Manuel Valero.- – ¿Hola…?.- Peinado avisó de su presencia, tímidamente, luego repitió el saludo un poco más fuerte… hasta que su voz encontró quien la escuchara…
-Ah, perdone…Estaba en el patio colocando los pedidos, se acerca noviembre y estamos hasta aquí de trabajo.
Desde el pasillo, apartando un poco la cortina de colores apareció una muchacha de leve cabellera de color castaño oscuro, con unos ojos verdes como la hierba, y unas coquetas gafas de pasta a juego con sus ojos y la rebeca que vestía sobre una blusa blanca de cuello camisero. Peinado notó como un imperceptible temblor en algún punto de sus vísceras. No fue un impacto sino algo más sutil, como si una célula de vida adormecida hubiera despertado de un olvidado letargo.
La chica de la floristería le preguntó servicial, con una sonrisa clara que la hacía aún más hermosa
-¿Qué desea?
Peinado se distrajo unos segundos, embebido. Poco tiempo en todo un día, demasiado tiempo si la demora es para responder a una mujer que nos ha cautivado, y que, a buen seguro, ella también ha captado el calambre que le envía el azoramiento…
-Hola… Sí, quería un ramo de flores… No demasiado historiado… Son para mi madre…
Peinado no le quitaba ojo, ensartado como estaba en los ojos verdes de la muchacha…
-¿Es su cumpleaños?-, le preguntó la chica.
– No, no. Murió… Pero prefiero llevarlas en estas fechas, antes que… ya sabe.
-Le pido disculpas… Cómo he podido ser tan torpe, vengo del patio de colocar un montón y… no…no sabe cómo lo siento. Por favor, perdóneme…-, la expresión del rostro de la chica se encendió con el tono de un rubor encantador…
-No se preocupe, pero será mejor si me aconseja.
– ¿Le gustan los gladiolos?
– Son perfectos.
Mientras la chica de las flores le preparaba el ramo entraron varios clientes que esperaron su turno.
– ¿Estás sola al frente de esto?-, le preguntó Peinado.
– No, mi tío… el negocio es suyo, ha ido a tomar un café… Bueno, aquí tiene.
-Gracias-, dijo.
Peinado salió a la calle aguantado la mirada de la muchacha, como ésta le mantenía la cara amablemente erguida. Todo comenzó a girar entonces como si estuviera en el interior de una peonza. No quedaba mucho tiempo para el cierre. Con una resolución heroica, decidió esperar. Demasiadas emociones en apenas treinta seis horas. Cuando la vio salir se le acercó con cortesía.
– Perdone, pero… ¿le importa que la acompañe? Quizá, quizá, la incomode pero no tema, no pretendo… bueno.. Si tiene algún compromiso, yo…
La muchacha accedió a la compañía del inesperado cliente con el gesto infantil de las dos manos sobre el halda asidas al bolso golpeándose a la vez y encogiéndose de hombros.
– ¿Caminamos? – dijo Peinado.
– Por mi perfecto-, dijo Gloria.
– Ah, me llamo Roberto Peinado. Soy policía.
– Un poli, qué emocionante-, sonrió la muchacha.
Roberto flaqueó ante la sorpresa que mostró Gloria cuando le rebeló su empleo, pero contuvo la embestida. Luego se perdieron entre un laberinto de paraguas. Llovía de nuevo.