Caminaron sin descanso, recorriendo una calle tras otra siempre con la referencia de la torre de la iglesia que no dejaban de ver nunca, a ratos en silencio, a ratos hablando sin parar. Luisito le contaba historias antiguas que había oído a su madre, como aquella tan triste de la peste que diezmó la población de la villa hasta dejarla convertida en un esqueleto de casas.
-Quedaron trece familias- dijo Luisito.
-¡Qué horror!-exclamó Maitita- ¿Y porqué no se murieron?
-Porque mataron una vaca y se la ofrecieron a la Virgen. Desde entonces lo celebramos siempre. Es un voto santo como los santos de verdad, es el día del Voto y hay comida de balde para todo el mundo pagada por el Ayuntamiento. Si no llega a ser por la Patrona a lo mejor no habría pueblo porque no hubiéramos nacido ninguno de nosotros.
Siguieron vagabundeando por las calles. Maitita saltaba de vez en cuando con los brazos extendidos. A Luisito le parecía que las niñas hacen siempre cosas muy raras, como ponerse a dar vueltas sin ton ni son mirando al cielo.
-Me sé un cantar -dijo el muchacho. La niña se detuvo en seco y lo miró con sus grandes ojos pardos con media cara punteada por las bolitas de sombra que la luz le pintaba al atravesar el sombrero de paja.
-¿De esos muertos?
-Sí.
-¡Pues no quiero oírla! -río Maitita tapándose los oidos.
-Si es muy bonitaaaaa, escucha:
En el año Mil Trescientos Cuarenta y Ocho se vio
Invadido de la peste que tanto estrago causó
Y fue tan grande el espanto que a todos llegó a causar
Que en las calles se quedaban los muertos sin enterrar…
Uhhhhhh, Uhhhhhh
-¡No sigas o me iré corriendo!
-Uh, Uh… soy un apestatooo -Luisito simuló cómicamente los ademanes de un enfermo de peste.
-Eres muy tonto, se lo diré a mi mamá y a don Carlos para que te regañe…
-Sólo estaba jugando. No tienes porqué tener miedo. Si estás conmigo no te pasará nada porque yo soy muy valiente…
-¿Por qué existe la enfermedad si nos tenemos que morir? -preguntó entristecida Maitita.
-La gente mayor es la que se muere, y yo todavía soy un niño.Tengo catorce años y muchas cosas que hacer, cosas muy grandes…
-Los niños también se mueren -susurró Maitita entrelazándose los dedos.
-No es verdad. Los niños se duermen y se van directamente al cielo, me lo ha dicho don Carlos.
Como Maitita se quedara muy apesadumbrada por la conversación, Luisito se acercó a ella y con el dedo índice doblado le levantó la cara. A la muchacha se le escapó una lágrima. Hizo un mohín para reprimir el llanto pero Luisito capturó la lágrima que posó sobre la yema de un dedo como una gota de rocio. Entonces, Maitita se le acercó, lo besó en la mejilla y salió corriendo. El párroco don Joaquín Mexía estuvo a punto de sorprenderlos porque salió de la iglesia en el preciso momento en que Maitita retiraba su boca de la mejilla de Luisito, con los ojos inflamados por una luz aún más intensa que la luz del día.
………………..
Consumió media vela la noche en que recordó la despedida de la niña. Su dolor se agrandó por la vecindad de la soledad que traspiraba su madre, hasta que vencido por la pena lloró amargamente con la imagen de Maitita diciéndole adiós con la mano, asomada de medio cuerpo por la portezuela de la diligencia, hasta que doña Angela tiró de ella y la diligencia la engulló y desapareció. El polvo que dejaba tras de sí el rodar del carruaje le pareció una niebla miserable que borraba a Maitita, que se tragaba la luz, los árboles, el cielo azul y los pájaros, que borraba todo del mundo, excepto a él, y lo condenaba a vagar por entre los páramos de la ausencia. Luego de cuatro horas se durmió con un suspiro profundo por el que liberó de una vez la angustia de su recién descubierta adolescencia.
CODA.- Hoy y mañana se celebra en Puertollano la tradición más ancestral, mezcla de leyenda, religiosidad, muerte y milagro: El Santo Voto. Por ello les ofrezco parte del capítulo 6 de la novela Balneario en la que dos personajes infantiles hablan de ello desde su particular visión del mundo y de las cosas. El niño es Luisito (el que será Luis Montero en La Tierra Negra) y la niña, Maitita, la hija de dona Angela, una de las clientas de la recién estrenada Casa de Baños, por el “guapo de Loja”, General Narváez. Balneario está ambientada en Puertollano, al inicio de la segunda mitad del siglo XIX.
Manuel Valero