Fermín Gassol Peco.- Cuántas han sido las veces que ante cualquier obra de arte hemos comentado: lo que más me gusta de este retrato, desnudo, o de esta fachada son lo proporcionadas que tienen sus formas. Proporcionalidad es sinónimo de armonía, de sentido común estético, no significa sino la expresión de la coherencia de medidas plasmada sobre tela, cemento, cristal, bronce, arcilla o cualquier otro material.
Puede ser incluso que la obra contemplada no sea de nuestro agrado y al primer golpe de vista la valoremos de manera negativa pero tras ese primer instante, profundizando en ella, encontremos la virtud de la belleza y la valoremos por tanto de manera más positiva. La proporcionalidad es algo que no está sujeto a determinadas medidas, escalas canonizadas o gustos previos, que también, pero cabe para sorprender con nuevas concepciones del arte, de la ciencia, de la jurisprudencia, de la técnica, en suma de las realidades que existen y descubrimos cada día. La coherencia de formas en las cosas es universal, existe en el mundo del átomo y en el interplanetario, la vida misma es pura proporción porque la naturaleza la ha concebido así.
Ahora cabe preguntarse por la proporcionalidad que armoniza nuestro mundo, no el cósmico sino el personal; y al hacerlo no me quiero referir a la armonía o belleza física o corporal que esa nos viene dada por herencia sin más. La cuestión a plantear es la adecuación, la coherencia existente entre la altura, anchura y hondura de nuestra personalidad, de la belleza de nuestro mundo interior en la relación con los demás.
Cuando nos referimos a una persona y la definimos como consecuente estamos diciendo que cerca o lejos de comulgar con ella, encontramos en su comportamiento una característica existencial armónica, proporcionada y coherente entre lo que da y pide, entre cómo que piensa y obra. La belleza personal consiste en la pureza de las formas, la belleza de los actos, la profundidad de la intención y la altura de miras.
Y todo esto ¿a cuento de que viene? Pues porque el hombre es el único ser de la naturaleza que puede crear la desproporción en aquello que “toca”. La incoherencia entre sus principios y sus actos, la doble vara de medir para pedir y exigir, para dar o contribuir. Lo que hace fea a una persona es la desproporción entre las distintas intensidades puestas al servicio del “yo” y las puestas al servicio del “tú”, del “nosotros” y no digamos ya del “vosotros o del ellos”. La talla, la importancia, la calidad, la grandeza, la armonía y belleza de todo lo que hay en el mundo animado e inanimado, la proporcionalidad de todo lo que en la vida existe tiene un nombre, la verdad.
Muy buen artículo; breve, sencillo, completo y… proporcionado.
Según iba leyendo sobre la «proporcionalidad» en los edificios me ha venido a la cabeza el totalmente desproporcionado edificio del Hospital General, pero desproporcionado en todos los sentidos y me tengo que explayar: Excesivamente alargado, sin conexiones internas a no ser para los profesionales; grandes pasillos vacíos que dan la impresión de estar paseando por el suburbano madrileño; ventanales desproporcionados en las habitaciones que impiden a una persona no muy alta otear el paisaje; y por fuera «ni te cuento». Para mi punto de vista asimétrico totalmente pero con una asimetría mal diseñada.
En fin no quiero «descargar» más por hoy.
Perdón Fermín si me he aprovechado de tu artículo pero me ha servido de catarsis para desahogarme.
Amigo Luis Mario…puedes escribir lo que te apetezca aprovechando mis ocurrencias…porque por muchas nubes que aparezcan en el horizonte y como dice Albert Hammond…It never rains in southern California…