Nació durante la dictadura militar y aun seguía vivo con su función inicial, ser el altavoz de los que tenían el poder. Se trataba del Lince, una publicación manipulada por la oligarquía y pagada por el pueblo. El mocetón al que a veces le encargaban las fotos no tenía un pelo de tonto, tampoco de listo. Saludaba por la calle al estilo militar con su cámara colgada del cuello, como si fuera un cencerro. Tampoco se perdía un acto patrio, en ellos encontraba esa excitación que necesitan los que necesitan esa excitación en esos actos patrios. En ese terreno se sentía seguro. Se emocionaba de verdad. «¡Que se aparten de ahí, coño!», gritaba con autoridad para reclamar notoriedad. ¿Se pueden dar la mano otra vez?, era una de sus frases preferidas entre destello y destello del flash. “Me compré un teleobjetivo con diafragma”, recalcaba con frecuencia, “que me permite hacer fotos desde muy lejos, los culos de las chicas me salen niquelaos”. Era el arma preferida de este guerrillero del lente. En una ocasión, pudo disparar con precisión a unos manifestantes de secundaria que salieron a la calle para pedir mejoras educativas. Cientos de primeros planos en su mirilla. No fallaba. Tiros certeros con su gran cilindro diafragmado. «¡Fuera de ahí, coño!», gritaba a informadores que se aproximaban a los estudiantes. Al día siguiente sacó un sobre de su mochila y le regaló las imágenes a la policía, “ aquí tenéis a estos pájaros” le dijo al uniformado, “a ti sí que te metía yo”, le dijo a una chica que pasaba a su lado. Cuando la policía vio las fotos, todos los chavales estaban nublados. El inspector dijo que era culpa del diafragma, al Lince no le tiembla el pulso, aseguró con firmeza. No seamos ingenuos, dijo el comisario, no podemos fiarnos de los voluntarios.
El Lince le cogió el gusto a esa forma tan personal de informar. Sindicalistas, desahuciados, ecologistas, obreros, universitarios, vecinos inconformistas, porreros, estafados de banca, estafados de Estado, trabajadores de la fábrica de cervezas, funcionarios sin función, con función, maestros y demás ciudadanos pasaban a menudo de la cámara a la comisaría. «Todos nublados mi comisario», exclamó el detective con cierto aburrimiento. «Al archivo, compañero, ya vendrán en el futuro aparatos antiniebla», le dijo el jefe.
El futuro llegó pronto y Los Linces se perdieron entre la niebla. Su función pasó a los equipos de confianza de los oligarcas. Cientos de cámaras tomaron las calles esquina por esquina protegiendo la ciudad. Todo controlado.
Al Lince se le ve ahora por las noches en busca de sus presas. Acechando con sigilo, ocultado tras las farolas y los coches, con su con chaleco camuflageado y su objetivo diafragmado, sisea a los que pasan y les pide se choquen la mano, que le miren sonriendo, que vuelvan a cortar la cinta. Brinden de nuevo, por favor.
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Muy buen relato. Me gusta.