¿Adoquinar o embaldosar un prado?

Estanislao Z. Navas.- Narra la tradición que un anciano que tuvo por nombre Blas el trovador compuso unas coplas a la Virgen y que su hijo Antón quedose toda la noche cantándolas a la Virgen en un prado, donde descansaba la comitiva junto a la imagen. En esto, se posaba una paloma y cuando el joven acercose a cazarla la misma adoptó la forma de la Virgen que había vuelto para quedarse por siempre en dicha población, Pozuelo Seco de Don Gil (hoy Ciudad Real), y desde ese momento la imagen se conocería por el nombre de Santa María del Prado, siendo fundadora y protectora de la actual Ciudad Real.

Siglos más tarde, según nos señalaba don Inocente Hervás y Buendía, “Isidoro Madrid decía a este Ayuntamiento, que desde el año 1778 venía realizando por su cuenta <sin gravamen de los vecinos ni exacción de los caudales públicos> el desmonte y allanamiento del sitio del Prado para su riego, por lo que la ciudad le asignó doscientos ducados anuales para que continuara su labor -1792-. Era por este tiempo un lugar asqueroso, depósitos de inmundicias, indecoroso e impropio del soberbio templo que la piedad cristiana había levantado a la Virgen María. A Isidoro de Madrid se debe la idea de hacer en él un plantío de árboles y lugar de recreo”. Así nos encontramos con que la antigüedad del Prado como zona ajardinada y de recreo está instalada en la memoria popular desde hace varios siglos.

En estas últimas fechas, tan tumultuosas, la ciudadanía, dada la coyuntura de crisis actual, viene a reivindicar la identificación con uno de los iconos existentes en la ciudad: los jardines del Prado, y por ello clama y reclama la no necesidad de realizar reformas de gran calado – los adoquines y las baldosas, se sobreentiende – que menoscaben la idiosincrasia de este lugar tan especial y simbólico para toda la ciudadanía, simbolismo que no sólo obedece a que acoge a la vecina Catedral y que constituye el pulmón vegetal del que respiran edificios colindantes tan emblemáticos como el antiguo Casino y los museos López – Villaseñor y Provincial (o de Ciudad Real como habitualmente se denomina), sino porque sus jardines han sido testigo privilegiado, entre otros, del deleite musical a través de los conciertos que se celebran en el templete que se ubica en su centro (que sustituyese en su momento a la trasladada al Cementerio municipal Cruz de los Caídos) o de las celebraciones más representativas de la localidad como era la Fiesta de la Pandorga (desde hace unos años trasladada a la afueras porque la gran afluencia de público excedía las capacidades existentes de los jardines, aunque el cambio de ubicación no estuviese exento de polémica), fiesta que tiene en los jardines el testimonio escultórico de las figuras del Pandorgo y del compositor del Himno de la Pandorga Javier Segovia.

Toda esta argumentación que aduce el pueblo de Ciudad Real parece no estar en consonancia con la política constructiva municipal, pues a pesar de las protestas surgidas desde la presentación del proyecto reformista – abanderadas por asociaciones como Diver-gente y con lemas como “Salvemos el Prado” o “Prado soy yo”, y con los ciudadanos ataviados con el pañuelo típico de “yerbas” tan vinculado a la Fiesta de la Pandorga -, el Consistorio ha continuado con el plan a seguir y, desoyendo a la ciudadanía, en breves fechas.