Manuel Valero.- Tan desatendidos estamos de historias que hagan añicos esa antipatía cotidiana que se dilata aun más con el sol de justicia de agosto (si no hiciera sol en agosto con su dosis exacta de caloruzo no sería de justicia) que nos hemos bebido los vientos por la insólita rebelión de los árboles y el strep-tease de una culebra desorbitada que de momento nadie ha encontrado.
Así sea, para darle las gracias por hacernos olvidar a Bárcenas, el bandolerismo ereniano, la reaparición de la llantina nacionalista, el pulso ficticio por la Roca o el arcano de la crisis egipcia. Eso por no focalizar con la luz corta, las animadversiones personales que cada cual profesa a los otros de la misma manera que adora a los nuestros-suyos, como el cavernario al gran astro. A mi lo único que me interesa ahora es la conclusión final de las parrandas culebreras de la señora Boa Constrictor o si, como se sospecha, todo es una pérfida performance sin otro objetivo que entretener al personal.
Aunque así fuera, puntúo con two votes al ciudadano que ha conseguido darle un toque surrealista a este verano que ya andaba intentándolo con el murmullo de los Elms y otros avisos soterrados. Transferencias oníricas que dan mucho juego para un divertimento de ficción, con ciencia o sin ella, mucho más evocador que el otro surrealismo de pana de procesiones y vírgenes y estereotipos de tipos monos y otros atavismos que emergen desde las tinieblas de las tradiciones inventadas. No hay más actualidad que ésa. Y ahora mismo no pienso sino por dónde pintará las sinuosas eses la boa que aprieta, si andará agazapada a la espera de algún conejo desdichado o si buceará en las familiares aguas del Vicario para aparecer de pronto entre el gentío, como un periscopio coloreado o un mosntruo Ness pero con plumas y a lo loco. Que serpientes emplumadas hay como diosas divas. Los árboles rebeldes y la culebra extemporánea me han liberado de la aburrida cantinela de todos los días.
Otros veranos han sido trágicos de tiroteos en barrios de la marginalidad, de incendios sofocantes o de esa ira pegajosa que siempre borbotea del alquitrán de las ciudades y convierte a los ciudadanos en rabiosos incívicos. La boa, cualquiera que sea su suerte o su pertenencia tanto al mundo real como al de las especulaciones alucinadas por la canícula, me ha reconciliado con la actualidad.
Uno que trabaja en un periódico y suele hacer en labores de mesa la sección de Internacional siempre llega a casa empercudío de sangre, balas y humo, cuando no de mal humor por el estilo-hiena con el que los partidos se lanzan a degüello para machacar al prójimo-enemigo a rebufo de cualquier desgracia. Y no porque uno no prefiera los partidos, válgame la Boa, con todas su plumas y bisutería estampada de escamas, sino por la cultura y el estilo Curro Jiménez como aquí entendemos el demos gracias a la democracia.
Ya habrá tiempo, cuando el estío acabe de prepararnos para otoños calientes, paños fríos y navidades laicas. O no. Pero de momento, no hay nada que me sugiera más que pensar que ahí fuera hay una bicha capaz de convertir en huano una pilastra de hormigón. Una bicha traída por la estupidez de un snob de mascotas raras o una camisa culebrera hilada por un bromista en busca de autor. O lo que sea. Que en la capital de la Mancha repte sinuosa la miserable y artera que nos arrojó del Paraíso es como para no descolgarse de los medios y los digitales para seguir minuto a minuto el desenlace final de este culebrón prodigioso. Habrá que estar bien atentos por si nos traga a todos. Yo por si acaso ya voy pertrechado con la canción de Silvio Rodríguez, Sueño con serpientes, por si le toco a los postres:
Ésta al fin me engulle, y mientras por su esófago
paseo, voy pensando en qué vendrá.
Pero se destruye cuando llego a su estómago
y planteo con un verso una verdad.
Una cosa más
Manuel Valero
«Pa» enmarcarlo», D. Manuel…pero en un marco completamente redondo…y a ser posible forrado con esa piel que han encontrado, el artículo lo merece.
¿Caloruzo dice? Aquí en el campo de Calatrava ahora mismo y a la sombra, 37 grados de «ná». Y las lagartijas, de verdad.
Rítmico, sinuoso y venenosamente adictivo.