Corazón mío. Capítulo 48

Manuel Valero.- Rita Rovira se despertó en el centro de un recinto de forma circular de columnas falsas, escalonado a ambos lados, con la techumbre muy alta, abovedada y decorada con pinturas paganas que representaban estampas bacanales. Aturdida aún, miró a su alrededor. corazonmioEstaba sola, sentada sobre un trozo cúbico de mármol con dos argollas a los lados a las que estaba sujeta de ambas manos con una fuerte cinta adhesiva, así como de  los pies. A izquierda y derecha vio varias hileras de escalones como si fueran escaños y enfrente una pieza rectangular cubierta por un paño, algo parecido a un altar. A medida que fue volviendo en sí el terror se adueñó de ella. Aquel lugar, que parecía un panteón le produjo escalofríos. Gritó, gritó con todas sus fuerzas. Sus gritos se ahuecaron con un eco breve y el sonido de su propia voz pidiendo ayuda aumentó su pavor. Poco a poco fue recordando. Alguien la asaltó en el baño, respiró algo húmedo y luego nada. El despertar fue en aquella misteriosa edificación por la que apenas se colaba la luz salvo por cinco vidrieras góticas repartidas a lo largo del  hemiciclo.  A su espalda tenía la pared como a cinco o seis metros y la puerta de entrada también enmarcada entre columnas falsas. Gritó de nuevo, con todas sus fuerzas, hasta hacerse daño en la garganta, pero nadie acudió en su ayuda, nadie atendió sus ruegos.

-Por favor, ¿hay alguien ahí? ¿Por qué me han traído a este lugar? Que alguien me ayude, por favor-, repetía una y otra vez sin respuesta a sus desesperadas interrogantes.
Estuvo gritando durante horas hasta que paulatinamente sus quejas se hicieron patéticamente resignadas y sólo se hablaba a sí misma entre sollozos, abandonada a su suerte. Todo lo que había ocurrido antes de su secuestro le vino a la mente en una secuencia maliciosamente lógica. El asesinato de Tony Lobera,  el asesinato de Antonio Morales… Ahora, le había tocado a ella, pero a ella no la ejecutaron sumariamente como había ocurrido con sus dos compañeros. Sin embargo, la insoportable sensación de reconocerse como la próxima víctima en ese juego espantoso que alguien había decidido jugar por su cuenta, la llevaron a un estado de horror que la hacía desfallecer por momentos.
-¡¡Tony, por favor, si eres tú, libérame, por Dios!! !!Tony, Tony, bastardo, hijo de puta, cabrón!!

Luego volvía a desfallecer y se despertaba llorando sordamente, sola, aislada en aquel inquietante lugar. Un ruido como de agua corriendo por alguna parte aumentó su desolación, aun más cuando descubrió en la penumbra que difuminaba los volúmenes entre dos vidrieras, detrás de lo que parecía un altar, una pila rudimentaria sobre la que goteaba un grifo en forma de gárgola. Sus propios tacones retumbaban en el vacío de aquella sala hipóstila, construida en mármol, cuya forma y disposición la sobrecogía cada vez que intentaba inspeccionar el lugar donde se hallaba recluida en los intervalos de la lucidez y la calma.

No sabía qué hora era. Miró las vidrieras, una luz mortecina alumbraba lo justo para desvelar la cercanía.La penumbra era cada vez mayor. Pensó en la noche y volvió a gritar de nuevo, ya no eran gritos, eran alaridos que el eco le devolvía con desconcertante fidelidad. Siguió gritando una y otra vez, hasta que no pudo resistir más y se desmayó. Estuvo inconsciente varias horas hasta que despertó disuelta en la más absoluta y oscura soledad. Creyó oír voces, pasos, risas pero no eran sino reflejos delirantes de su mente. En esa situación de paroxismo y tras implorar de nuevo una ayuda que nadie atendía, Rita Rovira Rodríguez, la triple R de la prensa del corazón, volvió a desvanecerse en un aturdimiento profundo del que ya no despertó hasta que las luces de la mañana, de una soleada mañana de diciembre, sin lluvia, encendieron los colores de las vidrieras.
Fue al despertar que lo vio de pie frente a ella, con una sonrisa diabólica. Fumaba un cigarro y la miraba fijamente, sin el menor atisbo de compasión. Al principio, Rita aún atolondrada por el agotamiento mental sólo vio unos contornos difusos pero lentamente fue focalizando hasta ver con claridad a la persona que la observaba como orgullosa de tenerla cautiva con una sombra de maldad en sus grandes ojos escrutadores y azules.

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