Manuel Valero.- Siempre me ha llamado la atención la animadversión que la religión provoca, y con dosis doble o triple, si se trata de la religión católica. Muchos y grandes pensadores, filósofos, políticos, escritores y artistas han producido magnificas páginas y obras, fruto de su especulación.
De una manera u otra desde Voltaire a Bergson, desde Kant a Marx, desde Unamuno a Vattimo, todos han dejado sobre el papel el interesantísimo rastro de su propia visión, así de la singularidad genética de la religiosidad del hombre, como cumbre de la evolución inteligente, así del sedimento de esa religiosidad en las costumbres, en las creencias, en la cultura, en las tradiciones, en las leyes, en la organización jerárquica, en la iglesia, y así… hasta conformar esa superestructura que controlada por las clases dominantes sirve para mantener al pueblo alienado y temeroso en un estado de sojuzgamiento permanente.
Sea para denostarla de manera furibunda, no tanto por el fondo del asunto -la creencia en un Dios, cuestión de fe, al fin y cabo, de dubitancia unamuniana – como de la formalización de esa creencia en una organización terrena de poder, riqueza, influencia y boato, la iglesia no ha atravesado indiferentemente para nadie por el espinazo de la Historia. Aunque parezca asombroso, la religión nunca ha sido social, masiva y popularmente repudiada -ni siquiera durante la Ilustración Francesa, más cosa de élites que de campesinos de ángelus o de la Revolución más cosa de burgueses que de villanos -hasta la aparición de los socialistas científicos y el pensamiento del dueto Marx-Engels padres de praxis políticas que cuajaron en estados comunistas, consecuentemente ateos y divinizadores de hombres, en prodigiosa coincidencia con el opio del pueblo.
La Iglesia Católica provoca acidez de estómago en muchos ciudadanos, por quedarme en un reflejo pauloviano leve, y justo es reconocer que no faltan motivos para ello. Pero de la misma manera que se enfoca la Iglesia desde la máxima externalización de su patrimonio, y el ritual protocolario de la oficialidad, que, efectivamente deslumbran por la magnitud del esplendor, debiera enfocarse desde un historicismo ecuánime, analizar el bien que ha hecho, hace y hará, y desde el reconocimiento del misterio de su propia perdurabilidad, “hasta el final de los tiempos”, si finalmente, se cumple la promesa de Cristo.
A la Iglesia se la ataca y se la crítica con cierta honestidad en los argumentos, pero en muchas más ocasiones porque se la odia con la coartada de que representa lo que no es. Hay todo un argumentario viciado de tanto uso. Se la presenta, a la Iglesia. como una caterva de depredadores, pederastas, banqueros sin alma, amiga, la Iglesia, de los fascistas del mundo e, inevitablemente el gran matra: como la enemiga de los pobres. Y se hace, no con la intención de influir en su reforma sino con el deseo explícito e implícito, maldisimulado, de su desaparición. Y tampoco como consecuencia lógica del Dios ha muerto sino porque los católicos tienen -siguen teniendo- demasiada presencia incluso en estos tiempos efervescentemente laicos, sin que el Estado haga nada por evitarlo, es decir, por eliminarlos. Los cristianos son los únicos que profesan culto a un Dios que antes fue hombre, y anduvo por Palestina, lo suficiente para decir mucho, no escribir nada, perdonar a las adúlteras, echar a los cambistas del Templo, morir como un perro y partir la Historia en dos.
Dice Vittorio Messori, en su Hipótesis sobre Jesús, un libro recomendable, por su sereno distanciamiento de la obra pensada para el adoctrinamiento, al tratarse de una obra surgida desde el convencimiento razonado: “Muchos ignoran que, a propósito de Jesús, se han hecho todas las hipótesis, se han refutado todas las objeciones, se han vuelto a repetir y a refutar sin fin. Cada palabra del Nuevo Testamento ha sido pasada por la criba millares de veces; entre los textos escritos de todos los tiempos y países, el Nuevo Testamento constituye con mucho el más estudiado, y con mayor encarnizamiento, de todos”.
Entre las hipótesis crítica, mítica y de la fe, se queda con esta última. O como el filósofo práctico que argumenta que entre dos absurdos, la Nada o Dios, opta por el segundo (absurdo). En el otro polo, si repasamos los Estados resultantes de los mayores ateos de todo ateísmo que el mundo ha dado y que ensayaron el hombre nuevo libre de toda superstición, uno se queda con Obama, pese a su incorrecta norteamericanidad evidente.
El caso es que jaleada, perseguida, corrompida, odiada, temida… como ella misma, sí, jaleó, persiguió, se corrompió y se hizo temer, le ha sido elegido hace unos días un nuevo pastor “venido del fin del mundo”, que habla de los pobres, vaya por Dios, que paga sus facturas, que viste zapatos de cura párroco y que anima a la fraternidad universal y se atreve a aconsejar a los periodistas un trabajo honesto en busca de la verdad. Una impostura más como corresponde a una Institución acostumbrada a la Gran Farsa, dicen sus detractores, pero hace unos días miles de millones de personas estuvieron pendientes de una diminuta chimenea, en estos tiempos de vértigo del que salía humo real y tóxico para anunciar la elección de Francisco.
La jodida Iglesia pecaminosa, terrateniente, rica hasta la náusea, copa el paisaje global ahora con un tipo que concita ante sí miles de cuerpos y de almas. Lo dijo André Malraux, si es que la cita le corresponde, que se suelen apadrinar putativamente: El siglo XXI será el siglo del Espíritu o no será”. ¡Cómo recluir en el domicilio o el templo la externalidad creyente cuando va Messi y se santigua ante el mundo mundial. A ver si va a ser verdad eso de que “yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, con IBI o sin IBI. Miedo me da.
Ninguna animadversión a la religión, sino a su estatuto jurídico. Iglesia católica: cómo no, es la que de cerca más nos toca. Seguro que desvelando los abusos y los privilegios de otras asociaciones de creyentes autoerigidas -erroneamente, claro- en la plataforma de la verdadera Verdad, se escribiría con más calma y menos victimismo antirreligioso.
Con todo, mezclar doctrina, con financiación fraudulenta o con crímenes como la pederastia -de los más repugnantes que conozco- parece que es legitimar la impunidad, disculpame querido Manuel.
Por fortuna, en MiCiudadReal.es, a diferencia de lo que ocure en la Iglesia católica, ambos podemos hacer uso de nuestra libertad de pensamiento sin temor a excomuniones, persecuciones personales, expurgos o censuras.
Eso es lo maravilloso.
No, Miguel Angel. No trato de legimitar la impunidad de miembros indecentes de la iglesia. Antes al contrario, el pobre cura-obispo-cadernal-laico creyente…cuando cometen un delito, delinquen y pecan. Doble pena.Peor para ellos. La «justicia de los hombres» debiera tener mano en el cuerpo eclesial, lo cual apoyo. Si los delitos son con menores, ya lo dijo el Jefe, una rueda de molino al cuello y a por uvas… Sigo con interés tus escritos y los considero de un altísimo nivel y de alguna forma reveladores. Sabes que en lo tocante a la Iglesia que es cosa distinta de Religión, en cuanto aquella organiza,legisla, dogmatiza, financia y jerarquiza a ésta, se genera un debate interminable, que con facilidad nos llevan a actitudes simplistas en función de nuestro propio credo o «descredo». En cuanto a lo de la libertad y MICR, yo tengo la grata sensación y el convencimiento de que son la misma cosa y un producto palpitante, aunque en esta ocasión haga un juicio de parte, lo cual no me genera ningún malestar.Un saludo
Jesús muy poco tiene que ver con la jerarquía eclesiástica, Jesús ninguna relación guarda con el Santo oficio ni con sacerdotes católicos que se empecinan en invitar a un vino a los camareros islamistas que hay en nuestro país, graciosillos ellos. Y para perseguidos, los no creyentes. No tergiversemos la realidad. Los meapilas son los que mandan en el mundo. Y sí, la religión en las iglesias.