Como una metáfora del Travestismo o como un verso suelto de no se sabe qué prosa, se nos presentan los políticos en ejercicio, transfigurados en otras presencias, mixturas, hopalandas y visiones. Políticos trasmutados y alojados en Capas románticas de paseo ‘fin de siécle’; vestidos de Trajes Largos y desnudos de Trajes Cortos; enunciando Pregones y cantando Proclamas muy distinguidas; ejerciendo de Mantenedor balsámico y ortopédico, de cualquier tipo de evento, celebración, onomástica, efeméride, quinquenio o inauguración.
Como ha ocurrido muy recientemente y como muestra de la extensión afirmada, con la Diputada Nacional y Presidenta de Afammer (Confederación de Federaciones y Asociaciones de Familias y Mujeres del Medio Rural), Carmen Quintanilla, nombrada con honor, esmero y distinción, Dama de la Encomienda de Montiel, cual título nobiliario otorgado, en las recién celebradas Jornadas de ‘Montiel Medieval’. También, en ese viaje medieval con smartfone en el bolsillo, he visto a otros responsables públicos, ataviados con singular gracejo, con capa anudada al cuello y collar de una Orden Militar emblemática y desaparecida. Todo ello, en un amago de invertir los tiempos y de demudarse en un Capitán Trueno moderno o en un Superman medieval.
Hay también otras muchas imágenes dormidas en la hemeroteca de los recuerdos, de políticos armados y disfrazados en el tobogán de las vanidades mundanas. Senadores y Diputados ahormados por lanza y peto de hojalata, como ‘Caballeros andantes’ , así nombrados por asociaciones quijotescas; políticas en flor, ungidas como primaverales ‘Damas andantes o andarinas’ por colectivos dulcineanos de rancio abolengo; Delegados Provinciales en sazón y ejercicio, pertrechados de atavíos de ‘Mantenedor eximio’ en cualquier Juego Floral o en cualquier Flor Otoñal; Consejeros regionales reconvertidos por obra y gracia del Alcalde correligionario, en ‘Pregonero Alado’, de alguna fiesta descubierta en el desván de la historia local y escondida en las entretelas del pasado inventado; y, finalmente, hasta he conocido a algún Secretario de Estado, disfrazado con garbo mucho y gracia poca, para vocear un Carnaval de Interés Turístico Regional, una población en trance de desaparición. Y así todos los años y todas las promesas.
Siempre me he preguntado por esa querencia pertinaz al disfraz, al papel estelar, al primer plano, a la primera página, al artista invitado, o a la noticia ‘prime time’ de los políticos funcionales, que necesitan darse importancia a fuerza de acaparar espacios civiles y tiempos recreativos. Una importancia relativa como máxima absoluta oculta de los tiempos actuales. Y no creo que sean sólo esos amores sostenidos por figurar y marcar rumbo, los que definen a una parte de la clase política, sino que todos ellos, a través del disfraz, representan la confusión de su propio cometido.