Leía hace un rato en el facebook del concejal de cultura del Ayuntamiento de Ciudad Real, que un músico local pedía apoyo y oportunidades a los artistas locales para que puedan mostrar sus trabajos en condiciones dignas. En respuesta a éste y a otro irónico comentario, el concejal contestaba a los solicitantes diciéndoles que les iba a “enviar un privado”. Ya se sabe, esa forma íntima y secreta de conversar que permite facebook. Me ha parecido sintomático que en el ámbito abierto y público por excelencia, internet y facebook, se sigan replicando los mismos vicios crónicos que acusa la política cultural local en su versión en vivo, esto es, la toma de decisiones en privado sobre asuntos públicos. Es decir, la privatización del último recurso de la función democrática, que es la decisión política. Si en vivo las decisiones se toman en despachos privados, en el ámbito virtual ahora se toman en chats también privados. Y es que determinados hábitos o vicios políticos no los puede corregir la técnica, por muchos que sean sus recursos para no caer en ellos. Sería estupendo aprovechar las posibilidades de internet o de facebook para generar debate abierto, en público, sobre las problemáticas fundamentales de la cultura en ciudad real. Sin embargo, el único perfil relacionado con la concejalía de cultura es uno privado del propio concejal en el que lo personal y lo profesional se mezclan con una concienzuda y personalista tarea de difusión y gestión de eventos culturales municipales. Es decir, un espacio para la confusión donde el debate cultural de fondo tampoco es posible. Por desgracia, la participación ciudadana en materia cultural no tiene por ahora cabida en la concejalía de cultura, ni en la real ni en la virtual, ya sea en público o en privado.
En el fondo, es sintomática esta manera de hacer política cultural «en privado» y a salto de mata. Esa política cultural mendicante y pasiva que consiste en que uno, el ciudadano-creador, mendiga cosas, y el político simbólico atiende y cede siempre que lo mendigado no contravenga los principios estructurales e inmutables que le han sido dados por sus superiores y por la costumbre, pero que él no puede alterar ya que, como se describe, es político sólo en apariencia.
No voy a decir que esta manera no sea una forma de hacer política (la inacción o la acción pasiva también son formas de hacer política), pero no debemos pensar que la función exclusiva de una Concejalía de Cultura sea actuar como si se tratara de la obra social de una entidad financiera o de una organización benéfica. Esta función, aunque agradecible, es síntoma de que cuando no se puede o no se quiere hacer política de verdad sólo es posible hacer de gestor de eventos o de relaciones públicas.
Es sintomático el escaso nivel crítico de la ciudadanía ante los asuntos culturales, el alto nivel de paternalismo de los responsables públicos y la sumisión y docilidad de prácticamente la totalidad de los creadores.
Esa infinita generosidad con la que se agradece sin fin que un representante público ceda el uso de un espacio público, como si se tratara del comedor de su casa. Espacios públicos que sólo deberían aguardar a ser ocupados con contenidos autogestionados por los propios creadores.
También causa sorpresa la inconmensurable satisfacción con la que muchos advierten la presencia del concejal en la mayoría de los eventos programados por su propio departamento. Aparte de lo llamativo que es en sí esa necesidad del concejal de acudir a todo lo propio, como si su esfuerzo por ser un aplicado espectador cultural pudiera suplir los vacíos de su labor como político cultural. Sin embargo, esa pródiga asistencia es en sí tan innecesaria como sorprendente, sobre todo cuando su presencia es
exótica en otros rincones de la ciudad, donde la cultura no institucionalizada vibra con la misma o mayor espontaneidad.
Si la máxima aspiración de la ciudadanía y de los creadores es consumir cultura y poder exhibir su creatividad bastaría con contratar de forma fija a un gestor de contenidos culturales, o a un relaciones públicas, o dejar sin más actuar a quien dentro de la Concejalía de Cultura parece ser su concejal perpetua. Si es esto con lo que nos conformamos, si no aspiramos a otra cosa, podemos ahorrarnos el elemento simbólico y pseudopolítico que es el concejal de Cultura.
Y por último, es lamentable que cunda el silencio cuando se trata de exigir a esos responsables las que deberían ser tareas propias del cargo, sobre todo a estas alturas del siglo. En el ámbito de la acción cultural pública necesitamos, primero, política, y después gestión. Sin embargo, ahora el ciclo ni siquiera está invertido ya que la gestión ha doblegado a la política en un ciclo de inercia estéril que no lleva a ningún lado, nada más que a hacer lo posible por llenar la agenda cultural con muchas actividades, con la ingenua convicción de que una agenda llena de eventos es el resultado de una política cultural diligente y eficaz. A veces hay que abultar las agendas y los discursos para esconder la mediocridad política.
Lipovetsky sintetiza todo ello en el título de su magnífico libro… La era del vacío, con el que el concejal de Cultura ilustra una entrada de su facebook público-privado; política cultural del vacío, efectivamente, pero que mola mogollón.
Como ya te dije,como buen palo aguanto mi vela.Pero es que tela… Deseo tanto que el futuro de mis hijos no sea como mi presente…