«Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Mi pecado, mi alma. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viraje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo-li-ta.
Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita».
El comienzo de Lolita es, quizá, el mejor de toda la historia de la literatura. La pluma de Nabokov se desliza entre las palabras para construirnos un sendero de pétalos por el que nuestros sentidos se deslizan en busca de la perfección. Nunca el negro sobre blanco fue tan luminoso.
El éxito de una vida suele estar en el comienzo de la misma. No necesariamente, pero casi siempre. En la literatura y el cine, esas adornadas copias de la realidad, no ocurre lo mismo. Un buen principio no siempre es la promesa cumplida de un buen final.
Llegados hasta aquí y exprimido ya el preámbulo, deshago el triunvirato y me quedo con su parte más visual. Voy a pensar en voz alta sobre esos comienzos del celuloide que han quedado inmortalizados en nuestra atenta retina. Por lo menos en la mía. Sigamos.
Dicen que Sed de mal nos ofrece, junto con un título sugerente, el mejor comienzo de la historia del cine. Un plano secuencia de tres minutos realizado mediante un difícil travelling con grúa fija. Es muy bueno, sí, pero no me sugiere lo que Lolita. Con el comienzo de la bella ninfa me la juego con quien quiera. Con esta película, no. Me pasa un poco lo mismo con la calificación de Ciudadano Kane como una de las tres mejores películas del séptimo arte. No apuesto por ella. Pero esto es otra historia.
Tan lejos, tan cerca de Win Wenders es el paradigma de lo que Burke definió como lo sublime. Eso que supera nuestras capacidades cognoscitivas y trae temor al alma. Un temor impregnado de belleza. La imagen del ángel Cassiel en lo alto de la estatua de la Columna de la Victoria Berlinesa es la teoría de Burke hecha imagen. Impactante.
En El séptimo sello, un oscuro cielo y un mar agitado envuelven el marco en el que se produce una sobrecogedora conversación entre un caballero y el representante de la disolución… Esta comienza con la misma pregunta que haremos cuando ya no estemos aquí: «-¿Quién eres? – Soy la Muerte-. ¿Es que vienes a por mí? – Hace ya tiempo que camino a tu lado». Poco más hay que decir.
Vértigo es puro ritmo. La música de Hermann nos avisa de que el peligro ya tiene visado de entrada. Puede ocurrir cualquier cosa. Abrimos los ojos con la misma amplitud con la que lo haríamos si pasara delante de nosotros Scarlett Johansson, y James Stewart y la cámara nos mantienen ensimismados, como en una suerte de tozudo hechizo que solo la caída del policía es capaz de romper.
Terciopelo azul es, rompiendo el principio de contradicción, lo que no es. La inolvidable música de Bobby Vinton que da título a la película sirve de ornato a unas bonitas rosas, a un simpático vecino, a unas zigzagueantes amapolas, a unos agradables niños, a … Pero eso es el exterior. El interior, como nos muestra la cámara escarbando en el jardín, rara vez puede servir de metonimia. La superficie del ser humano suele discurrir por agradables autovías; mientras que el interior lo suele hacer por caminos torcidos y tortuosos.
Y ya para terminar con esta entrada que prometía más de lo que luego ha sido, hago patria y me voy a una de José Luis García, El crack. El comienzo de esta obra es cañí, como solo lo puede ser Genaro el de los 14. Ver sentado a Alfredo Landa, impasible, degustando su filete, mientras dos facinerosos intentan atracar el bar, no tiene precio. Solo un español tiene lo que hay que tener para hacer lo que hace el bueno de Germán Areta. Véanlo.
Y ustedes, ¿están de acuerdo? ¿Hay algún otro comienzo de película que debamos añadir?
Posdata: A veces un buen principio nos tiene engañados toda la película. Y es que, como dice el famoso adagio, no suele haber una segunda oportunidad para una primera impresión.
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Anoche soñé que volvía a Manderley…
Excelente artículo Campillo. En efecto, Romera, el comienzo de Rebecca es maravilloso; se puede ver en http://www.youtube.com/watch?v=gbatWOaEvmc
Ciertamente, compañeros. Excelente comienzo.
Un saludo.
«Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde…», en El amante, de Marguerite Duras y «Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados», en El amor en los tiempos del cólera. Me confieso incapaz de recordar comienzos de cine, sólo de novelas.
Muy bonitos, Carmen.
Un saludo.
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