Villa Real: del Topos y del Logos (III)

El orden del trazado, según la Crónica, es un orden que resuelve el perímetro después de otros gestos referidos a puntos interiores y no a la inversa como sostienen tantos autores, para quienes la operación se verificó desde fuera hacia dentro. Obviamente, la secuencia partiría de la elementalidad de lo existente y ya ocupado por los pozueleños y su caserío disperso y elemental. Y desde allí, desde lo ya ocupado, extender los haces de la visión y de la conquista hasta el intradós de la futura muralla, apenas amojonada por las vías camineras que abrían rutas hacia diversos lugares del entorno próximo. “La puerta cierra, recorta, estrecha y tuerce las vías para absorverlas y hacerlas pasar por la línea que marca su vano; después a partir de ella, la puerta actúa como difusora de la red viaria, sirviendo de enlace entre la ciudad y su núcleos exteriores”. 

No es por tanto la abstracción de lo existente fijada por Villegas, sino la inclusión de elementos preexistentes del viejo Pozuelo Seco (ya el Pradillo de la Virgen de las Batallas aparecida en la foresta, ya los humedales, piélagos y charcones del Pozo que tenían su propio aliviadero natural, ya los promontorios del Calvario y los matorrales próximos o los hondones mineros de los Terreros), los haces proyectivos que van a condicionar otras posiciones fundacionales, como el propio espacio vacío de la Plaza Mayor. Es más creíble y probable este orden invertido, de dentro a fuera, para comprender la hermeticidad formal del  amurallamiento y su carácter irregular, huérfano de notoriedad salvo en los acontecimientos señalados por las entradas camineras.  Incluso la envolvente de la cerca defensiva se nos antoja, siglos después, incomprensible en su forma y en su trazado: líneas que se ajustan a una topografía suave, siguiendo un perfil titubeante y vacilante, con rectificaciones incluso, y quien sabe si con reedificaciones tras un desistimiento concreto o un deterioro, fruto de las malas condiciones constructivas o de ciertas prisas por labrar las defensas terreras y sólo guarnecidas de piedras y sillares en sus esquinas y cantones.

  Desde la planeidad del soporte terrizo y desde la ordenación Muralla/espacio interior, no hay razones que hubieran impedido al Rey Fundador a trazar una envolvente geométrica y precisa: ya un circulo, ya una elipse, ya un rectángulo o, incluso, un cuadrado; al no existir inconvenientes físicos de peso y de fuerza, como ríos, vaguadas, vegas o montes próximos. De tal suerte, que de un perímetro desaliñado y trastornado, no podía salir un interior organizado y cabal, sino todo lo contrario. Los espacios comprendidos dentro de la cerca fundacional – amplía y extensa por demás- sólo se ocupaban muy escasamente, dando refugio a los pobladores con sus ganados, huertos, corrales y otras posesiones cultivables. Recinto excesivo para los pozueleños y para los nuevos moradores, como hablan sus despoblados y sus baldíos en el plano de Coello y que tiene la virtualidad de hacer surgir dos ciudades ante nuestrso ojos. “El primer efecto del trazado de la muralla es el de hacer surgir inmediatamente dos ciudades: Dentro y Fuera”.

La trama proyectiva de la Cerca murada, y del recinto interior obtenido, escapa de lo Programático-Simbólico y da pie a pensar en otras estrategias menores, con menores urgencias por las formas nítidas o con menores preocupaciones por las formas simbólicas. Recinto, finalmente, trazado con base a otras estrategias o principios: ya comerciales, ya políticas o ya derivadas de la política Real de expansión y asentamiento en el territorio.  Dando a entender este dibujo Real, el peso de las Puertas en la configuración de trazas, calles y tejido edificado; como la espada que invadiendo una coraza abre una vía de muerte y de acceso desde el filo del metal templado al interior de lo órganos vitales, y que quedarán conectados por un río de sangre caliente merced al puente abierto por el arma. Con la curiosa salvedad de algunas Puertas que configurarán el futuro trazado viario, y que en su prolongación contactan o ejecutan esa proyectiva de un vacío central, llamado a ser trapecio abierto y más tarde espacio neutro y más tarde aún Plaza Pública.

La invisibilidad del contacto de esas Puertas de Toledo, de Calatrava, de Mata y de Alarcos, con el tejido edificado, no va a impedir que las vías que de ellas partan hacia el interior, sean las determinantes en la definición de esa figura inconclusa entre trapecio geométrico y la orgánica gaita digestiva cual estómago; cuyos productos excedentarios y sobrantes son desagüados, en una metáfora digestiva de hondo calado, fortuna y pervivencia, desde la vecina Plazuela del Pilar que alude a su presencia de aguas estadizas y de fuentes o pilones estables. Metáfora digestiva que es también vista por Villalobos Racionero, cuando conjuga sobre la Plaza el aglomerado de Carnicerías, degolladeros, chiqueros y toriles como una unidad funcional de carne y sangre; casi en clave de Richard Sennet en su libro ‘Carne y piedra’. La evidencia del valor disgestivo de los espacio centrales, es la que mueve al énfasis de ocupaciones simbólicas de Iglesias y Consistorios sobre esa almendra central, nutriente y alimenticia.

Sobre el citado flanco de Levante, como un espinazo descarnado que recorre las vértebras cervicales de torreones y barbacanas, desde el Polvorín -junto a la Puerta de Calatrava- hasta las vértebras lumbares de la Puerta de la Mata hay otra densidad topográfica que prefigura los altos del Juego de Bolos y el cerrete del Calvario -¿qué enclavación rememora?-. La  traza de la muralla entre las Puertas de Mata y Granada acontece sobre las cotas medias del cerro del Calvario, y marca una línea claramente isométrica con el dibujo del alcor. Por ello la Puerta de La Mata  de denominación enigmática según Villegas, que recibe su nombradía de “alguna pequeña mancha forestal o matorral”,  asentada tal vez sobre esos sotos que compactan bien el entramado vegetal del sureste. Son las dudas de Ballester Fernández cuando señala “No está claro cual fuera la Mata o matorral”. Puerta que con esa denominación y en otros casos de otras ciudades, como en Sevilla ocurre con la Puerta de la Carne, da cuenta del enclave de los ajusticiamientos que allí se verificaban y de la picota allí aposentada. Incluso, da cuenta del ‘viaje de muerte’ desde la vecina calle de la Sangre; viaje, viático o marcha fúnebre a la que sometían a los procesados por la Santa Inquisición, en esa suerte de víatico final y mortuorio, desde la sede del Santo y temible Tribunal de Dios a las tierras del degolladero o del gigantesco fogón.

Villa Real: del Topos y del Logos (II)

Periferia sentimental
José Rivero