Si alguien busca una cierta lógica en los calendarios de Fórmula Uno y Moto GP, que desista inmediatamente: no la tienen. En la F-1 ya hace años que se inventaron un “parón estival” como si los multimillonarios salarios de los pilotos incluyeran una cláusula funcionarial de “cerrado por vacaciones en Agosto” lo que obliga a recomponer fechas para que, en lugar del tradicional ritmo de una carrera cada dos semanas, se agolpen pruebas en semanas consecutivas y luego haya tres entre GP y GP, mosqueando de paso a los aficionados. Claro para llenar el hueco de descanso que no corresponde a ese asueto agosteño, se sacan de la manga el test de los jóvenes pilotos que, este año, y con motivo de la “sancioncilla” a Mercedes, ha tenido mucho más morbo.
Situado en los tres días previos al pasado fin de semana, el test de jóvenes pilotos es un recurso publicitario para que los aspirantes a conductores de F-1, que seguramente llevan meses inyectando euros a las escuderías que les integran en sus “Academies”, maten el “gusanillo” de pilotar durante una sesión y marcar un registro al que aferrarse de por vida si no llega, como casi siempre ocurre, la llamada del equipo. Tan feroz competencia, que deja fuera cada año a campeones titulados en el sinfín de categorías de monoplazas, requiere nuevas armas estratégicas (o mediáticas) para que, de miércoles a jueves, que es lo que ha durado este año, se hable mucho y bien de “menganito” en detrimento de “fulanito”. Como este año la FIA ha permitido que pilotos titulares pudieran inmiscuirse en estos ensayos, la importancia para los noveles crecía exponencialmente dado que su registro iba a quedar marmóreamente comparado al del tricampeón del mundo, único de los “top-drivers” que acudió a la cita de Silverstone, tras la renuncia previa de Alonso y la posterior (aunque estaba anunciando) de Räikkönen. Si iban a estar Massa, Sutil, Ricciardo y Hulkenberg para poder ser “devorados” por Prost, Magnussen, Sáinz y Cecotto, vástagos todos ellos de renombrados campeones del pasado y que, como tales, fueron seguidos por unos medios que conocían a Alain, padre de Nicolas; por sus cuatro mundiales en F-1; les sonaba Jan, padre de Kevin, piloto fallido en el Stewart Racing de los noventa y que buscó en coches más cómodos cierto prestigio en su Dinamarca local. En España, sobre todo, pita mucho Carlos Sáinz Jr., hijo del bicampeón de rallies que actualmente corre para Volkswagen-Red Bull en la carreras tipo Dakar, así como el otro júnior, Johnny Cecotto de ilustre pedigrí en las dos y cuatro ruedas por parte de su antecesor que lo hizo el campeón venezolano más popular a ambos lados del Atlántico. Había otros pilotos, incluso una chica que, como habitualmente hacen ellas cuando se sientan en un “cockpit” sirven para florería fina aunque se nos tache de “machistas”. Machistas son las carreras de coches, no quien habla de ellas.
En todo este enjambre de ilustres se pasó un poco por encima a un tipo de una gran categoría como conductor y al que, mucho nos tememos, perjudicará su contemporaneidad con Sáinz Jr., hablamos de Daniel Juncadella, ganador de cualueir carreras sobre F-3 en los dos años pasados y flamante podium en el DTM de hace diez días en Norisring. Su padre, Javier, nunca corrió en F-1, pero sí lo hizo en cualquier otra carrera, incluido Le Mans; su tío José María, casi gana Le Mans en 1971 y fue co-fundador de la mítica Escudería Montjuich; otro tío suyo, Álex Soler-Roig, intentó durante años montarse en F-1 privados y su amistad con el campeón Jochen Rindt casi le catapulta a la máxima categoría. Por fin, Dani Juncadella puede exhibir a otro de sus tíos como un auténtico piloto de F-1: Luis Pérez-Sala. Hermano de la madre de Dani, Pérez-Sala es reconocido entre los aficionados por marcar un exiguo aunque valiosísimo punto en el GP Británico de 1989, disputado en Silverstone y obtenido tras una incesante lucha entre su Minardi y el Ligier de Olivier Grouillard, a la sazón séptimo. Quede claro que, desde Paco Godia en los 50, hasta Alonso en este siglo, ningún español cogió nunca un punto en Gran Premio. Bien, pues a pesar de este amplísimo árbol genealógico, nadie ha valorado el tiempo de Daniel Juncadella sobre un Williams que no solo ha sacado los colores a Pastor Maldonado y la chiquita Suzie Wolf, sino que fue un registro inalcanzable para los Sauber y algún McLaren. Sin embargo, tanta alabanza al piloto reserva de Mercedes no evitará que se valore la actuación de Carlos Sainz Jr., primero a bordo de un Toro Rosso, donde casi iguala el tiempo de Ricciardo y luego a los mandos de un Red Bull, donde recibió la felicitación del mismísimo “Seb” Vettel.
No se nos olvidan las motos y su propio desastre de calendario. También ellos viven con un “necesario” parón en Agosto que nos deja hasta el día 18 (una semana antes que la F-1) huérfanos de las emociones que nos depararán Márquez, Pedrosa, Lorenzo y Rossi por alcanzar el entorchado de Moto GP 2013; sin embargo antes de esas cuatro semanas se han marcado una carrera en Alemania (14-Julio) y otra en EE.UU., California (al otro lado del planeta) con una semana de diferencia. La reanudación será en Indianápolis (¡!) y continuará una semana después en Chequia (¿?)
Pero bueno, tras los diferentes partes de traumatología producidos en el circuito sajón de Sachsenring, con la caídas de Lorenzo (clavícula “out”) y Pedrosa (clavícula casi “out”) que proporcionaron una oportunidad de oro para Márquez que no dejó escapar la victoria y el subsiguiente liderato de la provisional, los afectados por los golpes, fracturas y fisuras, decidieron, cada uno por su lado, acudir a la peligrosa carrera de Laguna Seca, es decir el 2º GP de Estados Unidos de la temporada, donde el mítico “sacacorchos” (unas “eses” en fuerte pendiente de bajada que pone los pelos como escarpias) sería juez inapelable para saber si Dani y Jorge estaban dispuestos a aminorar los daños que el emergente Márquez está causando en su lote de puntos para el Mundial. Hechos de otra pasta, como no nos cansaremos en reconocer, Lorenzo y Pedrosa se subieron a sus motos y acabaron sexto y quinto respectivamente, salvando unos valiosos muebles tasados en diez y once puntos (la distancia entre un título y un subcampeonato) que reducen el daño de los veinticinco que por segunda vez consecutiva en dos semanas, se merienda Márquez al que ya tratan de aspirante y favorito al título, sin ningún pudor, por parte de los voceros de siempre que ignoran que estamos a mitad de temporada y los errores de conducción o la mala suerte puede recaer en otros destinatarios. Mal haría el joven piloto de Cervera si, escuchando cantos de sirena sobre su soberbia victoria en Monterrey, pensara que el trabajo estaba hecho y minusvalorase a sus tremendo enemigos que lo serán también en el plano psicológico. Por lo demás, y confiando en que eso no le pase, el triunfo de Marc Márquez queda grabado como el del primer debutante que lo consigue (y aquí han debutado muchos grandes campeones) con el agravante de que el adelantamiento en el sacacorchos sobre Valentino Rossi en la tercera vuelta para ganar la segunda plaza, lo hizo con el manual que escribió hace cinco años el italiano cuando sorprendió a Casey Stoner, trazando por fuera de la pista, entre restos de asfalto, grava y una tapa de alcantarilla… un caballeroso y entusiasmado Rossi felicitó al catalán con un sonoro y risueño “¡¡¡bastardo!!!”, para asegurar más tarde “te la devolveré”, antes de cerrar su declaraciones con un admirado “Marc es como yo, pero en versión actualizada”.
Tras esa genialidad, Márquez se lanzó tras el sorprendente Bradl, poleman y dominador de la primera parte de la prueba al que arrebató su posición de privilegio para acabar, entre el delirio de todos, en lo más alto del podio. Y ahora, a esperar un mes… joder.