“Desordenando la felicidad me encontré la vida”, “Tengo un alma y está cargada”, “Sé que existo… si me nombras”, “Hasta la ternura… siempre”, “Eres mi más bonita coincidencia”, “Soñemos lo imposible, que lo posible se agotó”, “Si no tardas mucho te espero toda la vida”, “La poesía como el pan… es de todos” o… “Que el amor valga la alegría, no la pena”. Y así podría continuar hasta completar el folio entero. Frases encontradas en cualquier calle de cualquiera de las ciudades y pueblos que nos rodean, halladas en un parque de nuestra geografía o allende los mares. Escritas en muros de casas abandonadas o en un rincón de un callejón. Es la recién nacida: Literatura Urbana. ¿Reivindicación? ¿Revolución? ¿Deseo? ¿Frustración? Al típico: “Te quiero, Loli” o “Por siempre, juntos”, se han unido otro tipo de manifestaciones callejeras que, pese a no tener muy contentos a los propietarios de los inmuebles por destrozar sus fachadas cual grafiti pandillero juvenil, gozan de una buena ortografía y unas mejores intenciones.
Según palabras de uno de estos colectivos, lo hacen para “divulgar otra forma de ver el mundo bajo un prisma literario que nos haga sonreír y continuar divagando en nuestros sueños”. ¿Demasiado utópico? ¿Una simple frase puede cambiar el rumbo de una persona al leerla? ¿Hacer que sus planteamientos cambien y tome una dirección distinta a la que llevaba? En realidad la Literatura urbana no es algo tan novedoso ya que la literatura siempre ha sido urbana por definición. Si en la antigüedad se utilizaba para satisfacer ciertas demandas como las prácticas en los negocios o de la religión, ahora (que eso ya lo tenemos más que solventado) la reinventamos dándole un uso menos estético pero más literario.
La ciudad se convierte en un gran folio en blanco y los más osados se lanzan a escribir en ella frases, pequeños textos, juegos de palabras. La ciudad, en sí misma, es un gran tema que nos aporta no sólo escenarios sino personajes, cientos de historias, puntos suspensivos y puntos finales. Se ha pasado de escribir sobre las ciudades a escribir en ellas. Y aunque siempre se ha hecho por los más diversos de los motivos (reivindicaciones políticas, declaraciones de amor, arte grafitero, por jorobar al personal, como reclamo publicitario, etc.) qué es lo que diferencia, en estos momentos, ese tipo de manifestaciones a las nuevas, las “literarias”. ¿Qué necesitamos? ¿Qué nos falta? Precisamente ahora que, con sólo darle a un botón, tenemos toda la información que deseamos en nuestras manos.
A lo mejor no van tan desencaminados los que dicen hacerlo para arrancarnos una sonrisa o retomar un sueño. Frases hay miles, propias y ajenas, de auto-ayuda y auto-destrucción, pero las tenemos tan manidas que ya ni siquiera nos impresionan. Dar la vuelta a una esquina y encontrarte con un simple “Fue un placer coincidir en esta vida” o “Fuiste la gota que derramó el beso”, como mínimo nos cambiará la cara, nos hará pensar en alguien, en alguna situación pasada o presente.
Hay países que incluso potencian este tipo de expresiones artísticas y vecinos que dejan los muros de sus casas para que se escriba en ellos. Hay necesidades que siempre existirán. Sólo se reinventan. Nada más.
Clarisa Leal