Manuel Valero.- La rueda de prensa se extendió durante media hora. Muchas preguntas, ninguna respuesta salvo las esperadas. Que la policía tenía un severo problema era obvio, que el tiempo corría enloquecido hacia el último día del año era obvio. Y que la vida de Rita dependiera de lo que aconteciera hasta entonces, un reto colosal. Antes de que acabara la cita con los medios, un periodista digital lanzó un misil.
-En el caso de que el desenlace sea fatal… y esa organización, si se confirma que existe, amenazara con seguir actuando, ¿no estaríamos ante un nuevo tipo de terrorismo?
-No contemplamos eso. Gracias, muy amables.
El secretario de Estado cortó la rueda de un tajo y dicho lo cual el silencio de la sala se convirtió en un estruendo de sillas, luego en un murmullo y finalmente en un parloteo entre los profesionales de la información. Algunos charlaban distendidamente con los altos cargos, pero la sensación de gravedad y de inquietud se había quedado flotando en el ambiente. Se notaba en la cara y el gesto de la policía. El secretario de Estado se miraba el reloj de forma compulsiva como si cada segundo fuera un aldabonazo de muerte.
Poco a poco la sala se fue despejando y cuando estaba casi desierta Roberto observó a un fotógrafo rezagado. Parecía tenso, estaba solo y a medida que colocaba los tratos de retratar en la bolsa miraba alrededor como si temiera ser descubierto. Llevaba un gorro de lana que le ocultaba el cabello y unas gafas ligeramente ahumadas.
En ese instante, Gloria se acercó a su novio para expresarle lo emocionante que había resultado la experiencia, pero Roberto no hizo caso. El corazón comenzó a latirle desbocado. No podía ser cierto. Que el asesino estuviera allí delante de las narices de todo el mundo, haciéndose pasar por un reportero gráfico, a unos metros del director general de la Policía y del secretario de Estado superaba todo lo imaginable, y colocaba a la policía en un trance ridículo difícil de olvidar.
-Qué te pasa, cariño?-, le dijo Gloria con una leve caricia..
La muchacha comenzaba a asustarse. Como viera que Roberto estaba como en otro mundo mirando un punto de la sala, Gloria dirigió también los ojos hacia el lugar que supuestamente había petrificado a su novio. Y, como Roberto, también se fijó en el muchacho del gorro de lana que había terminado de empaquetar cámara y objetivos en su maletín de fotógrafo. Gloria cogió la mano del policía y se estremeció por la violencia del pulso. Entonces sin pensarlo dos veces, Roberto apartó de sí a su novia, se acercó al reportero y le exigió que se identificara. Pero el chico de las fotos no sólo se negó sino que expresó a viva voz su malestar. El poli insistió igualmente levantando la voz.
-Con qué derecho me pide que me identifique, soy de la profesión. ¿Se ha vuelto loco?
Pero Peinado no atendió a la resistencia del muchacho y de un tirón le arrancó el gorro de lana de la cabeza. Lo que apareció ante su vista fue un manojo de pelo rizado negro como el carbón.
-Pero qué… hace, oiga, esto es un atropello. No tiene derecho a…
Ajeno a sus quejas, Roberto hizo otro tanto con las gafas mientras lo asía de uno de los brazos. El revuelo llamó la atención de lo pocos presentes que aun quedaban. Contemplaban perplejos la escena entre el policía y el fotógrafo. Gloria a un lado no sabía qué hacer ni qué decir, tan sólo se tapaba la boca con las manos. El muchacho comenzó a forcejear en serio cuando Peinado le cogió la cara y la acercó a la suya para ver unos ojos marrones que lo hicieron despertar de un tajo y reconocer el tremendo error que había cometido. Alertados, el director general de la Policía y tras él, el inspector Villahermosa, desencajado y nervioso, se plantaron ante Roberto que había liberado con desprecio a quien pensó era el maldito verdugo que los traía de cabeza.
-¿Puede dar alguna explicación a su comportamiento, agente? Identifíquese-, le recriminó el jefazo.
-Pondré una queja, me quejaré a la policía-, se lamentó el muchacho colocándose de nuevo la gorra y las gafas.
-Nosotros somos la policía, chico, queja aceptada-, terció el inspector Villahermosa.
-¡Charli!-, gritó el compañero periodista del fotógrafo a quien había esperado fuera y regresó extrañado por la tardanza.
-Este policía me ha atacado
-Cómo que… es compañero mío, somos de El DigitalCLM
-Explíqueme, agente, aún lo estoy esperando-, el jefazo.
-No lo tenga en cuenta estamos muy nerviosos…-, Villahermosa.
-Usted no, él-, el jefazo.
-Perdona, chico, lo siento de veras-, Roberto.
-¡¡Agente!!-, el jefazo de nuevo, autoritario.
-Verá, señor, me fijé en ese chico, le vi la gorra, las gafas y creí que se trataba de ese loco, ya sabe la facilidad que tiene para transformarse. Lo siento, señor. No soportaba la idea de que ese malnacido se riera de nosotros en nuestras propias narices. Creí… bueno, me equivoqué. Lo siento, lo siento…
La sinceridad de Roberto agradó al jefazo que entendió al instante pero no hizo expresa su comprensión. Hacia fuera conminó al policía a que contuviera sus corazonadas y la próxima vez tuviera más cuidado. Hacia adentro era lógico que los nervios estuvieran en su sitio.
-No están las cosas como para que encima nosotros demos que hablar. Porque ahora esos chicos de El DigitalCLM y cuantos le han visto le dedicarán unas líneas y entonces será el malo el que se descojone de la risa. Dé gracias a que ya no quedaba ningún cámara por aquí -, dijo, y se fue sin atender el último “lo siento” de Roberto.
El poli quedó de un humor maltrecho para todo el día. Villahermosa trató de animarle, Gloria hizo otro tanto abrazándolo por la cintura. En esos momentos llegó otro policía del operativo para informar que el pollo no había vuelto al nido del ático y que el dispositivo de vigilancia de la casa se había reducido a un par de hombres y un coche.
-¿Qué pasa?-, preguntó al ver la cara de duelo de su jefe inmediato y sus compañero. Y la de Gloria que era todo un poema, más de asombro que de pesadumbre. Se diría que estaba a punto de soltar una carcajada.
-Este que a punto ha estado de resolver el caso él solito delante de todo el mundo. Si ese fotero hubiera sido el malo, ahora nuestro Roberto, sería comisario, por lo menos-, gruño, comprensivo, el inspector Villahermosa.
El agente miraba a uno y a otro y a la otra sin entender una palabra.
-Pero de qué…-, balbuceó.
-Explíqueselo, jefe, dígale cuál es la mejor manera de meter la pata. Vamos Gloria, te acompaño al metro, aún nos queda mucho trabajo y a mi unas cuantas tilas que tomarme-, remató el mejor hombre del inspector Villahermosa.