Dicen que los hombres somos incapaces de hacer dos cosas a la vez. The Master se ha encargado de desmontar con suma facilidad este aserto en el que tan cómodamente hemos vivido instalados. He sido capaz de ver esta película, otras cuatro de serie «B», jugar una partida de ajedrez (todo ello al mismo tiempo) y no perder el hilo argumental de esta lineal historia.
Es tan previsible como el final de mis artículos, en los que siempre hay una posdata que intenta dignificar unos pensamientos que suelen guardan una asimétrica justeza con lo que quieren expresar.
Las películas en las que se hace un biopic de un orador siempre traen a mi presente narrativo la figura de Robespierre. Ese jacobino al que tenían miedo de guillotinar porque sabían que en su discurso de defensa era capaz de confundirlos y ser los acusadores los guillotinados. Curioso, por cierto, que el verbo guillotinar no se pueda pronunciar en pasiva de pretérito perfecto compuesto (yo he sido guillotinado).
El que hace de orador en la cinta, Philip Seymour Hoffman, está mancillado en mi memoria cinéfila por el oscuro papel que desempeñó en Happiness. Desde entonces, el perturbado anula al actor. Ni el capote que le echó Truman en su película biográfica anula la enquistada imagen de adulto mal resuelto.
Su Marat particular, Freddie Quell (Joaquin Phoenix), es un personaje tan perturbadoramente previsible que aburre. Se le ve venir con la misma y cansada evidencia que a Freddy Kluger y su colorido jersey cuando Morfeo toca la lira. La escena de la playa y las láminas del test de Rorschach que debe responder dibujan con tanta nitidez su rol que parece una imagen de Courbet, pintada por Edward Hopper y rematada por Antonio López. Y yo soy más bien de Picasso en banda derecha, Dalí entrando por la izquierda y Van Gogh de delantero centro. Siempre me han gustado las personas que desdibujan la realidad y aportan su particular punto de vista. Para los que ven solo lo que ven ya tengo bastante con los ideólogos políticos.
Posdata: Si Robespierre levantara la cabeza, ya no guillotinaría; los tiempos han cambiado. Pero es posible que al director, Paul Thomas Anderson, le escondiera la cámara; a los actores de doblaje, les echara algún sortilegio para dejarlos sin voz; y al que suscribe, quizá le escondiera su advenediza pluma. Ah, y él, por supuesto, no habría terminado guillotinado. Tendría una buena posición social, dinero, fama y los Gin-Tonic a mitad de precio.
José Manuel Campillo
www.vienafindesiglo.blogspot.com
En un aparte, amigo José Manuel, te digo que a mi me pasa lo mismo que a usté, que Philip Seymour Hoffman, me resulta incómodo de ver, en otro aparte que Phoenix, a mi juicio encarnó a un Cómodo inolvidable… y te podría decir que el arte de decir consiste y mucho en cómo se dice. Con o sin posdata. Te leo la próxima semana.
En un aparte, amigo Manuel, te digo que Phoenix también me gustó en «Gladiator»; pero no es el novio que quiero para mis hijas.
Buen y soleado día, amigo.
Posdata: Aunque he de confesar que no tengo hijas.
touché
Seymour posee un físico que nos recuerda un pasado como pagafantas o vendedor de perritos, con gorra beisbolera incluida, pero en la rocambolesca y sórdida «Antes de que el diablo sepa que has muerto» hace una interpretación absolutamente magistral. Si Capote le echó un capote – no la he visto- , la susodicha le concedió las dos orejas y el rabo. Está que se sale.
Seymour más que pagafantas, era pagamirindas.
Si es posible que sea un buen actor, no lo discuto, pero hay algo en él que … no me hará recordarlo como uno de los grandes del cine.
Un saludo.