“Hoy he conocido a Pilar, la nueva dependienta de la floristería, y Cupido ha debido vaciar un carcaj por que tengo el corazón ensartado de cien maneras. He ido como todos los años a finales de octubre desde que murió mi madre a por rosas para su tumba. La he visto en medio de aquel paraíso terrenal con su cabellera negra y sus ojos castaños. Le he pedido rosas y me ha mirado con un gesto apacible y me ha sonreído cuando le he pagado. Creo que me he enamorado. “Rosas” le dije embebido en la perplejidad del primer trancazo y tuve que responder casi sin aire “una docena” cuando ella me solicitó la cantidad. Así me trague la tierra si mañana no le digo que la amo. Ya van para dos años yendo a por rosas para mi madre y cada vez que la miro se me detiene el pulso. Le he comprado paletas de pintor, hoy, y ha sido mi fin. Me ha dicho que se casa. No quiero oler las flores, hoy quiero ser pasto de la flor más carnívora, me he retrasado cobardemente, he llegado tarde al mundo. Nada puede florecer ya en el páramo oscuro de mi alma”.
-¿Sigues ahí, cariño?- Gloria dejó de leer, levantó la mirada del papel y escrutó al policía con una mirada de maestra buena.
-¿Si? Eh, claro, un páramo florido en la oscuridad, ¿no?-, se disculpó Roberto sorprendido con un oído en el cuento y la mente en el rapto de Rita. Pero como viera el interés de Gloria por pasar el día sin el menor sobresalto en la cálida placenta del hogar, le rogó que continuase. Pero no se avino a concentrarse completamente. Hacía como si siguiera la melancólica historia de amor que relataba el cuento, pero sus pensamientos estaban en otro sitio. Gloria leía, de vez en cuando detenía la lectura para inspeccionar que su pupilo andaba aplicado, y como lo viera con cara de asentimiento prosiguió:
“Pero no me arredré. El amor no sabe de compuertas ni decretos, ni de leyes ni de dioses. Así que otro año que fui a comprar rosas para mi madre…
¿Cómo ocurrió con esa irritante facilidad? ¿Por qué a veces el azar dispone la secuencia de las cosas para que todo discurra como si no tuviera más remedio que discurrir. Nadie se percató de nada, nadie reparó en ese hombre, todo se deslizó por la suave pendiente de lo inevitable, como si una mano invisible manejara los hilos con una precisión increíble. El hombre llegó al aparcamiento de la cadena Canal 12, dejó la furgoneta con el anagrama Limpiezas Blanco pintado en los flancos, sacó los trastos de limpiar, se mezcló con todo el personal, simuló su cometido de limpiador nuclear, se fue acercando sinuosamente hasta la zona donde trabajaba Rita Rovira, a la que había vigilado en otras ocasiones con ardides similares, ora de mecánico, ora de eléctrico, ora de porteador, aguardó a la hora acostumbrada, y cuando penetró en la toilette con el cestón asió fuertemente a la mujer y la neutralizó con un trapo empapado en adormidera química….
..le pasé un pequeño papel con una declaración de amor tan simple como profunda y sincera. Ella ya estaba casada, pero no hizo ningún esparaván, leyó el “te quiero” sin el menor registro emocional, sólo arqueó las cejas, recogió los labios en un pliegue de su mejilla y miró para otro lado. Por una parte, esperaba una reprimenda, por otra, una mirada de complicidad. Su conmiseración me acabó de quitar la vida. Salí a la calle ya cadáver…”
-¿Cadáver? ¿Qué cadá… Ah, ya?-, sopló Roberto estirado en el sofá.
-¿Por qué tengo la sensación de que no me estás haciendo caso, corazón?
-Porque es una sensación falsa, ya que te tengo enfilada en mis cinco sentidos, sobre todo en uno…”, dijo el policía pícaramente…
Prosiguió con la lectura, con voz cadenciosa, un poco afectada pero muy teatral
Un día le pedí flores para el olvido y Pilar suspiró de pena. Creí ver en ese viento de pesadumbre el atisbo de un amor tardío. “Tengo azaleas”, me dijo, sin avisarme que las azaleas son venenosas y proporcionan un olvido definitivo. Compré un ramo de gardenias y volví a decirle te amo sin pronunciar palabra.
Luego el hombre maniobró con agilidad para introducir el cuerpo dormido de la diva en una de las grandes bolsas de plástico negro que llevaba en el cestón, y la tapó con otras bolsas vacías y papeles y salió hasta el exterior, empujando la mercancía como si tal, haciendo como que oía una música infernal, moviendo la cabeza hacia arriba y hacia abajo como hacen los estúpidos perritos de adorno en la trasera de los coches, cargó el cestón en el interior de la furgoneta inclinándolo con cuidado por la parte del tren de ruedas, la puso en marcha y arrancó casi con aburrida rutina. Saludó al vigilante de la garita, disparándole el dedo indice y se perdió en el dédalo de pistas que confluían en la gran ciudad.
“ Me atormenta pensar que fue mi retraso cobarde lo que me apartó de mi dicha. Esperé demasiado, tal vez si le hubiera escrito mi amor antes, ahora la llevaría siempre a mi lado. Y pasaron los años y ella tuvo una hija y yo desangrándome le regalé azucenas y cuando le nació la segunda hija, la consideré propia. Así pasé cuarenta y dos años…”
-Se parece a El amor en los tiempos del cólera-, interrumpió Roberto, que había sido misteriosamente captado por el cuento y esta vez de verdad.
-No es raro, mi tío se ha leído todos los libros de Gabriel García Márquez-, le dijo Gloria sentada en el suelo como un Buda, mostrando con descuidada inocencia el destello de su ropa interior.