J.Carlos Sanz.- Estoy que trino. Bastante jodido anda un sector como el periodístico que no levanta cabeza entre despidos masivos, cierres de medios y degradaciones de las condiciones laborales, para que además tengamos que soportar las intromisiones de ciertos cargos públicos que buscan sentar cátedra cuando en verdad hacen gala de una absoluta injerencia.
Hablo del circunstancial presidente de la comunidad de Madrid, Ignacio González, partidario de poner coto a la supuesta ligereza con que los medios publican noticias que a su juicio ensucian la imagen del PP. O dicho de otra manera: González argumenta sibilinamente su deseo de que exista censura informativa.
Según él “estamos en una situación en la que vale todo a efectos de publicación en los medios de comunicación” a colación de las fotos publicadas por El País en las que el actual presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijoo, aparece junto a un conocido narcotraficante en su yate.
Ya ven, para este erudito en materia informativa los medios tenemos que ponernos la mordaza a la hora de publicar las actividades que llevan a cabo nuestros representantes públicos. A él le encantaría poner límites a la prensa libre si es que tal adjetivo ha existo alguna vez. A mí, afirmaciones del tipo “tiene que haber un límite” me suena a amenaza carpetovetónica, a ramalazo totalitario y de tics autoritarios van sobrados muchos políticos hoy en día.
A la clase política conviene recordarle que los límites de la información en una sociedad democrática no los marcan precisamente ellos, que nuestro oficio está avalado por la Constitución, donde se deja claro el derecho que posee el ciudadano a recibir una información libre y veraz.
Hoy en día existe la puta manía de querer meter a los periodistas en vereda, emplear el chantaje de forma velada para que nos callemos la boca y no destapemos el coladero de corrupción e injusticia en que se ha transformado buena parte de la actividad política. Los periodistas no necesitamos de iluminados como Ignacio González; todo lo contrario, hay que huir de ellos como la peste, decirles bien clarito que los límites a nuestra profesión los marca el Código Deontológico a través de principios como el rigor o la veracidad. Y si algún cargo público se siente molesto, si considera que su derecho al honor, intimidad e imagen han sido vulnerados puede acogerse al derecho de rectificación o recurrir a los tribunales, aunque lo mismo con la subida de tasas no quieren gastarse un euro.
En pleno derrumbe del establishment político se recrudece el hostigamiento contra el periodismo como así viene denunciando la FAPE (Federación de Asociaciones de Prensa Españolas). Una atmósfera de hostilidad hacia nuestra profesión que sólo busca jibarizar la libertad de expresión e información. Si ya de por sí estamos ante una zombificación de la democracia, ahora quieren darnos la puntilla con eso de “tener cuidado con lo que se publica”, sobre todo cuando la noticia publicada fricciona o colisiona con los intereses particulares de los grupos políticos.
Algo huele a chamusquina cuando los que nos dedicamos a este oficio tenemos que denunciar esa tendencia alcista entre la clase política por señalarnos, por querer situarnos en un redil de compadreo y servilismo. Tentaciones propias de cabezas huecas que no saben que la preponderancia del derecho de información sobre el de intimidad se produce cuando los hechos denunciados son de interés público, veraces y contribuyen al debate en una sociedad democrática.
Jode admitir que existe una campaña de desacreditación y ninguneo contra nuestro sector. Nos tratan como si fuéramos meras comparsas y hay casos a cascaporrillo. El propio presidente del gobierno comparece en una televisión de plasma, como si fuera un ente holográmico y sin posibilidad de preguntarle por su gestión. Cierto es que la FAPE y muchas asociaciones demandan que sin preguntas en las ruedas de prensa éstas no sean cubiertas pero en la práctica cada uno hace la guerra por su cuenta, cada medio se pone la venda en los ojos y todo queda en agua de borrajas.
He de confesar, con desagrado, que nuestro sector está aquejado de una grave dolencia, la falta de compañerismo que vaya más allá de compartir las miserias del oficio. Mientras no haya un plante sistemático de todos los medios y estos no cubran las ruedas de prensa sin derecho a preguntas, mientras no salgamos a la calle a protestar por las lamentables condiciones laborales de nuestro gremio, mientras las asociaciones de prensa que velan por nuestros intereses no sean más audaces y se dejen de enviar comunicados de condolencias por el despido de tal o cual compañero, seguiremos cayendo en picado y todas las reclamaciones legítimas en pos de un periodismo digno se verán diluidas en esta enorme mancha de conflictividad que navega a la deriva.
Ya es hora de extirpar los males endémicos incrustados en nuestra profesión. Se necesita un periodismo con coraje en estos tiempos donde las estructuras de poder inyectan viales de miedo escénico. Dejar atrás ese modelo aborregado de medios al servicio de intereses partidistas. No hay nada más repugnante que el periodismo se subordine a tal o cual ideología política y de eso en Castilla-La Mancha y en la provincia de Ciudad Real muchos periodistas lo han sufrido en sus carnes.
Hemos sido víctimas de una relación clientelar entre medios dirigidos por empresarios conchabados con determinados políticos y que sólo buscan el beneficio en detrimento de la calidad informativa, hemos sido mercancía en manos de mastuerzos que concebían la información como una puñetera propaganda de su partido y que empleaban el reparto de publicidad institucional a modo de rancho con el que silenciar las bocas de unos reclusos llamados periodistas.
¿En qué momento se extravió la dignidad en este oficio? Esa es la pregunta del millón y cuando un profesional no puede dar lo mejor de sí mismo, bien por consignas de la empresa en que trabaja o por algo más execrable como es la autocensura, se confirma que nuestra profesión también apestaba a corrupción. ¿O es que pensaban que el sector era una muestra de ejemplaridad?
A los periodistas se nos llena la boca cuando afirmamos que tenemos la obligación de informar a la ciudadanía de los hechos, que debemos ejercer nuestro papel supervisor de los poderes públicos, que sin periodismo no hay democracia. En el fondo, somos unos vanidosos de cuidado porque el potencial que supone ser visto, escuchado o leído es una valiosa herramienta.
Afortunadamente, nuestro oficio está en vías de extinción tal y como lo conocíamos. Ahora irrumpe un nuevo paradigma informativo donde el ciudadano es puntal esencial, donde el feedback es prioritario. El consumidor de información se cansó de ser un mero receptor; ahora demanda participación y los periodistas hemos de abrazar este modelo híbrido para generar alianzas sin que ello suponga un menoscabo a la profesión ni tampoco un temor infundado al intrusismo de “gente que no sabe contar lo que pasa”.
Pese a lo mal que lo estamos pasando en este gremio, pese a que el modelo de negocio se descomponga, pese a que siguen persistiendo males endémicos como la tendenciosidad y el sesgo informativo, pese a todo esto, el periodismo se está transformando en algo que no sabe que es pero servirá para aportar más democracia, más participación, más transparencia informativa y por encima de todo más ciudadanía.
En Twitter: @PixieSanz
Amén. Y bienvenido, también al club.