Ya ha dejado de fumar y esperar la boca más sugerente del cine español, aquella que pedía con encantadora parsimonia que la besaran mucho, como si fuera esa noche la última vez. Y lo ha sido, querida Saritísima. Ya no veremos resplandecer esos ojos buñuelanos que tantos corazones arrebataron por todo el mundo.
Desde tu Campo de Criptana natal hiciste girar las aspas de sus imponentes molinos con la fuerza del talento para que en Estados Unidos conocieran un lugar manchado de color ocre al que siempre has enseñoreado con tu presencia.
Hay personas que nacen para acompasar al tiempo, sin más pretensiones que las de vivir sin que la vida pese mucho. Otras intentan darle un sentido y hacer más comprensible ese complejo entramado al que llamamos existencia. También hay un tercer tipo de personas, las menos, que hacen de un sueño su vida. Sara es de estas últimas. Imaginó un futuro en el que sería adorada por todos y lo persiguió con el mismo ahínco con el que el Séptimo de caballería perseguía a los indios. Su sueño fue superior a las circunstancias y se impuso a estas. Llegó a ser lo que quería ser: una estrella. Decía Ortega y Gasset que cada uno de nosotros debe cumplir aquella máxima de Píndaro: llega a ser el que eres. Y la manchega universal lo consiguió.
Don Quijote de la Mancha siempre buscó en ti a su particular Dulcinea. Locura de amor fue la que sintieron por ti los mejicanos cuando te conocieron. También, debido a las diferentes vicisitudes a las que tuviste que hacer frente, te metieron en una Cárcel de mujeres; no querían las mexicanas que alguien como tú estuviera libre, eras demasiado bella. Ella, Lucifer y yo, título en el que siempre has interpretado dos papeles, el de Ella y el de Lucifer para cualquier hombre que se te haya acercado. Después vino la bonita ciudad de Veracruz y aquí se cruzó el gran Anthony Mann. Ya no solo eran los españoles y los mexicanos, también los americanos habían sido cautivados por la india Amarillo Mocasín en Yuma. El último cuplé ha sido el que, por desgracia, nos has cantado ahora, porque has sido La violetera con más garbo del cine español. Y La bella Lola no ha sido otra que María Antonia Abad Fernández. Esa mujer a la que llamamos Sara Montiel.
Algunos actores, actrices y directores españoles han puesto Hollywood a sus pies, pero a estos les pasa lo mismo que a los que ahora llegan al Polo Sur, está muy bien; pero ninguno es Amundsen. Pues eso, ninguno es Sara Montiel. Para el primero siempre debe haber reservado un lugar en el Olimpo, y ese lugar le pertenece a la criptanense. Descanse en paz la mujer que hizo de su sueño un motivo por el que vivir.
Posdata: Sirva este pequeño obituario de homenaje a ella y a toda su familia.
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