Carlos Vázquez en la guerra

José RiveroEn el libro de memorias de Marcos Ordoñez ‘Un jardín abandonado por los pájaros’, surge curiosamente el nombre de Carlos Vázquez Úbeda, el conocido pintor ciudadrealeño, instalado en Barcelona desde 1896.

Merced a su matrimonio con Matilde Garriga Corona, Carlos Vázquez llega a conectar con la abuela de Ordoñez,  Antonia Caus Torras, que ejercía como peluquera y peinadora de ‘la Vázquez’ como la denomina el memorialista en algún pasaje. Más aún, a partir de esos vínculos, llega a conocer a Raquel Meller con quien Vázquez sostenía no sólo relaciones de vecindario y de amistad, sino que fue su modelo, posando en varias ocasiones. Incluso, fue ella, por otra parte, su ángel salvador a finales de 1937, al prestarle a  la familia Vázquez-Garriga, el auxilio del escape de su casa francesa, de Villefranche-sur-Mer.

En enero de ese mismo año, los Vázquez, que se habían embarcado en el barco francés Emerite, con rumbo a Marsella ven truncados sus propósitos. Vázquez, monárquico, retratista de Alfonso XIII y aún carlista, es identificado y detenido a bordo del paquebote. Siendo salvado de un más que probable fusilamiento, por el capitán del barco; quien al ver en la solapa de Vázquez  el ‘Botón Rojo’ de la Legión de Honor, propone y consigue del Comité Revolucionario, que le dejen partir hacia Francia. Logra, por tanto un pasaporte de tránsito para Francia, viajando primero a Marsella, y  después desde Marsella llega a la casa de Meller en Villefranche-sur-Mer. Donde permanecerá la familia, hasta el 7 de enero de 1938. Cruzando la frontera franco-española por Hendaya, y realizando una parada en  San Sebastián, se trasladan finalmente a Sevilla. Aquí residen en los hotelitos del barrio de Heliópolis, construido con motivo de la Exposición Iberoamericana de 1929, hasta el final de la guerra civil. Y donde es posible que Vázquez, merced a la amplitud de las viviendas, simultaneara vivienda familiar y  estudio de pintor.

Semanas después de la salida de los Vázquez de Villefranche-sur-Mer, el 16 de marzo, tiene lugar el bombardeo de Barcelona, por parte de los Savoia Marchetti S-79 de la Aviazione Legionaria, comandada por el general italiano Velardi; bombardeo que se salda con las lesiones en  Antonia Caus Torras, que la llevan a perder el brazo derecho, como cuenta Ordoñez en su texto.

Un año más tarde de ese bombardeo civil, en Sevilla, en un gesto raro y poco conocido (Marcos Ordoñez, si lo recupera y señala), Carlos Vázquez realiza una exaltación pictórica del Virrey del Sur, quizás como agradecimiento a la acogida dispensada y al trato otorgado, como puede desprenderse del contenido de la muestra. Un ensamblaje de la batalla mixtificada y de la propaganda trucada, como fuera el tríptico ‘Sevilla 18 de julio de 1936’, que se exhibe y se muestra en el mes de marzo el día 4, en los salones de Loscertales de la calle Rioja numero 14. Un tríptico que es desmenuzado críticamente por el ABC de Sevilla del 5 de marzo. “Hay una visión trágica de la Sevilla que el general Queipo de Llano vino a encerrar en su cubil, Sevilla esclavizada por el hampa y sojuzgada por el crimen y la delincuencia. En el lienzo de la izquierda aparece la Sevilla luminosa, fecunda, radiante y constructiva que el general Queipo de Llano logró hacer primero con la sencilla, pero sublime, actitud de salvarla y después con una gestión singularmente certera y abnegada. En esta parte del tríptico se admira una bella figura de mujer, que extiende su brazo en alto con el saludo cesáreo a la nueva España…”.

Junto al tríptico, Carlos Vázquez, de quien el día previo a la inauguración el mismo medio había enunciado: “No es necesario para el público selecto y de fina educación artística, hacer ahora su semblanza, veterano pintor con un historial lleno de laureles y de triunfos. Pero la revolución que ha padecido España en estos últimos años hace que estas grandes figuras del arte hayan aparecido borrosas en la tragedia, porque ellas fueron unas de las primeras víctimas de le beocia republicana que relegó a término de ruinas a los mejores valores de la intelectualidad, de la literatura y del arte”; expone una galería de retratos diversos. Retratos de Queipo (“Prodigioso acierto en el género y el mejor que iconográficamente hemos visto acerca del invicto general”); de su hija Maruja Queipo de Llano y Martí; un números grupo de mujeres en oleo y en pastel (“que confirman la maestría y la autoridad alcanzada por Vázquez, en este estilo de pintura colorista, muy española y muy llena de insinuante sensualidades”); cerrando la muestra “Un cuadro alusivo al asesinato del inmortal protomártir de la Cruzada, Calvo Sotelo, cuadro en el que Vázquez ha puesto toda la impresión dantesca de aquel  momento histórico del crimen de Estado”). Asesinato de Calvo Sotelo, que en otras páginas del texto de Ordóñez, descubrimos que fue su padre, policía en activo en esos momentos de 1936 en Madrid, el primero en identificar al dirigente asesinado, llevado a dependencias policiales, como ‘un sereno abatido’.

El tríptico glorioso, sería finalmente, adquirido por el Ayuntamiento hispalense, como reconocimiento a ‘Su Libertador’ o también como dice y repite el ABC sevillano a ‘Su invicto y benemérito’. Cuando bien sabemos que en esos instantes iniciales de la sublevación de Queipo en julio de 1936 junto a su ayudante, el ciudadrealeño  Comandante López Guerrero y Portocarrero, el pintor Carlos Vázquez no se encuentra en la Sevilla del Alzamiento sino en la Barcelona de su residencia, a punto de embarcarse y de jugarse el cuello.

Y pese a ello, al igual que Zuloaga con Toledo, imagina y pinta para la leyenda las andanzas iniciales de Queipo de Llano por lo que imagina o por lo que le contaron en charlas y tertulias. Un homenaje pictórico tardío de Carlos Vázquez al cuestionado, a esas alturas finales de la contienda, Queipo de Llano.

Unos mese más tarde de la muestra de Loscertales, en 1940, apareció en editorial Ramón Sopena una edición actualizada de ‘El Quijote’, que contó con la colaboración de Vázquez, con 46 fotografías y 6 cuadros; junto a otros 50 dibujos y una lámina de Luís Palao. Edición que, probablemente, en su aspecto gráfico bebía de la edición llamada por Sopena ‘Del Centenario’ y aparecida en 1915. Edición que fuera ilustrada por Daniel Urrabieta Vierge. Trabajo éste de ilustración y documentación, que se había cimentado en el viaje sostenido en 1896. Viaje en el que Vázquez acompañó al ilustrador por tierras de la Mancha. Un viaje de mes y medio de duración por  Argamasilla de Alba, los batanes de Ruidera, Campo de Montiel, Villanueva de los Infantes, Santa Elena, Sierra Morena, Valdepeñas, Venta de Cárdenas, Alcázar de San Juan, Campo de Criptana, Almodóvar del Campo, Tirteafuera y el Toboso. De todo lo cual escribe Vázquez: “por estos caminos y pueblos que recorrimos, encontramos tipos que nos recordaban constantemente los personajes del libro, per de ellos el que más abundaba era el de Sancho Panza”. Creyendo, ambos, Vázquez y Urrabieta, contemplar intactos “los mismos parajes donde el genio de la literatura puso su escenario”; “un sueño aquel viaje, un sueño vivido en la realidad”, [lleno] “de molestias, pues entonces no había cruzado aún ningún neumático aquellas polvorientas carreteras”.

Las dudas son si algunas de las fotos, publicadas en la edición de 1940, que coinciden al detalle con los lugares del viaje de 1896, fueron capturadas en el año inmediatamente anterior; en el año caliente de la Guerra Civil en el que aún Vázquez permanecía en Sevilla; o provienen de un pasado polvoriento de finales del XIX.

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