Si hay una carrera mundialmente conocida, mitificada y que a su vez refleja el “american way of life” aplicado a la competición como espectáculo, esa es sin duda la Indy 500, o como decimos por aquí las 500 millas de Indianápolis. Imaginaos un circuito con cuatro rectas y cuatro curvas, un rectángulo rodeado de tribunas por todas partes donde el día de la carrera se congregan 400.000 espectadores, consumidores, para asistir al mayor espectáculo del mundo de las carreras de monoplazas e imaginaos, una vez más, la cantidad de mitos, leyendas, anécdotas, dramas y emociones vividos desde que en 1911 arrancó la primera largada de 40 coches para recorrer poco más de ochocientos kilómetros sobre un pavimento de ladrillos.
Así es, la primera anécdota que cualquier aficionado recuerda es que el promotor y creador del circuito, Carl Graham Fischer (1874-1939), viendo la polvareda que se montaba en el circuito que llevaba construyendo desde 1909, decidió pavimentarlo con ladrillos, de ahí su popular nombre de “brickyard”. Los ladrillos fueron cubiertos por el asfalto años más tarde pero en honor a su origen, cada año, y mientras dura la carrera, se inserta en la recta de meta un ladrillo de oro macizo (¡!)
En la primera edición el ganador, Ray Harroun, ya usaba una tecnología punta en su vehículo Marmon Wasp, ni más ni menos que un rudimentario espejo retrovisor que facilitó su tremenda remontada a la victoria, partiendo desde la 28ª plaza, record que sigue imbatido, aunque fue igualado por Louis Meyer en 1936. Por cierto que el tal Meyer también impuso otra de las tradiciones de la carrera que es la de brindar en el podium con una botella leche… sí, leche, y además hay que beberla. Sólo Emerson Fittipaldi, en su victoria de 1993 intentó evitar esa posibilidad porque él era productor de zumo de naranja en Brasil y contrariaba su marketing; el bueno de “Emmo” bebió leche en el podium pero no lo registraron las cámaras (“la pela es la pela”).
Otro símbolo especial de la Indy 500 es su magnífico y tremendo trofeo, conocido como el Borg Warner (más marketing), también instaurado en 1936, un enorme jarrón de plata sobre el que se esculpe año tras año la efigie del ganador de la carrera, honor que han recibido cuatro veces A.J. Foyt, Al Unser y Rick Meras, los recordman de victorias de la prueba
Las 500 millas, que contaron para el Campeonato Mundial de Conductores (nombre seminal del mundial de F-1) desde su inicio hasta 1960 no ha sido un escenario pródigo en triunfos para los pilotos de la máxima competición de monoplazas, su coincidencia con el GP de Mónaco ha sido a lo largo de los años un handicap insalvable. Hay que recordar que las 500 millas se celebraban el “Memorial Day”, fiesta nacional norteamericana en honor a los Caídos en batalla y que se celebra el último lunes de Mayo. Aún así, en los setenta el mítico Mario Andretti, a la sazón piloto de Ferrari, llegó a cruzar el Atlántico varias veces en jet privado para contemporizar ambas competiciones. La saga Andretti es una de las más notorias en Indianápolis aunque sólo el patriarca ha logrado la victoria, pero sus hijos Jeff y Michael, y ahora su nieto Marco están vinculados a la carrera como la otra gran saga, los Unser: Al, recordman con cuatro victorias, su hijos Al Júnior, dos triunfos, igual que su tío Bobby: una familia veloz. Pocos han sido, no obstante, los campeones del mundo de F1 que se incluyen en la selecta lista de ganadores de ambas competiciones: al piloto italo-americano se unen el campeón de 1997, Jacques Villeneuve y los británicos Graham Hill y Jim Clark, aunque otros mitos del mundial corrieron en Indy con dispar resultado, casino online como Ascari en 1952, cuando abandonó por avería o Nigel Mansell en 1993 que perdió la carrera al hacer un último reportaje demasiado lento, acabando tercero.duró muchos años. El único español en disputar la carrera está siendo Oriol Serviá, hijo del campeón de rallies y, a su vez, campeón de la Indy Light (la categoría inferior a los coches que compiten en Indianápolis). Serviá que acabó cuarto en la pasada edición, partirá en 13ª posición, quinta fila de las once que forman la parrilla de salida de 33 monoplazas que han logrado el derecho a tomar parte en la carrera a lo largo de los últimos cuatro fines de semana en donde se ha tomado una media de todos sus tiempos (nada de Q1, Q2 y Q3, eso queda para los ñoños europeos).
La carrera da inicio con la mítica frase del director de carrera “Damas y Caballeros enciendan sus motores” tras lo cual una tormenta de decibelios atruena la pista. La frase original data de 1911 y, evidentemente obviaba a las damas en todo este fregado, puesto que no las había en la parrilla, sin embargo desde 1977 con el deber de la primera mujer Janet Guthier y, en la actualidad con Danica Patrick (única fémina en liderar la carrera) y Milka Duno, se hace inevitable el lenguaje políticamente correcto. Por cierto que este año se produce una anécdota más para el archivo de la carrera y es que el poleman Ed Carpenter está casado con la hija de Tony George, propietario del circuito y accionista en la propiedad de la carrera. Pues bien, la frasecita de marras la dará la señora esposa de George, es decir, la suegra de Carpenter… lagarto, lagarto.
Tras una vuelta inicial detrás del “pace car”, que es el equivalente y origen de nuestro “safety car”, la prueba sale lanzada con esos monoplazas más pesados, más potentes, menos sofisticados y bastante más peligrosos que un F1, para darle 200 cansinas vueltas al óvalo, sí , cansinas, porque es rodar a todo trapo (promedios que rozan los 300 km/h) en sentido contrario a las agujas del reloj, durante casi tres horas con multitud de cambios de liderato y con los ojos como botas de tanto prismático pero, hermano, hay muchos que “mataríamos” por esta allí el domingo 26 de de Mayo.