Hablaba la escritora Ana María Matute de que quien no inventa no vive. Podría parecer esta una frase exagerada o al menos controvertida porque inventar, lo que se dice inventar, es algo que está reservado y al alcance de unos pocos y vivir, al menos eso parece, vivimos muchos millones de personas en el mundo.
Pero es evidente que la ganadora del premio Cervantes no se quería referir con su expresión a eso de tener que “inventar la pólvora” para demostrar que se está vivo, sino a algo más personal cual es saber crear cada uno de nosotros algo nuevo en nuestro mundo más intimo. Vivir o sobrevivir, vivir o existir, vivir o sobrellevar la existencia, esta es la cuestión, esta sería nuestra cuestión más radical.
Desde luego que no es fácil ser creativo, ni lo ha sido antes ni lo es ahora. Los problemas, el día a día, las realidades prosaicas e inmediatas nos hacen ser más copias existenciales del ayer y del mañana que otra cosa. Sin embargo este alejamiento del deseo de originalidad nos puede llevar poco a poco a ser puros entes meramente volitivos. Y eso de pasar por la vida como seres que viven a base de actos reiterativos de la voluntad y nada más no puede resultar gratificante. La frescura, la originalidad y creatividad en nuestra vida, saber y lograr escapar de la rutina, intentar que cada día sea como una nueva flor que nace igual de hermosa pero distinta de la anterior, generar nuevas vidas en nosotros mismos, esos son los pequeños o quizá grandes inventos a los que se refiere la novelista barcelonesa y que todos podemos descubrir.
Fundamental desde luego para ello es albergar una dosis de ilusión. La ilusión, curiosamente es un generador de creatividad como pocos. Quien está ilusionado por alguien o por algo, se convierte en un fenomenal inventor de sensaciones y de situaciones nuevas…para él y para quienes lo rodean.
Hace unas fechas caía en mis manos el libro de una sicóloga que lleva por título, “La inutilidad del sufrimiento”. En él su autora habla de la necesidad de recuperar la ilusión. Podemos sobrevivir con poco dinero o poca salud, dice, pero nunca sin ilusión, en este caso viviremos en una existencia plana y gris. Cuenta entre otras cosas como mucha gente en sus consultas le confiesa que a pesar de tener de todo, carece de ilusión y no es feliz; la autora dice que siempre les responde diciéndoles que la ilusión no se encuentra en ninguna tienda por cara que ésta sea ya que la felicidad no se puede comprar.
La dinámica existencial del hombre actual transcurre con mucha frecuencia desde el interior de su persona hacia fuera. Parecería que estuviéramos empeñados en buscar nuestra identidad lejos de nosotros y además no en las personas sino en las cosas que nos rodean. Falsa ruta esta de ir buscando la felicidad saliendo “al desierto” e invirtiendo en los espejismos de unos reclamos materiales. La verdadera ruta que hemos de seguir, dice esta sicóloga es la ruta que nos lleva hacia ese interior del que huimos. La ilusión no se puede comprar porque no tiene precio, no es producto ni consecuencia de nuestra capacidad de posesión. Y es que todo lo más hermoso que le sucede al hombre, todo aquello que da plenitud al ser humano es algo que paradójicamente resulta tan barato que no se puede comprar con el dinero.
Desgraciadamente, el hombre busca su identidad en el «ruido y la furia», en la fusión y confusión con otra gente y con las cosas que tienen un precio, no un valor.
En esta sociedad consumista la apreciación del valor en las cosas se ha prostituido poniendo precio a todo. El hombre se ha convertido en un sujeto económico y poco más….