El Pepé y el Pesoe, soi-disants «partidos» del Neofranquismo, que algunos denominan Pepoe, mitades simétricas de una agencia de colocaciones muy popular y muy obrera, parecida a la Sociedad del Anillo durante el Trienio Constitucional (1820-1823), aunque entonces a eso de colocarse se le llamaba «empleomanía», como escribe entonces el ciudarrealeño periodista Félix Mejía, perdulario y libertino incorregible, se obstinan en esperar al próximo reparto de tortas y prebendas para reengañar al electorado, tan porculizado por ambos.
Pero este trienio dura ya más de cuarenta años y que el mismo Franco, algo así como demasiado, y semeja en su larga Transición a un zombi podrido y a medio resucitar. Dizque y dicen los historiadores que pretendieron hacer a Españistán parecida a Europa, estancándola en mitad de una ninguna parte para que, en tan mediocre indefinición, se pudiese medrar que no veas, esto es, quedándose ciegos, unos de engordar y otros de no ver nada. Y como «en el principio era el verbo», fui a buscarlo en la Constitución de mierda del asunto, y lo encontré. El verbo es deberán. Está, claro está, que no oscuro, a pesar de todo, en los preliminares, esas cosas que nunca leen quienes dicen que Don Quijote empieza por «En un lugar de La Mancha» y no saben con qué frase concluye, porque, como dijo Yoda, «no quieren terminar lo que empiezan». El contexto es: «Los partidos políticos etc. etc. etc… su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos».
Claro está, hay que prestar atención a los fines, no a los principios, como bien saben los que redactan esas leyes que derogan con un parrafito final todo el articulado inicial. ¿Cómo decía el presidente americano de esa película tan maja de cuyo nombre no me acuerdo? Ah, sí: «No hay fines». Ayayayay. «En mi fin está-es-existe mi principio», decía la reina María de Escocia y repetía T. S. Eliot, el de La tierra baldía, en sus Cuatro cuartetos; ya se ve: en el principio era el fin. Perdió la cabeza.
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