Manuel Valero.- Siempre que leo las críticas a los políticos en general bajo el palio de esta crisis tan particular me asalta el mismo pensamiento: como la clase política es una erupción democrática de la sociedad electoral, aquélla lleva el mismo adn conductual en el ejercicio de sus responsabilidades que el que borbotea en la sopa popular de la que surgió.
Dicho de otro modo: no hay políticos corruptos sino sociedades tolerantes y permisivas con la corrupción,por no decir sociedades corruptas. Y salga a escape el cojo honrado. Obviamente todo forma parte de la naturaleza y la condición humanas; así tomados de uno en uno, como decía el poeta, nos encontramos con especímenes de todas las gamas y colores virtuosas las gamas o defectuosos los gamos y aplíquese una buena viceversa. Pero también Hegel advirtió que a lo largo de la historia los pueblos van conformando una personalidad colectiva propia, un espíritu que los hace diferentes a los demás aunque en esencia el ser humano sea un clon de sí mismo multiplicado miles de millones de veces.
Si se dice que el español es muy envidioso y el francés muy orgulloso no quiere decir que todos los españoles y franceses lo sean, pero sí que hay suficientes amontonados culturalmente en la línea del tiempo como para que con el tiempo y bien sedimentado el tiempo, se perfile ese trazo singular que nos identifica. Incluso entre regiones de un mismo país existen diferencias colectivas, culturalmente tan asumidas que se consideran natural: el apego catalán a la pela o la concatenación de preguntas cuando le preguntas a un gallego.
Corruptos, pues, los hay, allá donde se arremolinen personas, como habrá la honestidad, la ambición, la modestia, la claridad y la desconfianza… Lo que distingue a unas sociedades de otras es la conciencia moral, el cumplimiento estricto de las leyes, una cultura por el bienestar colectivo desde el bienestar personal dentro de las reglas del juego, y lo más importante… una intolerancia tal al aprovechamiento ilícito de lo público que hace que al político descubierto le sea de todo punto insoportable permanecer un sólo minuto más en su puesto.
Esa es la razón por la que destacados ministros, importantísimos y altos funcionarios europeos o de otros países dimitan en horas mientras en otros, como en España, permanecen en el cargo cuando hay indicios como elefantes de que tomaron el dinero y corrieron, primero una juerga y luego a Suiza. La sensación de deterioro y de desgaste moral que soportan nuestros personajes públicos -desde el Pujol hijo y pijo, el Bárcenas crapuloso, el aceitoso ugestista Pastrana y un largo y tortuoso etcétera, etcétera-, sólo se entiende en sociedades como la nuestra. Aquí nos ponemos muy estupendos y justicieros, como las viejas desdentadas que tricotaban al paso del artistócrata camino de la guillotina, pero con esos 1.600 casos en los tribunales, puntita, puntita de icerberg este país no soportaría una auditoría mortal hasta las tripas hecha por el mismo ojo de Sauron.
Una de las derivadas del encono contra los políticos es que al final se acabe atacando la política, o el sistema, sin más alternativa que la pasión popular, ciega e irracional, o la aparición de un salvador así sea a la drôite ou a la gauche, con toda su carga de extemporaneidad. La política es necesaria, las sociedades participativas también, el sistema democrático es el menos malo e incluso el sistema occidental, sí éste, es el único que combina lo bueno con lo malo y que es perfectamente mejorable y humanizable. ¿Acaso no estamos asistiendo a una suerte de revolución dentro del sistema para reformar el sistema? Cada país tiene los corruptos que se merece.
Coda:-Los islandeses fueron tomados como ejemplo mundial de una sociedad civil vigorosa por su reacción ante los políticos que arruinaron Islandia. Hoy por un complejo combinado de aversión al continente, a la UE y a que tuvieron que rascarse el bolsillo vía impuestos para escapar del atolladero, les dicen a los partidos que los llevaron a la quiebra que regresen. La prueba del algodón: no son los políticos, son los pueblos.
Nunca me gustó aquella frase de «tenemos lo que nos merecemos» quizá porque ni todas las personas son iguales ni se merecen lo mismo, pero viendo el ejemplo de Islandia quizá haya que meditarla al menos.
Efectivamente, José Ignacio, no hay que generalizar, claro, he tratado de explicarlo, no todos somos iguales aquí o allá, pero creo que cada sociedad tiene su propia cabra y su propio monte…
Buen artículo Manuel, como siempre.
Creo que nos falta, a todos, un poco de autocrítica. Solemos actuar de mala fe, que diría Sartre, cuando descargamos la responsabilidad de nuestras acciones en los demás.
Es evidente que la clase política en España no ha estado a la altura de los tiempos, pero, ¿y los españoles? Hemos caminado cogidos de la mano de ese pecado capital que se llama avaricia. Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y ahora lo estamos pagando.Y, como bien señalas, la clase política no es más que un reflejo a pequeña escala de la sociedad.
Posdata: Por supuesto, que al generalizar me equivoco. Pero es que no paramos de criticar a los políticos, a las instituciones, a los Bancos, a diferentes estamentos. Y está muy bien que sea así. Pero, repito, ¿y nosotros?
Un saludo.
Gracias, espero el tuyo. Joder, creais mono!!
Equilibrado el análisis que haces de nuestra realidad, Manuel. Creo que la fórmula para empezar a salir de este desaguisado pasa por ser bastante más serios y éticos en nuestros comportamientos. A veces pienso que la prima de riesgo…está en nosotros mismos.
Uno de los problemas que impiden esto,creo, está en que no reconocemos el propio error porque pensamos que eso supone una victoria para el contrario político.
Un saludo.