Por fin vuelvo al Laberinto. A mi casa. Al hogar de esas letras que, pacientes, han permanecido aletargadas a la espera de un nuevo resurgir. Se tomaron unas merecidas vacaciones y dieron paso a nuevas formas de creación en forma de visiones lejanas, aromas desconocidos, sabores picantes y especiados. Ahora retomo todo lo vivido y las vuelvo a utilizar a mi antojo, con cariño y premura, para que el estío estival que aún colea no las adormezca en demasía.
Y es que cuando se vuelve de un país como Vietnam hay tanto por decir, tanto por contar, que resulta sumamente difícil resumir en unos cuantos párrafos los veinte días recorridos por sus exóticas tierras. Después de toda una historia de dominaciones y guerras, el país resurge al amparo del turismo, las exportaciones y, dicho sea de paso, el esfuerzo y las ganas de muchos de sus habitantes que han tomado las riendas del edulcorado régimen comunista que gobierna. Los ancianos se aferran a tiempos pasados de lucha y sacrificio, mientras los jóvenes lucen camisetas de equipos de fútbol, preocupados más en los resultados de los partidos deportivos que de los políticos. Los carteles y las estatuas representativas del gran líder Ho Chi Minh siguen llenando las calles y plazas compartiendo el espacio con nuevos establecimientos de hamburguesas y helados extranjeros. Hasta los grupos minoritarios, los indígenas del norte, aprenden el tan deseado idioma inglés para hacerse un hueco entre los recién llegados visitantes y poder ganarse así el sustento sin tener que pasar, horas y horas, bajo un sol abrasador recogiendo la cosecha de arroz para la siguiente temporada.
Vietnam se mueve, crece, avanza… Desde Hanoi a Ho Chi Minh (antigua Saigon), pasando por Hoi An, la Bahía de Halong (Patrimonio de la Humanidad), Sapa o Nha Trang, se puede disfrutar de un país rico en bellos parajes, frutas inimaginables, gente humilde y encantadora pero, también, de una incipiente dejadez ecológica que, si no la cuidan, será como dice el dicho: “pan para hoy pero hambre para mañana”. Tienen lo más importante: la materia prima y el buen carácter. Confío en que no van a consentir que se pierda ninguna de las dos.
Tendría tanto y tanto que contaros que podría pasarme horas rellenando folios en blanco. Pero no olvido que este es un espacio de cultura y literatura y que quería, a mi vuelta, mostraros algún lugar especial característico por albergar en él la historia de sus letras. Así que os hablaré de un sitio, remanso de paz, que se encuentra entre las bulliciosas calles de Hanoi.
La Pagoda de la Literatura, edificio bien conservado de la arquitectura tradicional vietnamita, fue fundada en 1070 por el emperador Thanh Tong. Dedicado a Confucio para honrar a los eruditos y hombres de letras, albergó la primera Universidad de Vietnam donde, en su interior, se educaba a los hijos de los mandarines. En 1484 se erigieron 82 estelas (especie de lápidas) donde se registraban los nombres, lugares de nacimiento y logros de los hombres doctorados (lo que viene a ser el currículum vitae en la actualidad, pero esculpido en piedra y a cincel). Cada una de ellas se apoya en una tortuga y son las piezas más preciadas del templo. Lástima que la tranquilidad del lugar sea truncada por las tiendas que han montado en su interior con el afán de vender los siempre horribles recordatorios. Aún así… hay que visitarla y dejarse imbuir por lo que fue y lo que quedó.
La literatura oral (rica en canciones, leyendas y proverbios), la sino-vietnamita (escrita en caracteres chinos) y la moderna (aquella en la que se utilizan los caracteres nom) son las tres vertientes que conforman la historia de la literatura vietnamita. Si gustáis de conocer algo más de ella, os invito a que leáis los “Cuentos populares de Vietnam” de Ngno Van o “El niño de piedra y otras historias vietnamitas” del maestro budista Thich Nhat Hanh. Pero, si tenéis ocasión, viajar al país. No hay nada más rico, emocionante y aventurero que vivir en propia carne la cultura, costumbres y vida de otros pueblos.
Y utilizando una frase del líder revolucionario Ho Chi Minh me despido diciendo: “Podrás perder mil batallas pero solamente al perder la risa habrás conocido la auténtica derrota”. Así que… a batallar y a sonreír, amigos. Os espero en el próximo “Laberinto del Verbo”.
El laberinto del verbo
Clarisa Leal
«Welcome home», compañera. Bello y tierno reportaje de tu viaje tras las vacaciones. Yo también me incorporaré este fin de semana con mi sección «Historia de una destrucción».
Luis Mario, gracias… 🙂 Se acabaron las vacaciones pero hay que seguir dándolo todo!! Espero tu sección con muchas ganas. Un abrazo!
Xin chào, Clarisa:¡Anda que te has ido…a Fuencaliente…! Bonitas fotos y precioso el texto. Así se aterriza…sin síndromes potsvacacionales ni tonterías.¿Será cuestión de la vocación? Hẹn gặp lại Clarisa.
Fermín…. dramas los justos y más cuando se es feliz haciendo algo. Había pensado lo de Piedrabuena pero al final me decidí por un lugar menos exótico… ajajjaja
«Te se» nota, Clarisa «te se» nota….ese todo vital…es el que habla…
Ya no te digo ná, Clarisa. ¿PA qué?
😛 Muakk!