La sala pequeña en la que proyectan Argo anuncia que la excesiva cercanía puede provocar que las soledades de los espectadores se solapen. El popcorn XXL de mi desconocida compañera de asiento no ayuda a que mi ánimo se tranquilice. El imponente altavoz que amenaza caer sobre mis ya nerviosas neuronas complica lo que prometía, antes de salir de casa, ser una tranquila velada. Comienza la película. Una desagradable y atípica voz en off confirma lo que los elementos llevan anunciándome durante unos minutos: la tarde soleada que presumía mi interior ha devenido tormenta.
Pero la tormenta es de primavera. Se ha ido con la misma inusual celeridad con la que ha aparecido. La peculiar voz en off se ha retirado, y la película comienza su desenvolvimiento con la misma prestancia y poderío con el que las novias se acercan al altar.
Cojo el arco, disparo la flecha y al centro de la reseña, esto es: Argo es una excelente película. Tiene al aroma añejo de otras grandes cintas como Los tres días del Cóndor, Cortina rasgada o 39 escalones. Y un envidiable sabor a cine bien hecho.
Ahora vayamos por partes, como diría el ínclito Jack el … (ya saben). Ben Affleck, el actor principal, muestra un hieratismo que supera el ideal platónico del concepto; aunque este exceso, al contrario que todo exceso, no lo hace desentonar. Acompaña bien la melodía del conjunto.
Los actores secundarios solo lo son por definición. Las brillantes actuaciones de Tate Donovan, Scott McNairy, Rory Cochrane, Brian Cranston, Chris Messina , Kyle Chandler, Taylor Schilling Victor Garber, Alan Arkin y John Goodman, entre otros, conforman un conjunto coral que no tiene mucho que envidiar al que componían los legendarios hijos de Robert Aldrich, los Doce del patíbulo.
Los escenarios de la trama son diversos y con tales registros son tratados. Nos encontramos en una Irán sobria y austera, incluso, o sobre todo, en las sonrisas. Un Hollywood eternamente triunfador y decadente. Un Washington D.C típica y tópicamente norteamericano. Todo está colocado en su sitio. Ninguna parte desmerece al conjunto, como también ocurría con nuestra admirada Marilyn.
Y una estética sabedora de que el Diablo está en los pequeños detalles. El atrezo, los decorados, el vestuario hacen que el aire de familia, como diría Wittgenstein, que desprende la obra en su conjunto sea una ligera brisa que acicala con mesura la imagen. Nada en ella es impostado y espurio, excepto a lo que hago referencia en la posdata. Y ese aire de familia, al que antes aludía, es bien guiado por el padre, Ben Affleck. Su no nominación para mejor director en los Oscar es tan incomprensible como que Edward G. Robinson, Kirk Douglas o Errol Flynn no tengan ninguna estatuilla en su casa. Aunque de esto ya hablaremos otro día.
Pero lo mejor de la película es, sin duda, su ritmo. Me recuerda al del gran Indurain en la séptima etapa del Tour de 1995, cuando Johan Bruyneel solo aspiraba a que la espalda del ilustre navarro no se difuminara en la lejanía. En ningún momento decae. Siempre mantiene su poderosa cadencia. Una vez retirada la voz en off que señalábamos al principio, nos sumergimos en una espiral de emociones y tensión que solo desaparece cuando en la sala se encienden las luces blancas y comprendemos que la magnífica tarde asoma ya destellos de la rutinaria noche.
Hay un momento de la trama en la que me doy cuenta de que mi pierna se está moviendo al ritmo que marca la trepidante acción. Es el instante en el que comprendo que la película ya me ha ganado para la causa. Que es de las mías. Y es que cuando la emoción va por delante de la razón «argo» auténtico nos está ocurriendo.
Posdata: Quizá sí que haya que ponerle un pequeño pero a esta gran cinta: el final. Pero claro, yo no se lo puedo desvelar aquí. Solo les puedo decir que … el mayordomo es el asesino.
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Lo más discutible el enternecedor esquematismo/maniqueísmo de la visión USA de Islam. Son malos e hijos de puta; casi en la clave de Truman cuando dijo. «Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta».
La eclosión islamista y sus disparates consecuentes, como ocurriera en la Chechenia soviética, contó en momento previos con la inestimable ayuda de USA y el Reino Unido; derrocando un régimen democrático moderado, para ayudar a un sátrapa como fuera Reza Palevi. De aquellos polvos ocultos, hacemos películas como ‘Argo’.
Lo positivo es que los USA, una vez desclasificado el material secreto de la CIA, son capaces de hurgar en el ombligo de los secretos y montar (Clooney mediante) una película trepidante.
Es cierto que, por tiempos, tampoco se puede en una pelicula indagar en los fondos de cada cuestión y, ello nos lleva a visiones simples de los temas, como ocurre con el Islam en Argo, pero también es cierto eso que dices del interés de los USA porque así sea. De hecho, no es solo en los USA, en el resto de paìses occidentales con base en el cristianismo existe el mismo problema. No parece haber mucho nterés en otras culturas o religiones. La Torá y el Corán provocan alergia a más de uno y, no dejan de ser un libro tan respetable…o no, como la Biblia. Escrito como se escribía cuando se hizo y que, si se descotextualiza, como se suele hacer con los dos primeros, no deja de ser un cuento…con muy mala leche, en algunos pasajes.
En cualquier caso, y sin justificar al régimen de los ayatolás, bárbaros donde los haya, el Reza Palevi de los huevos tenía también lo suyo y los iraníes debían estar cansaditos…
A mí, Argo me lleva a los 70 en casa de mis abuelos, donde en una revista, que no recuerdo si era Semana u Hola, aparecía el sátrapa completamente tapizado de joyas, collares; su mujer tres cuartos de lo mismo, en fotos cuidadísimas y, luego, en la primera tele en color de casa, las tremendas manifestaciones de apoyo a los ayatolás y las muertes, muertes, más muertes…en un color saturado y con formato vintage.
De hecho, tengo que volver a ver la peli, porque me la pasé intentando que los recuerdos reales no me impidieran verla. En cualquier caso, que me ocurriera eso fue bueno.
Sí, totalmente de acuerdo. Pero he preferido mantenerme al margen de las cuestiones políticas. Una de las funciones del cine, y bastante importante, es transportarnos a los otros mundos posibles de Kripke. La realidad ya está demasiado contaminada de realidad como para que siempre la tengamos presente.
Un saludo.
[…] es una extraordinaria película, como bien explicó el escritor José Manuel Campillo; sin embargo deja cierta sensación de fraude a […]