Editorial de Miciudadreal.es.- Miciudadreal.es ha apoyado siempre, desde un compañerismo sin cortapisas, a todos y cada uno de los periodistas que han perdido su puesto de trabajo. Canal Noticias Continuo (CNC) y El Día de Castilla-La Mancha son los últimos medios de comunicación en sumarse a la escabechina laboral. Su descalabro económico deja en la estacada a dos periodistas en la provincia (y a cerca de cuarenta en la región) que engrosan las filas del centenar de informadores que han perdido su trabajo desde que comenzó la crisis. Vaya con ellos todo nuestro ánimo y apoyo.
En este contexto, la Asociación de Periodistas de Ciudad Real (APCR), en consonancia con la Federación de Periodistas de Castilla-La Mancha, se ha apresurado a condenar la desaparición de medios, a la que ha calificado como una “herida para la democracia», pero son este tipo de expresiones las que denotan cuán lejos estamos los periodistas de reaccionar ante los nuevos tiempos. En realidad, la desaparición de medios no es más que un proceso evolutivo: los grandes dinosaurios, que durante décadas engordaron a base de una dieta de follaje institucional, rica en propaganda, desfallecen ahora de inanición económica, precipitados en su particular abismo cretácico… Pero la vida sigue y los pequeños mamíferos como Miciudadreal.es, El Digital de Castilla-La Mancha, En Castilla-La Mancha, Diario de Castilla-La Mancha, El Crisol de Ciudad Real o, el recién nacido Ciudad Real Digital, por citar algunos ejemplos, colonizan un hábitat desértico al que les ha tocado adaptarse… o palmar.
A nuestro juicio, la desaparición de un medio de comunicación no supone, per se, una “herida para la democracia». La democracia se desangra cuando las empresas periodísticas y sus profesionales se convierten en instrumento de las instituciones, que los domestican cebando con pienso publicitario sus cuentas de resultados; o cuando los periodistas prostituyen su honestidad, voluntariamente o a causa de la extorsión, sibilina expresión de la explotación laboral.
Por otra parte, la APCR manifiesta que los profesionales damnificados son «víctimas de un modelo productivo actual que se está agotando», pero a la vez reclama a los dirigentes políticos de todo signo que “luchen por el mantenimiento de los medios de comunicación, y saquen, de una vez, una Ley de Publicidad Institucional que sirva para la supervivencia de todos ellos». Afirmación y exigencia que parten de la incongruencia. ¿Hasta qué punto las condiciones de vida para el enfermo son dignas haciendo crónica esta dolencia? ¿En qué términos se redactaría la Ley, a qué empresas beneficiaría y cuáles se quedarían fuera? ¿A qué clase de honorabilidad podemos apelar si decimos, voluntariamente, convivir con la necrosis? ¿Puede un Estado colectivizar a todos los medios de comunicación?
En ningún caso la publicidad institucional debería ser un medio para el sostenimiento artificial de empresas privadas de comunicación. En Castilla-La Mancha hemos asistido en el pasado a aberrantes campañas publicitarias por valor de millones de euros anuales a medios que sólo devolvían el eco del poder, y que ahora hacen mutis por el foro después de obtener pingües beneficios gracias al Gobierno regional. El papel de los poderes públicos en los medios de comunicación no hay que entenderlo como “ayuda”, sino como contraprestación de servicios. Las propias instituciones y órganos de la democracia pueden amortizar su inversión con más eficacia y credibilidad, y salir reforzados y dignificados, apostando por medios honestos e independientes.
El único fin del dinero público empleado en cuestiones publicitarias convendría que no tuviera más propósito que el de informar a los ciudadanos, algo que preferentemente debería incumbir a empresas sociales, como garantía frente al modelo viciado por el ladrillo y otros intereses espurios imperante hasta la fecha. Un sistema gangrenado en el que especuladores, sin ánimo alguno de defender los derechos y libertades ciudadanos en el ámbito de la información y la expresión de opinión, han pisoteado los derechos laborales y la dignidad laboral y profesional del gremio periodístico, recibiendo cientos de miles de euros a cambio de escribir al dictado de la administración de turno. No, el periodismo es una profesión que requiere arrojo y osadía, algo incompatible con el subsidio.
Tampoco es convincente el planteamiento de que el cierre de un medio de comunicación implique que tanto profesionales como ciudadanos pierdan un pequeño espacio para poder expresarse en libertad. No es cierto. En muchos de los medios que han cerrado hasta la fecha, ni los ciudadanos ni los periodistas pudieron expresarse con libertad. Y todos lo sabemos. Esa retahíla verbal no es más que retórica barata -la misma verborrea que emplea la clase política-, y una falacia socialmente asumida. Epitafio grotesco, bizarramente insolidario, que los periodistas regalamos, una vez tras otra, al compañero que se va a criar malvas al paro.
«Si no se reacciona a tiempo», asegura la APCR, «asistiremos al progresivo deterioro de los que han sido durante décadas los mejores altavoces de la realidad de nuestra provincia». La asociación de periodistas asume así que la procedencia de dicha “reacción” ha de ser exógena. Sin embargo, lo que el colectivo necesita con urgencia es una buena dosis de autocrítica. Enfrascadas siempre en el ¿espejismo? colegial y en la demonización del intrusismo laboral, es algo más que decepcionante la tibieza que manifiestan las asociaciones de la prensa, a través de mortecinos y lacónicos comunicados, ante una epidemia de despidos sin precedentes y la degradación sistemática de los derechos laborales de la profesión periodística.
Quizá sea el momento de abandonar los paliativos, de extirparse la docilidad y despegarse del paternalismo político. Quizá sea el momento de asumir una realidad que requiere contundencia y rotundidad en el argumento, solidaridad en los hechos y no tanto en la palabra, e intrepidez para entretejer relaciones económicas alternativas con la sociedad, erigiendo nuevas estructuras empresariales y laborales. Las adecuadas para garantizar un periodismo, de una vez por todas, honesto, independiente, y al servicio del ciudadano.
Editorial valiente, sincero y lleno de matices. A veces una siente que todavía queda gente honesta. Poca, eso sí, muy poca.
Si los políticos tuvieran el coraje de someterse a una catarsis como esta nos iría mucho mejor. Si los partidos exigiesen a sus políticos abrirse en canal para sacar toda la falacia que encierran sus mentes, tan alejadas de los problemas que aquejan a la sociedad, volveríamos a creer en ellos. Pero ni los políticos ni los aborregados que los sustentan están por la honestidad propia, sólo para exigirla a las siglas ajenas. Y es que verdad y política, hoy por hoy, son términos incompatibles y antitéticos.
Enhorabuena a miciudadreal por el editorial.
¿quien edita La Tribuna?
Desconfío de aquellos que intentan darnos lecciones, de los voceras de intereses ocultos o resentidos profesionales que se esconden en un léxico pseudointelectual que no hace más que alimentar su grandísimo ego, desconfío de aquellos que hablan de libertad y niegan la libertad de defenderse cuando se precisa contrastar información, desconfío de quienes manipulan los valores de aquellas buenas personas que les ceden su altavoz para que denuncien sin recelos injusticias y despropósitos y utilizan este altavoz para justiciar sin escrúpulos a diestro y siniestro, desconfío de aquellos que utilizan estos altavoces para denunciar que su profesión está influenciada por el poder político pero no hacen nada por cambiarlo salvo ladrar y desprestigiar a aquellos que se aglutinan en una asociación para defender con dignidad su profesión, desconfío de aquellos que aúllan solos porque no son capaces de formar equipo quizá porque su ego se lo impide.
¿Sabéis qué? Que esta desconfianza me genera estrés y que me paso al comic, ahí os quedáis, que la fuerza os acompañe.
La suerte es que no todos sois iguales.
Yo desconfío de los que se convierten en funcionarios y se ríen servilmente de las patochadas que dice el mandamás de turno en las ruedas de prensa, de los que son pregoneros del poder que les subvenciona, de los que no son veraces e imparciales y hasta publican fotos tendenciosas de los políticos que se encuentran en minoría, porque como esos nunca van a gobernar, pues sale gratis ningunearlos. Y desconfío, porque el desempleo es duro, lo sufro en mis carnes aun sin ser periodista, pero estoy en esta situación en gran parte porque mi estómago no me permite aguantar sonriendo a los jefes estúpidos.
Nadie da lecciones.Solo hay que recordar que por encima de todo hay un bien que no cotiza en bolsa y que se llama dignidad.
Yo también desconfío de los voceras de intereses ocultos por eso me fio de MICR
Sí, yo también me fió de MiCR pero no de todos los colaboradores, mi humilde opinión está fundada y por lo que tangencialmente conozco de este medio y personalmente a algunos de sus promotores, no solo me fío sino que reconozco su talento y admiro sus valores. Eso no me incapacita para hacer crítica ¿o es que no se puede? He firmado con mi nombre porque no tengo interés alguno que ocultar.
Desgracidamente para considerar la objetividad de un medio hay que saber quien lo paga o quien no le ejecuta las deudas.
Suscribo por entero tu artículo, cargado de razón y de justicia. ¿Dónde están los millones que se han llevado unos cuántos empresarios mediáticos por hacer dictados en vez de noticias? Mar G. Illán, directora de encastillalamancha.es.
No se puede ser más claro, más firme, ni más elegante. Suscribo desde la primera hasta la última palabra del Editorial.
Enhorabuena, compañeros.
Algunos ciudadanos soportamos hasta el hartazgo un periodismo que escribe al dictado de los poderosos. Ya está bien de periodistas/ funcionarios, que en muchos casos ni saben escribir, como la mayoría de los funcionarios.