Manuel Valero.- -No estaría de más que todo esto sirva al menos para reflexionar sobre los contenidos televisivos. No estoy en contra de la información frívola pero todo tiene un límite, no sólo el de los tribunales. Nuestra Constitución distingue muy bien entre la libertad de expresión y la intimidad y la dignidad de las personas. No es una blasfemia si reconocemos que hablar de dignidad y determinados programas es hablar de dos cosas absolutamente antagónicas.
Quien tomó la palabra era el director de Mundoglobal, el periódico en el que trabajaba Ropero, el periodista amigo de Peinado y Ortega. Como era de esperar la objeción del periodista serio no agradó a los responsables de Trapos y Corazón. Apenas terminó su breve alocución que éstos la recibieron con desagrado. Les incomodaba el alarde superioridad moral con que se revestía pero lo que peor les sentaba digerir era que de alguna manera el director de Mundoglobal tenía razón.
-Un acuerdo que suponga una claudicación puede entenderse como una debilidad del propio sistema, pero creo que a tenor de las circunstancias es lo más razonable que podemos hacer. Salvar una vida a cambio de cerrar la carnicería o despacharnos con un cadáver más que a lo mejor no es el último-, añadió el director de El País Universal.
-¿Qué quiere decir con eso?, inquirió el ministro con la cara desencajada.
-Que si no damos nuestro brazo a torcer no sólo tendremos un fiambre más sino una opinión pública absorta, un escenario diabólico con una trama esotérica dispuesta a blanquear la televisión que no parará hasta conseguirlo, si para ello es necesario continuar con las acciones sumarias-, precisó el periodista.
-¿Acaso sugiere que estamos ante un nuevo terrorismo que se presenta como bueno porque actúa contra un determinado modelo de entretenimiento televisivo que los terroristas consideran malo?Esto es una locura”, el ministro se levantó del asiento y caminó a zancadas por el despacho.
-Todo terrorismo acaba prostituyendo la más noble causa-, precisó el director de El País Universal.
-Por Dios, esos canallas son los malos, lo que hacen estos señores es… es pura filfa-, el ministro se quejó como el que no se siente comprendido pese a creer estar armado de razones.
-Me parece una infamia lo que aquí se está diciendo -el presidente del Consejo de Administración de Mediamil también se levantó de su silla como impelido por un resorte- y desde luego no estoy dispuesto a que estos señores de la verdad absoluta y la información impoluta nos pongan en el mismo rasero que ese criminal, o esos criminales, o lo que sean… Repito que nosotros no matamos a nadie, no destruimos a nadie.
-¿Está usted seguro de ello?- la pregunta de Roberto sorprendió a su jefe Villahermosa y al propio ministro del Interior, y por supuesto, al mandamás de Mediamil a quien iba personalmente dirigida la pregunta, sin que se escapara del dardo el colega del competidor Canal 12.
-¡Cómo que si estoy seguro! Por favor, señor ministro esto es imposible de admitir!-. bramó el oligarca mediático.
-Explicate, muchacho-, le dijo el ministro mientras con una mano invitaba al de Mediamil a serenarse.
-…Ustedes no han eliminado a nadie, ni nadie los considera unos asesinos, eso sería tan inapropiado como absurdo, pero basta con echarle un vistazo a determinados momentos estelares de su historial rosa para probar que ha habido personajes que se les han resistido, que les han acosado, y cuando éstos han reaccionado con algún improperio, ustedes se han cebado en ellos con recochineo, hasta ejecutarlos medíáticamente en la plaza pública. Ustedes no han provocado la muerte de nadie directamente, pero no estoy seguro de si indirectamente hayan propiciado alguna decisión fatal”, dijo el policía de corrido, seguro, con un prurito de altanería, incluso de rabia.
-¡Inadmisible, odiosamente inadmisible! -, rugió el de Mediamil.
-¡Esto es una infamia!-, gritó el de Canal 12.
-¿Se acuerdan ustedes de Irene Cruz?-, Roberto atacó de frente, en pie como sus dos adversarios circunstanciales.
-¿De quién demonios está hablando?
-Vaya, supongo que ya la han olvidado. Y sin embargo, usted ya estaba la frente de la cadena Mediamil cuando se emitía Alta Tensión.
-Así es, un programa pionero-, dijo.
-Efectivamente, fue un programa pionero para desgracia de muchos. Pues debería recordar que una muchacha, apenas una adolescente se quitó la vida harta de verse ridiculizada por su cadena, caballero, angustiada ante tanto escarnio que con tanto arte le regalaban Tony Lobera y Rita Rovira y Antonio Morales y todos los demás. ¿Sabe de quién estamos hablando? ¿La recuerda ahora?
La actitud de Roberto casi traspasaba los límites de la corrección pero se apoyó en algo que había ocurrido hacía apenas unos días: el comunicado de Canal 12. Ahora le tocaba el turno a la otra cadena amiga o enemiga. En él hacían oídos sordos a la clemencia de Rita y habían decidido continuar con la carnaza sin que importara nada lo insólito de la situación. El policía prosiguió ante la mirada perpleja pero admirativa de su jefe, su compañero de fatigas Ortega, y del propio ministro del Interior:
-Tomen el acuerdo de estudiar la cancelación de esa basura, háganlo por el bien de esa mujer, ganemos tiempo, como había apuntado aquí el director de El País Universal, que nosotros trataremos de hacer el resto. Si me lo permite, señor ministro, les propondría convocar a toda la prensa mañana mismo aunque sólo sea para calmar a la opinión pública de que todos los interesados en el bien de Rita, incluido el Gobierno, están tratando de encontrar una salida”
-¿Ustedes qué dicen?.
La mirada del ministro enfiló a todos los presentes. Y finalmente, hubo acuerdo sobre la propuesta, a regañadientes como en todos los grandes acuerdos tomados con la soga al cuello.
-¿Y si no resulta?-, la pregunta desesperada fue del pez gordo de Canal 12
-Los cogeremos a todos-, respondió ahora Villahermosa
-¿Y si fallamos?- especuló le ministro con un hilo de voz.
-Que Dios nos pille confesados-, exclamó Peinado.
Ahora fue Ortega quien miró a su compadre con los ojos fuera de sus órbitas, boca entreabierta y expresión de impacto súbito.