Manuel Valero.- Roberto llamó a Ortega. Gloria no podía ocultar su estupor. La expresión de su rostro lo decía todo. Roberto la miraba mientras esperaba impaciente la voz de su compañero de fatigas. No era un pálpito. Esta vez no. O tal vez sí. Había un detalle que podía casar, un recuerdo lejano que le vino a la cabeza cuando descubrió el punto de luz en aquel plano casi inaprensible.
-¿Ortega? Ven a mi casa.¡Ahora! He descubierto algo… No, ahora no hay tiempo para preguntas-, dijo y colgó.
El tiempo que discurrió desde que Ortega se pusiera al móvil hasta que llamó por el telefonillo del bloque donde vivía, Roberto paseó por el apartamento una treintena de veces con intermedios enajenados de sentadas en el sofá que apenas duraban un minuto. Gloria seguía como si hubiera presenciado la conversión al catolicismo de Fidel Castro, y la gata asomaba temerosa la pequeña cabeza tras la puerta del baño donde fue a refugiarse de los ademanes incongruentes de su amo.
Cuando al fin llegó su compañero lo invitó a sentarse, volvió a coger el mando a distancia y lo manipuló como un experto. Dejó que la grabación pasara con normalidad.
-¿Has visto algo?-, le preguntó.
-Sí, creo que he visto a una periodista-entrecomilló la palabra con los dedos- que está secuestrada y que está pidiendo a gritos que la liberemos aunque finja que se ha caído del caballo y ahora maldiga su labor de cotilla global .¿Y sabes por qué lo sé? Porque la he visto cien veces. ¿Te repito el sermón?
-Estupendo.¿Y ahora?
Roberto pulsó el botón con admirable destreza y captó a la primera el plano oculto. Ortega miraba la televisión, a su amigo, y a la novia de su amigo. Pero no se distrajo. Se concentró en lo que en esos momentos tenía ante sus narices: los contornos difuminados, escorados hacia la derecha, de la silueta de Rita en el preciso instante en que se levantaba de donde estaba sentada. Frunció el ceño y entornó los ojos. También reconoció ese trazo de luz coloreada, ondulante.
-Sí, ahí algo, esos colores…-, dijo.
-Exacto. Rita se levanta y el cámara la sigue con un acto reflejo…
-Y dejan ese retalillo en el corte…
-Y eso es una…
-‘¡Una ventana!
-Exacto…
-Pero no refleja la luz del sol, quiero decir, la refleja pero no se trata de una simple ventana…
-Exacto, se trata de una ventana, digamos, de colores..
-Como una vidriera…
-Exacto, el lugar donde tienen retenida a Rita tiene vidrieras en las paredes, como si fueran vitrales de catedral-, remató Roberto, eufórico.
Pero Ortega, que efectivamente corroboró cuanto había visto, no estaba sin embargo tan seguro como su compañero. Gloria, sencillamente, había renunciado a pronunciar palabra, y aguardaba a que todo adquiriera sentido.
-Bueno, eso es lo que parece. Pero, ¿cómo asegurarlo?-, dijo Ortega.
-Se ven varios colores entrelazados, ¿no? Ese tono violeta, ese verde claro, el tomo añil de los bordes, y esas motas rojas por ahí..
-¿Y bien?-. Ortega preguntó, Gloria dio un paso al frente y la gata volvió a asomar la cabeza detrás de la puerta.
-¿No os parece que esos colores corresponden al dibujo de una vidriera? Posiblemente en la grabación completa se viera con más nitidez. Obviamente esa parte ha sido cercenada, pero los muy listos se dejaron esa efímera viruta que nuestra gatita cazó al vuelo.
-¿Qué tiene que ver aquí ese estúpido animal-, se lamentó Ortega temiendo que su amigo comenzara a desbarrar de nuevo.
-¡No es un animal y no es estúpido! Es una gatita y es muy inteligente!-, dijo Gloria con voz mimosa al tiempo que fue a por la mascota que se dejó coger solícita por su dueña con un ronroneo de complacencia.
-¿Desde cuando los gatos no son animales? ¿Quién está contagiando a quien?-.Ortega señaló a Roberto y a Gloria, alternativamente con el dedo índice.
-Bien, basta de bobadas, compañero. Fue la gata la que captó ese plano al pisar accidentalmente el mando a distancia-, dijo Roberto un poco abochornado.
-¿Me vais a decir que ha sido ese estúpido… esa cosa… esa gatita tan lista la que ha descubierto las lucecitas?-, Ortega alzó ambos brazos y los dejó caer a plomo.
-Eh, no te pongas melodramático. Roberto ha estado horas mirando el video, de algún modo ha sido recompensado por la fortuna. Y mira: ha sido otra gatita la que lo ha salvado-, reivindicó Gloria con picardía.
-Bueno, eso es lo de menos, ahora. Y además sólo lo sabemos nosotros. Mañana lo volveremos a ver con la científica, a ver si pueden concretar mejor las líneas o las tonalidades, no sé… Voy a llamar al jefe, quiero darle una buena noticia…
-¿Una buena noticia? ¿No te pasas otra vez de ligero?-, le increpó amistosamente su compadre de tarea.
-Puede que sí, puede que no
-Eso es lo que le te dice un gallego cuando le preguntas si va a llover-, terció Gloria divertida.
-Pues yo creo que va a llover, y mucho más de lo que está lloviendo. Pero esta vez va a ser la lluvia que cae antes de clarear definitivamente. ¿Jefe? Ah, hola, perdone que le llame a estas horas pero creo que tenemos algo… ¿Importante? Bueno, puede darnos una pista del lugar donde está Rita… De acuerdo, mañana a primera hora. Gracias, jefe.
Cuando terminó de hablar, Roberto volvió a practicar la caza del plano. Luego visiblemente contento invitó a su novia y a su compañero a tomar unas copas a El Gato Azul.