Fermin Gassol Peco.- El euro ha resultado ser como esa coctelera en la que se mezclan varios líquidos de diferentes texturas y sabores con la intención de obtener una mezcla agradable al paladar. Pero como en todas las experiencias nuevas sucede con frecuencia que por muchas ilusiones que se pongan en la “nueva criatura”, no a todos los que la prueban les acaba sentando bien y el cóctel en cuestión puede ser que ofrezca un magnífico sabor para algunos y resultar a la vez como una pócima demasiado fuerte para otros.
El Euro nació como una romántica a la vez que interesada probatura económica para que más de trescientos millones de europeos bebiéramos de una misma fuente monetaria y viviéramos a un nivel parecido, que sin ese fin no se entiende semejante iniciativa. Y a esta enorme coctelera se fueron sumando diez y siete países con sus distintos climas, tiempos de luz, idiomas, culturas, momentos económicos y sus muy diferentes maneras de entender la vida, con la apriorística buena intención de lograr un sabor monetario nuevo y homogéneo. Un coctel que resultó atractivo en sus primeros sorbos y que sin embargo después, su fuerte y dominante sabor alemán nos ha acabado por amargar…el paladar y la existencia.
Porque pasado un tiempo, estamos viendo que esta amalgama de sabores que son las distintas procedencias, culturas, genéticas e ideales vitales de los países que manejan el euro no acaba de resultar ni compacta, ni homogénea. El Euro se inventó pensando en lograr una Europa unida, moderna y desarrollada, pero a costa de tener un sentido espartano de la existencia, me da que para ciudadanos poco expuestos al sol y al concepto más contemplativo y lúdico de la vida diaria.
El euro ha resultado ser, creo, un invento demasiado artificial o mejor, artificioso por el que las distintas facetas socioculturales que definen a los diferentes países, acabaron obligadas de alguna manera a vestir uniformadas, sometidas fundamentalmente a un sentido nórdico de entender la economía. Personas, sociedades que se encontraban en determinados puntos de desarrollo, con pretensiones futuras muy marcadas por sus maneras de ser, desde luego que tremendamente distantes unas de otras.
Porque ya me dirán ustedes en qué punto de la filosofía de sus vidas pueden converger un finlandés o un alemán con un calabrés o un cretense…por mantener a nuestra realidad hispana fuera de la comparativa. Porque ya me contarán ustedes el punto de convergencia que pueden tener unos ciudadanos que ven algo de sol cada seis meses con aquellos que lo llevan cicatrizado en sus semblantes…como parte de su quehacer diario. Porque ya me dirán ustedes el grado de afinidad que puede existir entre unas civilizaciones que nunca han tenido… nada en común.
El euro fue un invento pensado fundamentalmente en facilitar y homogeneizar el comercio entre distintos países que vieron en la moneda única la mejor manera de rentabilizar sus operaciones. Al resto lo cierto es que nos está resultando un esfuerzo muy caro; y en algunos países el esfuerzo ha sido demasiado caro. No olvidemos los redondeos iniciales que hicieron subir el precio de manera escandalosa a los bienes cotidianos de pequeño valor…
Lo que ha sucedido después era fácilmente predecible….que una moneda no puede cambiar la forma de ser de las personas de un país. Que poco a poco el euro…esa moneda tan prometedora, ha terminado obligándonos a algo así como revestirnos económicamente al gusto alemán. Y a muchos europeos, eso ni nos gusta, ni nos sienta nada bien.