Maricas de España

Ángel RomeraA los ortodoxos en materia sexual los maricas no dejan de provocarles cierta inquietud, incluso cierta picazón, diría yo, no precisamente porque quien se pique ajos coma; a mí me la provocaban, en mi psicótica niñez, tanto un hombre meloso y atildado que asediaba a los jovencitos a la salida de los billares como el cocinero de un colegio de curas que me andaba detrás en todos los sentidos. Yo huía, porque tan espontáneas manifestaciones de afecto me parecían extrañas en medio de la brutalidad dominante, no precisamente porque no hubiésemos sido presentados. Uno de los juegos habituales entre mis colegas de salvajismo era el «culo a la pared», más inocente en apariencia que en esencia, porque inculcaba homofobia. Luego se pasaba por un ambiguo periodo preadolescente, bien definido por Freud, en que uno sentía demasiado «amor», aunque sin expresión sexual, por los amigos, hasta que las hormonas y los clichés terminaban su trabajo sobre un circuito nervioso sexual, fraguado en determinado mes del embarazo, y uno se volvía comme il faut. Los rusos, que son capaces de hacer vivir cabezas de perro en horrendos experimentos pavlovianos (no pinchen el enlace las almas sensibles), han demostrado que lo mismo se pueden fabricar gays inundando con determinada hormona cierto mes de la gestación materna, algo que se produce también naturalmente. Con lo que se demuestra que, en suma, la homosexualidad es una variante más de humanidad y animalidad y que proviene más de la carne que del espíritu.

Los psicólogos así lo han entendido cuando la excluyeron de su lista internacional de patologías: un gay no es un enfermo, sino solo una persona con gustos distintos; lo que si es enfermedad, por el contrario, es negar esta posibilidad de realización a los seres humanos, porque siempre ha sido patología negar la realidad y, sobre todo, negar la propia realidad.

Ya niñato hecho y derecho, seguía preguntándome por qué constituía un peligro para la circulación cierto jovencito que andaba echando los brazos al cuello de un amigo mío, por cierto poco ortodoxo, y por qué había jovencitos a los que les gustaba más salir con chicas que con chicos. Hoy puedo imaginarme que por afinidad y porque no encontraban con quién salir, soledad doblemente deprimente en época como esa. Inversamente, nunca mejor dicho, imagino que algunas niñas se encontraban más a su aire bajo un jersey castrante y con el pelo corto, entre chicos, que entre féminas turgentes de pecho frutal. Y que otros, demasiado amantes de sus madres, sentirían la llamada de unirse a clubes masculinos como la virginal iglesia católica, el musculoso ejército, la disciplinada masonería o el Real Madrid, tan lleno de chicos guapos, pijos y metrosexuales en calzón corto.

Si uno conoce a unos cuantos homosexuales, como es mi caso, sabrá que hay muchos tipos: activos, pasivos, activo-pasivos, reinonas, travestidos, bisexuales, transexuales… No todos los gays son «juntables» entre sí; por otra parte, es cierto que muchos de ellos se han acostumbrado a los amores pasajeros, son especialmente disolutos y de pareja poco estable. El juez que otorgue el cuidado de un niño adoptado a una pareja gay debe cuidarse especialmente de estas características, pues la pareja formada debe llevar algunos años de continuidad y tener visos de permanencia. Por otra parte, si en familias «normales» nacen niños gay, ¿por qué en una pareja gay no puede haber niños normales? No estará de más recordar a algunos ignorantes católicos que hubo parejas de santos homosexuales, como Sergio y Baco y que, incluso, hay un rito cristiano muy antiguo para «casar» cristianamente a dos gays, la adelphopoiesis, fraternitas iurata u ordo ad fratres faciendum. El erudito John Boswell ha exhumado nada menos que ochenta contratos históricos de matrimonio cristiano gay.

Entre los gays existen los mismos problemas que entre los ortodoxos. Es cierto que muchos de ellos son más creativos; yo lo atribuyo al hecho de que, como hombres, poseen un cerebro más grande y, como mujeres, lo usan más: ambos hemisferios; pero eso  podría ser una explicación baldía; cualquier ser marginado puede hacerse con facilidad una idea original y subjetiva sobre las cosas, y la subjetividad es la raíz misma del arte.

Muchos homosexuales lo pasan mal en sociedades particularmente hipócritas o restrictivas; y lo pasan mal tanto si lo asumen como si no lo asumen; pero también los hay que se lo pasan mejor dentro del armario que fuera de él y viceversa. Por supuesto, las conductas homoeróticas son reprobables en los casos generales en que lo son las otras demás consideradas ortodoxas: pederastia o sexo con menores de edad, violaciones, etcétera. El castigo de esos tipejos debe ser el que estatuyen los códigos jurídicos de cada cultura, siempre que se tenga en cuenta, además, que este tipo de delitos puede ser muy propenso al ocultismo y delicado de tratar; sin duda, y más en un país tan hipócrita como España, emerge solo el uno por ciento de los casos reales. Por demás, yo creo que el comando anarquista Mateo Morral, ciertamente homófobo, ha cometido un delito enviado consoladores explosivos al obispo de Pamplona y al rector de un colegio de los Legionarios de Cristo y que, cuando la revista El Jueves vitupera al obispo de Alcalá atribuyéndole el dicharacho mendaz de que es bueno dar por culo para prevenir el aborto, está solo incurriendo en el anticlericalismo trasnochado del refranero, explícito al atribuir a curas regulares y seculares el pecado nefando. Por demás, diversos periodistas manchegos anticlericales han sido más o menos declaradamente homoeróticos, como el asesinado Antonio Rodríguez García-Vao, un probable amante de Emilio Castelar, si interpreto bien lo que insinúan algunos de sus contemporáneos, o el secretario de Jacinto Benavente, el escritor ciudarrealeño Ernesto Pérez Saúco.


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1 COMENTARIO

  1. Hay mucha hipocresía en torno a este asunto.
    ¿Hasta cuándo vamos a meternos en los asuntos de los demás, ya sea a nivel individual o colectivo?
    El ciudadano debe legislar sobre su conciencia, sobre ninguna más. Y ese ente ficticio, creado de manera artificial entre todos, llamado «Estado» no debería tener potestad para legislar sobre lo que pertenece al ámbito privado.
    ¡Viva la libertad! Es lo único intrínseco al ser humano. Que no nos lo arrebaten, por Dios.
    Un saludo.

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