Manuel Valero.- Ajeno a la celada, el hombre salió a la calle tan indiferente como un niño que juega con su camión mientras sus dos hermanos mayores se enzarzan en una inocua trifulca fraternal. De modo que abandonó el Teatro Moderno sin mirar hacia ningún lado con desconfianza, como haría un fugitivo ni acentuando impostadamente un mimetismo absoluto, como haría el mismo fugitivo.
Se subió el cuello de la gabardina y se puso el sombrero. Adaptado el abrigo para abrigarse de la noche -soplaba un viento helado que arrastraba esquirlas de hielo de las montañas del Norte- caminó con la naturalidad de un ciudadano limpio y anónimo. Pero antes de llegar a la primera esquina de una calle secundaria de una sola dirección, el hombre se vio rodeado por otros cuatro hombres de paisano que se le identificaron como policías, uno de ellos, Ortega, con un fotograma en el que se le veía aplaudiendo a rabiar entre el público del programa Corazón Abierto.
El hombre, aturdido, fue incapaz de hilvanar al principio una palabra coherente. El movimiento de la policía, pese a la discreción inicial, no tardó en alertar a la gente y ésta en su reunión callejera a los cámaras de televisión, que corrieron al lugar para captarlo todo. Uno de los polis trató de espantarlos sin éxito.Ortega ordenó al oficial que abandonara el intento y se concentrara en el trabajo. De todas las maneras era como abatir un bloque de granito con moñiga de vaca.
– Policía, haga el favor de acompañarnos…
– Pero..
– ¿Se reconoce usted en esta foto?
– ¿Yo?, sí, sí… ¿pero qué significa esto? ¿Qué hacen ustedes? ¿Por qué…?
– Queda usted detenido como sospechoso del envío de unos sobres con material gráfico a varios medios de comunicación, relacionado con el caso Lobera.
– Pero qué tontería están diciendo ustedes, déjenme, soy un ciudadano honrado, vivo aquí al lado, lo pueden comprobar, aquí está mi carnet. Oh Dios santo, me he dejado la documentación en casa..
Los policías oyeron las escusas del detenido con displicencia, tan acostumbrados estaban, aguardaron a que un coche se les acercara y lo metieron en su interior…
– Quiero un abogado, la policía no puede hacer esto, esto es un país libre.
– No se preocupe, no le vamos a violentar ninguno de sus derechos, pero es usted sospechoso de estar implicado en el caso Lobera. Usted mismo se ha identificado en esta foto, aunque no coincida la indumentaria, porque usted se cambia de ropa, ¿no?-, le dijo Peinado, sentado junto a Ortega.
El detenido viajaba esposado en el centro del asiento de atrás flanqueado por dos oficiales de policía de uniforme.
-Esto es una terrible confusión, por Dios no entiendo nada, cómo pueden pensar ustedes que yo… Oh Dios mío…- se quejaba amargamente el detenido.
– No se preocupe. Ya tendrá oportunidad de explicarse con detalle en la comisaría con todas las garantías, allí podrá responder a unas cuantas preguntas. Si está limpio no tiene nada que temer. Lo dejamos en libertad y a casa…-, Peinado habló de corrido.
El detenido, melena aceitosa con canas como brochazos, un bigote espeso que le ocultaba el labio superior y le caía en cascada sobre el inferior y con unas gafas inclasificables, dejó de lamentarse y esperó a que todo se aclarase. Y se aclaró dos horas después. Las preguntas, el cuestionario estratégicamente ordenado para coger al vuelo las incoherencias, las fotografías de él mismo en el plató, los cortes de vídeo de él mismo en el plató… demostraron que el hombre que Peinado, Ortega y los demás agentes detuvieron a la salida del Teatro Moderno, era un probo funcionario autonómico sin ninguna coartada ficticia porque jamás estuvo en la mensajería a la hora en que fueron enviados los sobres, y aunque era un entusiasta seguidor de la triple R a la que consideraba incomparablemente mejor que “al otro”, no tenía ni un átomo criminal en el ADN que le había tocado en suerte. Y sobre todo, por dos detalles: uno físico escrito en el antebrazo, y otro estrictamente de ubicuidad porque nadie, todavía, puede estar en dos sitios a la vez en carne mortal.
El detenido mostró el brazo derecho, en el antebrazo casi en el dorso de la mano tenía una cicatriz que el sujeto que aparecía en los cortes de video no mostraba, detalle fácilmemte cotejable con un visionado exhaustivo y detallista. Pero lo más revelador fue que el hombre acudía con frecuencia irregular al programa Corazón Abierto y siempre era los martes y los jueves, y nunca el resto de los días porque iba a atender sus obligaciones a una institución como voluntario. Y los días que marcaba el registro del video, 28 y 29 de octubre y 4 de noviembre, se correspondían con los días de la semana domingo, lunes y domingo.
!!La madre que…!!-, exclamó Peinado cuando la policía comprobó punto por punto todo cuanto dijo el hombre de aspecto mejicano, “patriarca gitano o vaya usted a saber”, en expresión del inspector jefe Villahermosa.
– Puede usted marcharse. Espero que entienda el celo…-, se disculpó Peinado.
El hombre aprovechó para degustar la victoria de la inocencia con gestos de condescendencia y de repetir hasta la incomodidad: “Se lo dije a ustedes… Pero no se preocupen, eso prueba que tenemos una buena policía”
Antes de irse Peinado le dijo:
– Le agradecería que, bueno, que no aceptara la invitación de… ya sabe, Corazón Abierto o de Trapos, o de los dos,…”
-Eso no se lo puede prometer, de alguna manera me han hecho ustedes un favor- le respondió malévolamente.
Me devolvieron intacto con un guiño mi dinero,
la cadena, la cartera, el reloj.
Yo que siempre cumplo un pacto, cuando es entre caballeros
les tenía que escribir esta canción.
Hoy venía en el diario el careto del más alto
no lo había vuelto a ver desde aquel día.
Escapaba del asalto al chalet de un millonario
y el la puerta le esperó la policía.
Mucha, mucha policía…
(de un tal Sabina)