Juanma Núñez.- Las leyendas del automóvil están sazonadas de mitos nacidos, la mayoría de ellos, en los albores del s.XX, en plena “Belle Epoque”, cuando los archiduques mandaban en la Vieja Europa y austro-húngaro era un gentilicio temido tanto como respetado. Precisamente de un cónsul y hombre de negocios austro-húngaro nació el nombre de automóviles seguramente más popular del planeta: Mercedes. El prohombre en cuestión se llamó Emil Jellinek y su impronta cambió el rumbo de la historia del automóvil.
Jellinek, nacido en Leipzig a mediados del XIX, de orígenes judíos, fue tan mal estudiante como buen negociante y aventurero. Un joven al que su padre pone a trabajar en los ferrocarriles vieneses (la familia se asentó en la capital del Imperio poco después del nacimiento de Emil) por sus malas calificaciones escolares y al que acaban despidiendo por “organizar carreras nocturnas de trenes”, vamos como si fuera un “breaker” de este siglo. Emil, gracias a los contactos de papá Jellinek, acaba de ayudante del cónsul en Marruecos y de ahí a Niza, donde se instala en una mansión, a la que llamará Villa Mercedes y se casa en primeras nupcias con una chica de origen franco-sefardí que le dará dos hijos y una hija, antes de fallecer a los treinta y nueve años.
La niña de este matrimonio, Adrienne Manuela Ramona, será llamada Mercedes y acabará inspirando el nombre del automóvil, y no sólo del auto, sino el de más villas y propiedades que Jellinek irá acumulando en su exitosa carrera, primero de diplomático y luego como empresario, así como el del `propio Emil Jellinek que, en 1903 añadirá Mercedes a su apellido.
Sin embargo lo que interesa para nuestra historia no es el desmedido interés de Jellinek por el nombre Mercedes, sino su determinante visión para hacer el tránsito entre los coches de caballos, sin caballos, a los automóviles estructuralmente modernos.
Jellinek, que para finales del XIX tenía una sólida posición en toda la Costa Azul, Niza sobre todo, desde donde vendía automóviles a la nobleza europea que vacacionaba en la zona, tuvo la idea de participar en una de las incipientes carreras de la época, en concreto en la subida a La Turbie, prueba en la que cosechó un abandono tras accidentarse. Este incidente sirvió para que instase a uno de sus proveedores, Daimler y Maybach, a fabricar un vehículo de carreras capaz de generar con sus éxitos la publicidad necesaria para la marca. De ese coche revolucionario que Jellinek encargó a Daimler y Maybach se fabricaron 35 unidades que fueron en exclusiva para el avispado empresario que, dado su alto nivel de ventas, también hizo un pedido de 36 unidades de los habituales DMG (la marca de la sociedad). El nuevo coche sería llamado “Mercedes” y Jallinek fue muy específico ante lo que quería: «no quiero un coche para hoy o mañana, éste será el coche del día que marcará una época». Ruedas delanteras y traseras del mismo diámetro, mayor distancia entre ejes y anchura para proporcionar estabilidad, mejor localización del motor en el bastidor del coche, menor centro de gravedad, sistema de ignición eléctrica utilizando un nuevo sistema diseñado por Bosch, fueron algunas de las revolucionarias soluciones técnicas que Jellinek aportó/exigió a los que en el futuro serían sus nuevos socios. Oficialmente llamarían al modelo Daimler-Mercedes para evitar otros registros de DMG y Jellinek se garantizó la exclusiva de ventas en casi toda Europa y los Estados Unidos.
A la fabricación del vehículo, dirigida con telegramas diarios de Jellinek a la central de Stuttgart, siguió la sorprendente puesta en carrera de los nuevos coches que empezaron arrasando en las pruebas de la Semana de Niza lo que provocó en 1901 el primer eslogan de la marca que enunció casi inconscientemente en Presidente del Automóvil Club se Francia, Paul Mevan, al términos de una de aquellas espectaculares y exitosas carreras: «hemos entrado en la era Mercedes», una frase que, reproducida por todos los periódicos del mundo, puso a Daimler, Jellinek y Mercedes en la cúspide de la industria del automóvil. Las ventas de DMG aumentaron exponencialmente, llevando a la planta de Stuttgart hasta su máxima capacidad y aquilatando un exitoso futuro como empresa de fabricación de coches.
Finalmente, en 1902, el 23 de junio, DMG decidió usar el nombre de «Mercedes» como marca registrada para su toda su producción automóviles y oficialmente lo registró el 26 de septiembre.
Emil Jellinek añadió en junio de 1903 el nombre de Mercedes a su apellido, soltando otra de sus incombustibles frases: «ésta es probablemente la primera vez que un padre ha tomado el nombre de su hija».
Desde entonces, hasta su muerte en Ginebra al final de la Gran Guerra, siempre firmó como «E.J. Mercédès». Una de sus nietas, Elfriede Jellinek fue Premio Nóbel de Literatura en 2004 y no, no se llama Mercedes.
Mucho, Juanma, pero mucho
Un artículo muy interesante, enhorabuena!. Mercedes, todo un mito del automovil aunque la estética de algunos de sus últimos modelos sea un tanto cuestionable; una pena.
Sin duda Mercedes fue un referente incluso en los inicios del automóvil, una preciosa historia para quien le gusten los coches
Un saludo