Se aprecia en su rostro que él, hasta hace poco, pagaba puntualmente la conexión a internet, el alquiler y demás facturas; también se percibe en ella que, con presteza y dedicación, alimentaba a sus pequeños hijos cuatro veces al día y les arropaba con unas sábanas limpias. Ahora ambos están ahí, sentados en un bordillo a treinta y tantos grados a la sombra, abrazados, silenciosos, temerosos y mirando al suelo a un palmo de distancia. Ni siquiera levantan la vista cuando alguien se aproxima para darles limosna. Sienten vergüenza porque, más que el hambre, su infierno son los otros.
Todas las revoluciones de la historia se hicieron para que ni él ni ella tuvieran que estar arrojados en la calle pidiendo compasión. Sin embargo ella y él son la prueba de que de nada sirvió la Revolución científica que trajo el dominio del ser humano sobre la Tierra, ni la Reforma protestante con su cuestionamiento de una autoridad religiosa empeñada en que los desheredados de la fortuna se resignaran a su sufrimiento, ni la Revolución económica del capitalismo que acabó con las aberrantes maneras feudales, ni las Revoluciones inglesa, norteamericana y francesa con sus ímpetus de libertades civiles y democráticas. Ni la Ilustración. Ni la Revolución de octubre. Ni el 15-M.
Cada mañana el espejo nos devuelve la imagen de él y de ella, porque ellos ya son nosotros o lo seremos mañana. No son pobres sino empobrecidos, lo cual es mucho más cruel porque no han aprendido la capacidad de superviviencia que poseen los marginados de nacimiento; su situación sobrevenida es tan inhumana como quedar ciego o sordo en la edad adulta; se sufre por lo que alguna vez se tuvo.
Dicen que esforzarse en el trabajo y estudiar mucho garantiza el éxito económico, pero ella y él han descubierto que no es cierto. Se han vuelto superfluos crónicos para el sistema económico y, aunque ahora se muestran aseados, bien vestidos y educados, es probable que pronto empiecen a mostrar los síntomas de la depresión que les dificultará, aún más, salir del círculo vicioso del desempleo: alcoholismo, ludopatía, delitos menores…
A su lado pasean con bolsas gentes apresuradas que desprecian su pobreza -”se la tienen merecida”, parece que piensan- mientras su ensoñación de futuras riquezas -debidas a loterías o pelotazos- les impide saber que, en realidad, han comprado papeletas para acabar también en los bordes.
Él y ella son los únicos que verdaderamente podrían iniciar una nueva revolución para retomar las riendas de sus vidas, pero ahí siguen arrojados a un bordillo de una céntrica calle de Ciudad Real, abrazados, silentes, miedosos, derrotados por el sistema. Son tan ingenuos que están esperanzados en que su suerte cambie y se niegan a escuchar esa voz interior que insistentemente les susurra que su situación es irreversible.
La antorcha de Diógenes
Rafael Robles
http://www.rafaelrobles.com
@RafaelRob
Nos has hecho «la foto» a muchos de los que por aquí pululamos. Y digo una foto, porque cada letra y cada palabra de este texto, es como el grano de la película o, siendo más moderno, cada palabra que pones en este texto es el píxel que compone la dantesca imagen que muchos de nosotros vemos cada mañana al afeitarnos.
Mientras tanto, en la cafetera se cuece el amargo trago de ver los nuevos datos sobre Bárcenas, Rajoy, Cospedal….
Gracias mandatarios del PP. En agradecimiento os estamos preparando las celdas de Alcalá, Herrera, Soto…
Rafa, creo que se de que pareja hablas (igual estoy equivocado) y efectivamente creo que no son «pobres» sino «empobrecidos».
Conozco a otro «empobrecido» pero este no se sienta en un bordillo sino que va abriendo contenedores verdes en busca de comida. ¡Si viviera en Madrid este hombre quizá ya le habrían multado…!
Hay otra cosa me hace reflexionar cada vez que lo veo. La situación es el típico, esta vez si pobre, pobre, y además seguramente sin papeles que suele andar – vagabundear estaría mejor dicho – por las calles con un cartón que dice: «no tengo trabajo», etc. La pregunta que se me ocurre en pensar en el pez que se muerde la cola diciéndome a mi mismo:»¿Como va a encontrar trabajo con esa «pinta» y sin estudios?. Así es como el sistema nos ha enseñado a pensar. Poco después ya uno piensa en las causas que han llevado a este hombre a estar así a lo que alguien me diría quizá: «Ya estás haciendo política».
¿Y que es la vida desde que nos despertamos hasta que nos acostamos en su mayoría sino una serie de actos políticos o condicionados por la pólítica?
En fin, reflexiones veraniegas…
Gracias Blisterr y Luis Mario por vuestras reflexiones que enriquecen siempre lo que uno escribe. Un saludo cordial.
Muy bien su artículo. Ha conseguido que los que piden en la calle (algunos de los que piden en la calle) den todavía más lástima de la que ya daban.
El mecanismo de la lástima es la principal arma que usan los pedigüeños para sacar dinero.
Mirar para abajo, estar siempre serios, poner cara de pena; esas son las instrucciones que debe seguir toda persona que quiera vivir de lo que se saca en la calle. Si, además, consigue hacerlo en la puerta de un supermercado (cosa difícil, pues están muy solicitadas y hoy en día, al menos en Ciudad Real, en manos de un grupo de gentes venidas de allende los Pirineos), la cosa sale aún mejor.
No se debe subestimar el poder de la lástima. Y más en una sociedad opulenta como la nuestra en la que muchas personas tienen remordimientos de conciencia, pues saben (aunque no lo confiesen nunca en público) que viven mucho mejor de lo que merecen.
Las personas acopladas en la calle peatonal son un buen alivio para las conciencias de los que tienen más de lo que deben tener.
Ayudar a un pobre sentado en la calle exonera a algunos de la culpa de veranear en la Riviera Maya, como creo que la llaman.
Pero, un momento. Fíjense ustedes en algunos detalles. En ciertas personas que viven de lo que sacan en la calle. ¿Cuánto sacan? ¿Buscan trabajo? ¿Cuándo, si pasan el día pidiendo? Fíjense, como digo, en sus zapatillas. Son nuevas. La ropa también; al menos está limpia. Deben de tener una lavadora. Y eso implica un piso. O sea: no viven en la calle, sino de lo que sacan de la calle. Pero ¿cuánto sacan en la calle?
Esa pregunta carece de respuesta.
Seguramente, quienes dan dinero a los que piden en la calle no tienen el menor interés por desentrañar el enigma. Porque los que dan dinero a los pedigüeños solo buscan aligerar el peso de su conciencia. Quién se lleve el dinero es lo de menos. Lo importante es que han hecho algo por los demás, aunque a esos “demás” no les haga falta nada; o al menos no tanta falta como a otros.
Las cosas no son siempre lo que parecen.
Un saluti y tuti y tónica per tuti, per tuti colori
Tienes razón verdaderamente. Por ejemplo, el supuesto mendigo del ahorramás encaja con tu descripción, hasta le he visto hablar con un móvil mejor que el mío. Y como dices tiene de español lo que yo de croata. No hay que negar la desgracia que suponen los casos verdaderos, pero la mendicidad organizada es una mafia que cuando menos huele a la legua.
http://encastillalamancha.es/noticia/26967/wwwencastillalamanchaes