni así. Fue más o menos lo que ocurrió y de manera espontánea cuando el “pueblo” se echó a la calle tras el vil asesinato de Miguel Angel Blanco. Pero hoy ese concepto se diluye en la complejidad de una sociedad democrática, mucho menos unanimizable pese a la facilidad, o quizá, por ello, de la instantaneidad de teléfonos móviles, “muros” o mensajes de pajaritos. Hoy cualquier partido que convoca una manifestación se desvela porque sean ingentes las personas que acudan a la cita que siempre son contables y comparables con las que no acudieron.
Sin embargo, la tentación de arrogarse la simpatía de la totalidad siempre está latente en los convocantes que se consideran así depositarios del placet del “pueblo” todo. Por una simple cuestión matemática si el “pueblo” de una ciudad anega las calles hasta niveles jamás vistos querrá decir que menos las personas que por razones de trabajo, salud y edad no acudieron, todas las demás estaban sobre el asfalto, fieles a su cita con la Historia. Pero esto hoy es casi imposible. Tiene que haber una causa incuestionablemente galvanizadora y grave como para que el “pueblo” entero se ponga en masiva procesión. Incluso sobre las elecciones democráticas, en las que el “pueblo” está convocado a hablar y decidir secretamente, pende el fantasma de la abstención, dado que cuanto mayor sea ésta, más raquítico será el músculo democrático (o hastío) del electorado. La sociedad actual es mucho más compleja, plural y caleidoscópica y se divide en un laberinto capilar de “pueblos” -simples porcentajes de ciudadanos- a la medida de las organizaciones que los evocan y convocan. La zona azul de Ciudad Real que se ha convertido en vitamina de una Izquierda Unida rampante según las encuestas, es prueba de ello Como ciudadano tengo mucha curiosidad por experimentar el rol de una IU con responsabilidades de poder. Supongo que como todos los partidos tendrá que dejarse más de un pelo, o más de dos, en la gatera.
Las mayorías absolutas son cómodas para gobernar pero perversas en sí mismas, sobre todo si perduran, porque es el camino más recto hacia la corrupción. El absolutismo político del PP en la capital es evidente y nada pasaría si en asuntos de cierta trascendencia convocara a la oposición para tomar un acuerdo lo más consensuado posible, aunque a la oposición no le interese el consenso dado que quien gobierna es el que mejor lo suele vender.( La lógica de los partidos es lo que tiene: que a veces no parece lógica porque es perversamente lógica). Internet, las redes sociales, la celeridad de vértigo con que cambia todo, ha creado ya una nueva sociología con herramientas de hiperbolización de la realidad.
Reconozco que en esta ocasión las próximas elecciones municipales, autonómicas y generales aparecen en un horizonte de dos años (las europeas el año próximo puede que también) con un insospechado punto de emoción. Según algunos observadores, es el bipartidismo el que se examina de verdad. Será síntoma de que muchas cosas han envejecido ya -ley electoral, listas cerradas, partitocracia-, otras han saturado la ración recomendable -el socavamiento quasi mafioso de las instituciones y los dineros públicos, la financiación de los partidos políticos, la frívola gestión de la abundancia– y que el pueblo-sociedad-ciudadanía ha empezado a avisar con un airoso abanico de colores políticos. En cuyo caso y en puridad democrática tendrá que se lo que el “pueblo” quiera.
Buen artículo, me recuerda un librito de historia que pude leer en la carrera, «en nombre del pueblo» de Rafael Cruz, sobre la utilización del pueblo como arma arrojadiza, como atributo de determinadas ideas y organizaciones. Hoy, ya más lejos de la Guerra Civil, seguimos igual. El partido de la derecha conservadora, por no decir ultraconservadora y ultracatólica, se llama Partido «Popular». En oposición a esta forma de ser popular están la iniciativa popular y la consulta popular. A ver si el PP de Ciudad Real demuestra estar a la altura de sus homólogos europeos (y no ser la formación ultraconservadora y ultracatólica que efectivamente viene siendo por su acción política que tanto la distancia de la UMP francesa o de la CDU alemana) y acepta con tranquilidad una consulta que ellos mismos han avalado con el Reglamento de Participación que aprobaron.
Buen artículo. «Chapó».
La insalvable diferencia que antes existía entre una clase dirigente, potentada económicamente y una clase trabajadora que dependía vitalmente de ella, ha quedado hace tiempo difuminada en parte con el nacimiento de una extensa clase media, o mejor, distinta, en cuanto contiene otros tintes que la definen y la hacen ajena a esta simple y arcaica línea bipolar; un estrato social moderno en el que coexisten empresarios emprendedores hechos a sí mismos, y trabajadores con un perfil actualizado, un aceptable poder adquisitivo, acostumbrados a vivir desde el esfuerzo. Hace cien años el pueblo estaba muy, demasiado definido, pero hoy, ¿Acaso hay alguien que pueda atreverse a trazar una línea divisoria que excluya a los que no son parte del pueblo?
El concepto ‘pueblo’ exhala cierto tufo decimonónico. Fruto del Romanticismo tardío adobado con el Positivismo y con gotas de la naciente Sociología. Hay quien prefiere la voz ‘Ciudadano’, aunque hoy nadie quiere ser Pueblo ni Ciudadano. La voz mas conjugada viaja del Consumidor al Elector.
Me lo apunto,D.José. No se extrañe si algún día lo encuentra incluido dentro de algún artículo del menda…citando la fuente, por supues…Un saludo.
Siempre lúcido
Incluso Galdos en ‘Torquemada en la hoguera’ dice: De tanto como crece la clase media, nos estamos quedando sin pueblo. Dicho en 1890.
Ahora, ciento veinte años después…el peligro viene en forma de «boomerang»…