Corazón mío. Capítulo 27

Manuel Valero.-No, no, y no- vociferó Villahermosa- ¿cómo es que…? ¡La madre que parió al mundo!
Todos callaban en el despacho del jefe, con un ojo en la pantalla del ordenador y con otro siguiendo el irritante circuito cerrado del inspector que iba de una pared a otra, con un puro de dimensiones grouchomarxistas clavado ya a perpetuidad intermitente entre los dedos… Peinado se atrevió a advertirle de su dolosa actitud, mucho más reprobable por tratarse de un guardían de la ley
corazonmio-¿Sabes por donde me paso yo la ley antitabaco? Exactamente. Bien vale, lo apago. Ortega abre la ventana que se despeje esto, no vaya a venir el comisario. ¿El comisario? Santo Dios si estará al llegar… Y vosotros qué, ni la más puñetera idea… ¡Claro, la poli de verdad no es como la poli de las películas, las cosas llevan su tiempo. !!Y una mierda!!
El inspector jefe hizo ademán de coger el puro de nuevo pero abandonó. Cuando gritó la última expresión lo hizo señalando con el dedo la pantalla del ordenador. En ella se reproducía una sorprendente fotografía: la del colaborador del programa Trapos Limpios… o no, sentado en una silla  con un cubo de basura en la cabeza, el pecho ensangrentado, atado de pies y manos con cinta adhesiva del grosor de medio palmo, y por el suelo desperdicios y sobras de comida. Y detrás de él, y eso era lo que desquiciaba al inspector Villahermosa, Tony Lobera saludando a la cámara inclinado hacia un lado, y con una de las manos señalando al fiambre. Como ocurriera con el asesinato de Tony Lobera, el autor del desaguisado envió un mensaje multimedia a la policía, al número del inspector, para asegurar que el paquete llegaba a destino sin intermediarios, y otros tres  a los programas Trapos, Corazón  Abierto y la revista Rumores. Las hizo con el móvil de la víctima.
Peinado y Ortega no encontraban una explicación, pero el primero tenía el presentimiento de que en esa aparente lejanía de la verdad había un preludio cercano de conexión que aún no había aparecido pero que esperaba emerger de pronto como rompe la tierra la semilla fértil.
Sin embargo, la desolación era palpable en el ambiente. Ortega de pie, con las manos en los bolsillos en mangas de camisa con el correaje y el arma visibles, y Peinado sentado en un ángulo de la mesa del inspector. Para colmo, los de la Científica no encontraron absolutamente nada, ninguna huella, ningún testigo, el portero fue el primer sorprendido, y se hacía cruces porque no había abandonado su puesto salvo para sacar el capazo de la basura, que había sido unos segundos, que la puerta sorprendentemente se podía abrir desde dentro sin llave, no así desde fuera. Ni siquiera encontraron el casquillo de bala… Solo una novedad, un letrero que Tony Lobera había dejado escrito a los pies del finado con una firma siniestra: Post eventum vani sunt questus.
-¿ Y qué demonios quiere decir eso? ¿Alguien me lo traduce?- gritó el inspector.
– “Cuando aparece el necio, todos son problemas”- respondió una agente joven de la Científica.
-Encima con latines, y a mi propio número… ¡La madre que parió al mundo!
Roberto analizaba la foto en el ordenador, la movía una y otra vez, la ampliaba. Juraría que el individuo que alardeaba de su fechoría no era Tony Lobera, pero tal vez lo era, el parecido era asombroso.
De pronto apareció el comisario, un hombre apacible de pelo blanco, pero serio según los cánones de la vieja escuela. No se anduvo con rodeos. Ante la puerta apenas traspasada un paso, sin gesticular, dijo.
-Los de arriba se están empezando a poner muy nerviosos, no conciben lo que está ocurriendo porque es estúpido:  un país como el nuestro no tiene cabida para un descerebrado que mantiene en jaque a la policía con esas sofisticaciones. No quieren por nada del mundo una nueva versión del asesino de la baraja. De modo que actúen con diligencia, quiero resultados”.
– Nunca nos habíamos encontrado ante un caso así, señor comisario, es cuestión de tiempo-, balbuceó el inspector Villahermosa.
-Una semana-, dijo, levantando ligeramente el mentón antes de marcharse sin aspaviento pero con un gesto de vieja disciplina.
Volvió a abrirse la puerta. Era otro agente de la Científica. Por su porte se podía adivinar que traía el breve temblor de un indicio.  Traía un CD consigo.
– Señor, me gustaría que vieran esto-, dijo.
-¿De qué se trata?-, se interesó Peinado.
-Hay algo que quiero que vean, puede ser interesante.
El agente conectó el CD. Reproducía uno de los programas grabados de Corazón Abierto. No esperó a las cortinillas, avanzó el documento con el ratón hasta el corte apropiado.
-La chica que trabaja en esa mensajería desde la que se enviaron los sobres con las fotos dijo que fue un hombre de pelo abundante con mechas, bigote poblado y gafas gruesas. Está ahí-, dijo y congeló la imagen en uno de los planos que las cámaras suelen hacer del público enardecido y feliz por su presencia en un plató de televisión.

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