Manuel Valero.- Desde el día de la tentativa de secuestro, Gloria se fue a vivir al apartamento de Roberto y le fue asignado un agente para velar por su seguridad. La acompañaba a distancia prudencial siempre que iba a ayudar a su tío a la tienda de flores o cuando salía a la calle a algún asunto, a la biblioteca pública, o simplemente a comprar las cosas del día.
Fue un problema añadido, una preocupación más a la ya delicada situación que se complicaba por días a medida que se aproximaba la fecha nefasta. El ataque a Gloria había conferido a las cosas un componente personal. Y esa derivada del caso Lobera irritaba al policía hasta la furia animal. Podía discernir que si lo intentaron una vez podrían volver a hacerlo, simplemente utilizando otros métodos. La vigilancia de Gloria era por eso de absoluta necesidad. Así lo comunicó a sus superiores, y así se hizo.
A cada poco se cruzaban llamadas perdidas o mensajes como balizas que informaban de que todo estaba en orden. Cuando estaban juntos, Gloria podía vanagloriarse de contar para ella sola con el mejor guardaespaldas del mundo. “Mi Kevin Kostner, particular”, le decía liberada de todo temor. Aún cuando estaban juntos el agente de refuerzo mantuvo su misión. Hasta que todo se aclarara. Esa fue la orden.
Aquella tarde, Roberto llegó a El Gato Azul con una jaula de mano cubierta por un paño. Lo esperaban Ortega, la chica de los pantalones ajustados de la tarde de la bolera, y Ropero. Habían hecho un pacto de copas:. que esa tarde le dieran a los malos del mundo. Durante el día habían revisado el escaso equipaje de la maleta de Oscar García, habían vuelto a hablar con el dueño del teatrillo Cajamarca por si había recibido noticias, regresaron a la casa del actor a mirar una y otra vez hasta la más insignificante mota de polvo… Los demás compañeros indagaron en el archivo por si se topaban con alguna indicación perdida que los pusiera sobre la pista de la organización que mantenía cautiva a Rita según su propia declaración televisada, habían conversado con otras policías internacionales. Pero nada. Nunca se había dado un caso como el que los traía de cabeza. La policía mantenía el cerco de la casa del actor y todos los coches tenían a mano una foto robot del malhechor. Demasiadas cosas en tan pocos días.
-Pero hoy a los malos que les den. Julián a ver ese gintonito Larios que se me está poniendo la garganta como el pelo de Mourinho. ¡Hombre, Roberto, qué traes en esa caja, o lo que sea eso?-, exclamó Ortega apenas lo vio pasar al local de Julián.
-Un gato. Perdón, una gata. Julián ya sabes. Hoy sin cardamomo-, dijo posando con cuidado la jaula sobre la barra.
-El mejor sitio para traer un minino es éste por supuesto-, respondió el camarero mientras le preparaba el mejunje al policía.
-Pero este, quiero decir, esta, no es azul, es una gatita blanca y negra preciosa-. Roberto apartó el paño y un maullido pacífico como pedigüeña saludó a los curiosos.
-¿Y para qué quieres ahora un gato?-, preguntó entre risas el periodista Ropero.
-¿Puedo hacerle un regalo a mi novia, y que el regalo sea una gatita?
-Por supuesto ¿Es su cumpleaños?-, Julián le puso la copa con ceremoniosa profesionalidad sobre un posavasos que era precisamente la silueta de un gato azul.
-No, simplemente, que me apetece regalarle este animalito para que le cuente las clases de flores que hay en el mundo. O para que le relate el temario de las oposiciones al Jardín Botánico-. Roberto exhaló un aire de felicidad después de dar un buen trago. Luego dijo:
-En realidad, es por el susto del otro día-. pero esta vez con un entrecejo de venganza.
-Eh, eh, vale… A los malos esta tarde que les den. ¿No quedamos en eso? ¿Ah, sí? Perfecto, el que rompa la regla ya puede ir cogiendo la puerta y a la calle-, gritó un tanto ceremonioso el periodista.
-Pues a mi los gatos me gustan más que los perros. Son mas independientes, solitarios, van a su bola y dan el ruido justito. En cambio los perros…- ahora fue Ortega quien metió baza en la conversación.
-Son los mejores amigos del hombre-, dijo la chica de Ortega.
-Unos pelotas, eso es lo que son los perros, y unos sumisos. Les enseñas algo y ya están todo el día haciendo gracietas para que el amo esté contentito y le dé su regalito-, Ropero dejó el tercio de cerveza y sacó un paquete de tabaco de la guerrera. Su chica lo acompañó a fumar.
-Nos os adelantéis que en seguida venimos, un poquito de alquitrán a los albeolos y estamos listos para la siguiente ronda, ¿Quien te quiere a tí gatita?- El animal emitió un sonido como de aire que se escapa por una rendija.
-No le has gustado-, rió Roberto.
En ese momento sonaron unas notas de jazz y el bar empezó a animarse. El policía puso un mensaje a Gloria, un par de copas y en casa. Todo iba bien. Eso lo relajó. En ese momento apareció alguien por la puerta del bar. Fue Ortega quien la vio. De un codazo avisó a su compañero con una advertencia.
-No quiero numeritos ¡Eh?
Era Amparo, la exmujer de Roberto. Iba acompañada del hombre elegante con el que la vio una noche para él ya remota de septiembre. Pero no pasó absolutamente nada. Al principio la mujer temió un encuentro embarazoso pero se sorprendió con la tranquilidad con la que la saludó. Hablaron muy poco, unas frases de cortesía dictadas según el código de las personas civilizadas.
-Hola Roberto. ¡Qué sorpresa!
-Hola, Amparo. ¡Sí que lo es! Nunca te había visto en este sitio.
-Ha sido casual, hemos hecho unas compras y hemos pasado a tomar algo. ¿Todo bien?
-Fenomenal, ¿y tú?
-También gracias. Ah, este es Román…
-Encantado
-Lo mismo digo
-¿Y ese caso? Es horrible, ¿verdad?
-Sí, lo es.
-Bueno, me ha dado mucho gusto verte. Nos sentaremos en esa mesa de allí
-Perfecto, que paséis un buen rato. Julián no les cobres. La primera ronda, claro..
-No es necesario que…
-Acepta la invitación, por favor
-Vale
-Gracias.
Cuando se alejaron, Ortega miró atónito a su compañero. Sabía que Gloria le había cauterizado las heridas, pero temió que la irrupción repentina de Amparo lo devolviera de nuevo al mismo sótano.
-No hay nada como el amor de una mujer para que se lleve los destrozos de otra, Orteguita-. Roberto bebió lo que quedaba en el vaso de un trago y antes de sellar del todo la jaula del minino, le dijo:
-¿Quien hay más hermosa que mi gatita? Presiento que me vas a dar suerte, mucha suerte , tigresa.
-¿De qué me suena a mi esa frase?-, le preguntó Ortega con una ceja levantada.