Corazón mío. Capítulo 68

Manuel Valero.- Algún cabo andaba suelto en aquel desconcierto. Un detalle que hubiera burlado el meticuloso análisis de la científica. Ese tipo no tenía ningún antecedente policial ni ningún papel de Hacienda que delatara alguna anomalía. No conocían más que el primer apellido y en la búsqueda policial tan sólo aparecían sospechosos o fichados con el mismo nombre, y de  Garcías, todo un listado.
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Tan sólo accedieron a la ficha de un tal Oscar García García, de nacionalidad ecuatoriana y con aspecto de indio asilvestrado. Recabaron información en todas las autoescuelas de la ciudad por si en los últimos años alguien encajaba con la identidad del asesino. Estudiaban una y otra vez cuanto material obraba en poder de la policía. Roberto se sublevaba por una absurda contradicción: conocían el nombre y el primer apellido, Oscar García; tenían el aspecto, pelirrojo, ojos azules, bien parecido, joven de unos 28 ó 30 años, actor, y la última persona con la que Irene compartió los últimos días de su vida. Pero no había ni rastro de él en los ficheros policiales ni un miserable indicio que revelara el día y el lugar de su nacimiento. Tampoco había estudiado en las universidades de la ciudad. Había actuado en algunos locales y en pequeños teatros, pero tal como lo hizo se esfumó como por ensalmo. Los coches patrullas peinaban la ciudad con un retrato robot siempre a la vista, el mismo que se colocó a la entrada de los grandes almacenes, en los teatros y en otros lugares de tránsito público.

-¿Dónde te metes, hijo de la gran puta?- susurraba Roberto con los ojos apretados.

Gloria lo tranquilizaba inútilmente. Con un siseo amable  lo invitaba a calmarse, pero los días aceleraban el ritmo y parecían volar  hacia el invierno

Roberto se había llevado una copia de la grabación de Rita a casa. La había visto tantas veces que se la sabía de memoria, y cuando la visionaba de nuevo reproducía sus gestos como un autómata. Siempre mirando al frente, incomprensiblemente segura, como si hubiera tomado la decisión de darle un giro a su trabajo tras la aparición de una presencia divina. Apenas pestañeaba, y una sola vez, sus ojos viraron fugazmente hacia uno de los lados.

Queridos telespectadores,  a vosotros, me dirijo en esta hora amarga para mi, no por la situación en que me encuentro, que es una situación gozosa porque me ha abierto los ojos, sino para reconocer ante vosotros la vaciedad….

Un clic y la presentadora se detenía en el gesto con la boca entreabierta, la mirada frontal y su camisa blanca de chorreras abierta hasta el inicio del pecho, y su collarcito del que pendía una lágrima…

Les confieso, aquí y ahora, que me arrepiento, que reniego de todos y cada uno de los segundos que he estado en sus hogares hablando de intimidades ajenas…

La misma operación una y otra vez… Y luego el ultimátum.

“Si ese día se emite uno solo de esos programas basura, pagaré con mi vida”.

Luego la evaporación y la nada. Era al final de cada revisión que el policía se desesperaba y tiraba con desprecio el mando a distancia sobre el sofá. Gloria lo miraba incapaz de sosegarlo Ella misma se relajaba acariciando la gata que le había regalado como premio a su heroico comportamiento ante su secuestro frustrado. Ni siquiera le hablaba. Lo dejaba con su ira hasta que se cansaba. Pero aquella noche todo era distinto. Roberto estaba en un estado de irritabilidad insoportable, tanto, que la chica empezaba a incomodarse. Le dijo algo que lo estropeó:

-Hacéis lo que podéis. Me parece que te torturas demasiado.

-¿Sí? ¿Eso es todo lo que se te ocurre? ¡¡Los contribuyentes también son tan comprensivos como tú: la policía no tiene ni puñetera idea de lo que tiene entre manos y esa chica está más muerta que viva. Pero la policía hace lo que puede-. El tono de Roberto fue antipático, irritante. Volvía a coger  el mando y pasaba y aceleraba las imágenes de Rita.

-¡Déjalo ya, por favor, estás haciendo insoportable la convivencia!

-¿Ah, sí? ¿No sabías que soy policía? ¿Qué crees que hace un policía? ¿Cómo piensas que viven las familias de los policías? ¿Como si fuéramos funcionarios del Jardín Botánico?

-¡No  te tolero ese tono!

-¿Acaso te he gritado, eh, te he gritado?-, gritó.

-¡¡¡Sí, ahora lo estás haciendo!! ¡¡Y no soporto que grites!!

Gloria le lanzó la gata a la cara, ésta dio un maullido e incrustó las garras en el jersey de Roberto pero lejos de sentirse a salvo saltó sobre el sofá. La pezuña del animal pisó involuntariamente uno de los botones del mando a distancia y el video de Rita quedó congelado en un plano sorprendente. Roberto lo miró y se quedó petrificado. Con la mano rogó a Gloria que se callase…

-¿Qué es… qué es eso…?-, dijo mientras acercaba la cara al televisor.

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