-Hubo un crimen-musitó Lorena
-Ya estaba tardando- replicó Román
-Bueno… dos..
-¿Dos? Sigue.
Hacía un tiempo primaveral casi veraniego, en ese punto exacto en el que el clima contribuye a la felicidad. La suave brisa de la mañana ahuecaba rítmicamente el c abello de Lorena como si recibiera las ráfagas de un ventilador, y de paso le mandaba a Román el perfume fresco de después de una buena ducha. La colonia de ducha a granel es un placer olfativo sólo para quienes saben leer el lenguaje de los olores sin licenciarse en las marcas anunciadas por la noñez de los publicistas. Lorena recién de la ducha y sus friegas de Lavanda era una ninfa del bosque sobre el asfalto gris de la ciudad, aquella hermosa mañana después de una noche de amor, desayunando en feliz conjunción en la terraza de un bar.
Como Lorena estuviera a su vez entretenida en la habilidad de untar la tostada con geometría obsesa-trataba de esculpir una planicie perfecta a cero metros sobre el nivel de su boca-, Román se lo volvió a repetir…
-Tenemos que irnos, así que no me dejes con la tostada en la boca. ¿Hubo dos muertos?
-Así es..
-¿Y quienes eran? Déjame adivinarlo…
-Tú diras…
-El chico ese discapacitado y el dueño de la taberna, Pericón y Rémulo…
-Mmmm, casi haces pleno… Atiende…
Y Lorena prosiguió con su relato.
El tabernero de El Gayo Ponedor engatusó a Pericón y éste lo llevó hasta el lugar. No era un sitio de fácil acceso. La finca La Garganta del Pescuezo era una extensión casi oceánica de tierra que se ondulaba entre montañas y valles, colinas someras, vegetación silvestres y extensiones de cultivo, olivos, viñedos y cereal… En algunos puntos se espesaba el encinar y entre el laberinto de peñas, hoces y quebradas dicurrían riachuelos montaraces que se embalsaban de manera natural en algunos tramos donde Pericón se zambullía desnudo como su madre lo parió y en medio de la inmensa soledad en la que el pobre muchacho era su propio rey. Lo llevó allí un día, sobre las dos de la tarde, aproximadamente. Había llovido y todo estaba resbaladizo, y en eso se basó la policía para dar por zanjada la causa de las dos muertes…
-Pero ¿si uno de ellos no fue quien fue el otro…?
-Tranquilo sabueso.
Y Lorena continuó:
Al final llegaron hasta una profunda falla que partía el terreno como si se hubiera querido separar por una zanja gigantesca. Y allí observaron sobre el lecho seco de anteriores crecidas -que no son muy frecuentes- los cristales de la discordia…como lágrimas transparentes entre la arenisca, algunas como si las hubiera llorado un dinosaurio, tal era su tamaño… Habían salido de las entrañas de la tierra y después fueron rodando, rodando por milenios hasta llegar al lecho del río Gargantilla…
-Un nombre muy apropiado para ser depositario de diamantes… ¿Y qué pasó luego?
– Voy a ir al grano. Cuando Rémulo sospechó que eso no era un cristal cualquiera sino algo más por el modo en que se le encabritó el corazón, decidiò acabar allí mismo con el pobre Pericón…
– ¿Y el otro muerto…?