Ángel Romera.- La jirafa de fuego aparece ocasionalmente en la obra del pintor surrealista
Salvador Dalí, hoy tan de moda por la exposición del Museo de Arte Moderno Reina Sofía, que no he visto, por desgracia (en este tiempo las desgracias suelen ser económicas).
Se me ocurre pensar, por cierto, que una de las decodificaciones posibles de este signo, creo yo, es se trate de un
qilin, un monstruo mitológico chino que se suele identificar con una jirafa ardiente y es signo del buen augurio que supone el nacimiento de un sabio; algunos también lo llaman unicornio chino (los unicornios chinos tienen dos cuernos).
De hecho, cuando el antecedente histórico real de
Simbad, que, según unos, es
Ulises, y, según otros, el almirante chino, musulmán y eunuco,
Ma Sanbao (el nombre se parece ¿no?), que hizo siete viajes, como el propio Simbad, trajo al volver de su cuarta expedición una jirafa al famoso emperador Ming
Yongle (el de la caudalosa enciclopedia), el animal fue tomado como un
qilin con que el cielo recompensaba el buen gobierno de Yongle. El
qilin mitológico tenía la naturaleza compuesta de las quimeras: cuerpo de perro-león (a los chinos les costaba diferenciar las características de estas dos criaturas), cuernos de cervato y piel escamada de pez. Por demás, estos tipos de cadáveres exquisitos u ornitorrincos eran muy apetecidos por las fantasías surreales. Ya sabemos la fascinación de Dalí con los eunucos; él mismo era impotente a causa de las castrantes perrerías que le hizo sufrir de niño su padre notario (no voy a contar ahora lo de «toma, lo que te debo», que podría parecer escabroso). Por demás, la iconografía de
Las mil noches y una está siempre muy presente en Dalí, especialmente en sus litografías.
El cuadro en que aparece presenta en primer plano a una doncella reificada o maniquí-momia, por el estilo de las de
Solana o Gregorio Prieto, que, hipotéticamente, se aproxima al lejano qilin con la tarea de domeñarlo a la occidental, aunque la atmósfera en general, que adopta una especie de escenografía de yuxtaposiciones dialogantes a lo
Giorgio De Chirico, representa una burla, con algo de taurómaco, de
La gallina ciega goyesca, pues el maniquí está partido por una especie de atracción-repulsión. Los cajones de la pierna aluden a un pasaje de
Freud, a quien tanto admiraba:
La única diferencia entre la Grecia inmortal y nuestra era es Sigmund Freud quien descubrió que el cuerpo humano, que en griego se limita a veces de forma neoplatónica, está ahora lleno de cajones secretos que se abrirán sólo a través del psicoanálisis.
Las horcas caudales, que no caudinas, son un estilema iconográfico muy repetido en el autor que alude a su impotencia, como el sexo cadente desde la nube que señala al unicornio o qilin. El cuadro fue pintado en Estados Unidos entre 1936 y 1937, pero no representa nada de la Guerra Civil, salvo la vaga sensación de corrida de toros que destila el conjunto, potenciada por el trapo/cuchillo/espada/coágulo rojo que esgrime el eco del maniquí a la derecha, angustia por su impotencia que corresponde a la situación real de la propia España, si queremos verlo así.