Si hay una carrera que se asocie al 100% con la F-1 y que haya elevado el prestigio de ésta al mismo nivel que se beneficiaba de la competición para mejorar su propio caché, esta es sin duda el GP de Mónaco, disputado siempre en un trazado urbano que discurre por las calles del pequeño y “glamouroso” principado. Las leyendas sobrevenidas de las carreras, la atracción del vértigo y peligro de la velocidad, las mujeres más hermosas, los “playboys” más adinerados, la más destellante “jet-set”, el casino más emblemático, tienen en Mónaco su reducto mediterráneo y al Gran Premio como cita inequívoca “para estar donde hay que estar, si uno es quién es”.
Los inicios
El Gran Premio, cuya primera edición puntuable fue en 1950, fue inaugurado en 1929, tras casi una década de construcción del trazado (básicamente el actual), gracias a la impronta de un personaje local, Anthony Noghès, que ansiaba repetir el éxito del invernal Rally de Montecarlo (su otra invención) pero en los estertores de la primavera: el Día de la Asunción. Por ello y, desde entonces, la carrera monegasca se disputa siempre el último domingo de mayo y no ha faltado a esa cita salvo el período de guerra y los cuatro años entre 1951-1954. Noghès contó para la puesta en marcha del Gran Premio con la inestimable ayuda de Louis Chirón, un as local que acabó siendo director de carrera durante muchos años y que atrajo a la participación en su ciudad a aquellos pilotos compañeros de la época: Caracciola, Fagioli, Varzi, Nuvolari, Von Brautchitsch, ganadores todos ellos en Mónaco como el propio Chiron, héroes de la anteguerra.
La Era Dorada
Ya en los cincuenta y sobre todo desde 1955, el Gran Premio capta la atención de la “beautiful people” de la época, gracias también a que el Principado recibe una inyección de “glamour” con la boda de Rainiero y Grace Kelly. Desde entonces, no hay estrella de Hollywood que no conviva con los pilotos, ni ricachón que no se haga la foto con ambos, “starlette” descotada acompañando la escena. Son los años dorados de la competición y a los triunfos de Fangio, Trintignant y Moss suceden las tres ediciones consecutivas donde el genial Graham Hill cimenta su leyenda en el trazado, donde durante mucho tiempo fue recordman de victorias con seis triunfos (1963-65 y 1968-69), es también la época de los espectaculares accidentes como el que le cuesta la vida a Lorenzo Bandini, que arde literalmente dentro de su Ferrari sin que nadie lo socorra a tiempo (1967). Sin embargo la carrera se sobrepondrá a ésta y otras adversidades a base de las inversiones de los ricos habitantes Vips del Principado, entre los que siempre se han encontrado pilotos de todas las categorías (durante años, Carlos Sainz tuvo un apartamento allí), y sobre todo gracias a cierta connivencia de la autoridad federativa que ha ido cargándose por inseguros circuitos urbanos como Montjuic (1975), estables como Zandvoort y Brands Hatch, que amenazó al mismo Monza tras el accidente de Peterson en 1978 y, sin embargo, ha permitido remodelaciones puramente estéticas en el trazado monegasco para que sirviera albergando a “la gallina de los huevos de oro” del Gran Premio anual.
Hitos y Mitos
Claro que, por ende, la carrera nunca ha decepcionado a sus espectadores, descontando que la misma estrechez de la pista hizo que en 1933 se impusiera la norma de formar la parrilla de salida en función de los tiempos en los entrenamientos, lo que hoy llamamos calificación. La carrera no ha decepcionado: accidente en la última curva del dominador Jack Brabham (1970) para que Jochen Rindt le robe la cartera de la primera plaza; lluvia a manta en la edición de 1984 cuando un claro favorito para el Mundial, Alain Prost, a bordo del impecable McLaren-Porsche ve como le cantan por la pizarra que el debutante que conduce un Toleman-Hart, se le acerca a razón de más de un segundo por vuelta: “c’est incroyable!” refunfuña el galo bajo su casco de visera empañada, pero sí el tipo aquel estaba a un palmo de subvertir la historia de F-1 y batir al mismísimo “Le Professeur” bajo el diluvio monegasco que asusta tanto que el director de carrera, a la sazón el muy experimentado conductor en mojado, Jacky Ickx, recibiendo órdenes de quién sabe, decide baja la bandera a cuadros cuando entre Prosa y el debutante apenas hay unos metros. El debutante se llamaba Ayrton Senna Da Silva y durante una década se alternó con Prost en la victoria del Gran Premio, dejando el registro en seis triunfos, cinco de ellos consecutivos, ni que decir tiene que ahí empezó la leyenda del genial brasileño. En 2007 otro debutante se subió a las barbas del campeón Alonso, para reclamar poderes sobre el asfalto monegasco y obtener así su primer título en el Principado. A pesar de que Dennis y sus muchachos estaban de parte del recién llegado, Alonso consiguió su segunda victoria consecutiva dejando a Lewis Hamilton que se contentara con la segunda plaza y obtuviera, como así lo hizo, la victoria en 2008.
Michael Schumacher venció cinco veces en Mónaco y, junto con el ya citado Graham Hill, acompaña en el podio a Senna, pero ha habido otros que sólo han ganado en Mónaco una vez y, además, sólo han ganado una carrera en todo su historial; curiosamente se trata de dos franceses, Jean-Pierre Beltoise (1972) y Olivier Panis (1996), y un italiano, Jarno Trulli (2004). En el caso de los franceses sucedió lo que muchas veces ocurre en la carrera, una inesperada tormenta que jarrea litros de agua y convierte todo en una lotería (en una ruleta, en este caso), gracias a eso algunos pilotos no predestinados a la gloria se han hecho con un hueco en este Olimpo selecto de los ganadores en Montecarlo.
Juanma Núñez