Una placa dorada bien visible a la derecha de la puerta de un edificio señorial de la zona noble de la ciudad advertía al transeúnte, siempre que el traseúnte mirara la placa que el transeúnte no es está para mirar placas en las puertas de los edificios salvo necesidad expresa. Fundación Legia, ponía.
-Joder, le ponen el acento en la í y se lee legía, lo mejor para lavar si se hace con cuidado que la lejía es lo que tiene que se lo come todo… -pensó Paracuellos.
Estaba en un bar frente al edificio. A través del cristal se observaba la imponente fachada de balconadas clásicas. Lo habían rehabilitado por el contraste con el edificio anexo que lucía un frontón de granito sucio.
Las esperas es lo peor de la profesión de detective porque puedes estar dos horas de puesto, distraerte un segundo mirando el periódico, y se escapa el pez por el agujero de la red desatendida. Pero con el tiempo, pasa como cuando tienes que despertarte a una hora de madrugada para atender una obligación y aunque pongas el despertador, el timbrazo inconsciente te avisa con antelación. Pues eso, Paracuellos era de escrutamiento intuitivo. Y muy raras veces se le había escapado la pieza. Finalmente la espera tuvo su recompensa. Un autómovil paró unos segundos ante el edificio y de la parte trasera salió un hombre bien vestido, con gafas, de unos 62 años pero muy bien conservado, aun con una mata de pelo canosa, peinada hacia atrás. Vestía un traje de corte impecable con la chaqueta cuadrada un poco antigua pero elegante.
-Ahí está el pollo – susurró para si nuestro hombre en Madrid.
Salió con disimulo pero con rapidez y tiró un par de fotos con una digital diminuta con una resolución desmedida. Luego, volvió al bar y pidió un café. Calculó que ese tipo de citas van para una o dos horas. No se equivocó. Poco después de una hora vio a los dos hombres salir, a Heliodoro Cortés y al mandamás de la Fundación Legía, (con acento en la i, para él ya sería una cuestión de lavandería de alta profesionalidad), Secundino García.
Cuando ambos hombres se metieron en el taxi y salieron a escape, Román Paracuellos, pagó la cuenta y se dirigió a la “lavandería” con resolución temeraria. El plan era sencillo. Pasar a las oficinas de la esa cosa, y preguntar directamente por Don Secundino García con un encargo y preguntar dónde lo podría encontrar porque era urgente. El encargo era de un dirigente del Partido Demócrata Liberal.
Y eso hizo:
-Buenos días, busco al señor García… – le dijo a un joven que hacía las veces de bedel y de vigía.
-Acaba de salir, pero si quiere hablar con su secretaria…
-¿Sabe dónde ha ido? Preguntó Paracuellos, instintivamente- Tengo un sobre par él…
-¿Un sobre? -el hombre pegó un respingo…
-No se apure, es una carta.
– Los miércoles por la mañana suele atender cuestiones con el Banco EuroBank, en la central, está al final de la Avenida, en una plaza… Pero si quiere insisto, hablo con su secretaria… o si lo prefiere me pude dar el sobre, quiero decir, la carta y yo se la doy…
-Gracias muy amable, pero debo dársela personalmente. ¿Sabe a qué hora volverá?
-No volverá. Los miércoles, luego de hacer gestiones almuerza con personas importantes…
-¿Sí? Pues estupendo, si me dice el nombre del Restaurante, lo mismo me paso y le entrego, el so… la carta…
-La Mandíbula…
-¿Cómo?- dijo Paracuellos echándose mano a la parte citada…
-La Mandíbula Batiente… así se llama el Restaurante… Está en la calle Princesa…
-¿Princesa Cristina?
-No, la calle Princesa sin más. ¿No es usted de Madrid?
-Déjelo era un chiste, ya sabe, «sobres», princesas, y tal como está el patio…
-Vaya, qué gracioso es usted
-Uno hace lo que puede. Bueno adiós.
-Vaya usted con Dios…
Poco después, nuestro hombre se decidió a darse un buen almuerzo en el Restaurante La Mandibula Batiente. Antes se pasó por el Hotel para vestirse en condiciones, con un traje beige, de verano, muy elegante, pero muy deportivo. Más que un pijo se parecía a Croquet de Corrupción en Miami. Pasó al restaurante y pidió una mesa.. Y cuando estaba pidiendo la carta, llegaron Secundino García, Heliodoro Cortés, otro chico joven que parecía un ejecutivo sin alma y una mujer morena despampanante…
[…] Capítulo 9 […]
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