Una nueva democracia

La democracia de partidos luce hoy una profunda herida. Eso es lo que a todas luces parece irrefutable a la vista de su estructura de hierro y de los curriculums financieros de los mismos.

Manuel ValeroDe todas las fallas, una sobresale con antipático rostro: los bancos, pademónium de este tiempo infernal han perdonado a todos ellos, desde la izquierda a la derecha y el semisótano, mientras destierran al asfalto al miserable hipotecado. De modo que si, por un lado, han contribuido generosamente a que las organizaciones que vertebran el sistema democrático tuvieran el riego necesario para hacer frente a la burocracia de partido y a la pomposa fanfarria electoral, por otro, han ocupado por deméritos propios el centro primordial de las iras populares como depositarios de un dinero que no les pertenece y de un dinero que no ponen a discurrir en los veneros sociales. Habría que añadir, los bancos y las empresas, que con sus óbolos han contribuido a que los partidos políticos no cayeran en bancarrota. Y así la necesidad de financiación ha sido garantizada por donantes y perdonantes, con lo cual que más que unos malvados avariciosos insondables, bancos y empresas, han sido los fisioterapéutas del sistema. Paradoja. Asistimos a un periodo crítico-en su acepción más positiva de cambio-que nos lleva a la necesidad de una profunda revisión de la democracia que surgió de las cenizas del franquismo para ponerla a tono casi 40 años después. Con el tiempo, los partidos han derivado hacia gigantescas estructuras de poder sin más finalidad que el poder mismo. No han sido el medio, han sido el fin. Debido a la crisis general que padecemos y que facilita comparativas emocionales de difícil asunción, el hecho de que todos ellos hayan activado procedimientos no demasiado claros, por no decir opacos y hasta delictivos, para captar dinero, ha cuajado en la opinión pública la necesidad de una puesta a punto del propio sistema. Ya no es la financiación regular o irregular, moral y amoral de las organizaciones políticas lo que está en juego, sino por elevación, la ley electoral. Cada tiempo tiene su guión y los que corren hoy entre legiones de parados, la corrupción y los síncopes controlados, nos abocan hacia una puesta a punto de un sistema que hoy hace más ruido que nueces. El presidente de Extremadura, popular para más señas, ha dado el primer paso. Bien es cierto que se soporta en el insólito bastón de Izquierda Unida, pero no deja de ser una encomiable iniciativa la que los populares extremeños y la izquierda ortodoxa han dado en pleno huracán. O tal vez por eso. Las listas abiertas son una demanda a voces y una mayor proporcionalidad que sobrepase la rigidez de la Ley D,Hont también. Pero cuestionar la existencia misma de los partidos políticos conlleva un riesgo que no conviene olvidar. Es el descrédito de su funcionamiento interno lo que se discute, no su existencia, es la disciplina-dictadura de un voto que debe sustentarse en la cociencia, no en la orden irrebatible del Grupo, es la opacidad de sus cuentas, es su concepción como empresa que ofrece puestos y cargos sin más mérito que el de la obediencia debida, es, en fin, el reto de convertirlos en instrumentos en manos de los electores con los canales inevitables de organización, y no en herramientas herméticas en manos del aparato. La ausencia de partidos lleva a la autoridad del espadón y la nueva religión asamblearia virtual inspira más inquietud que la garantía del fin de los tiempos convulsos merced a la bondad de la participación on line. Quizá me deje llevar por mi pulsión imaginativa pero no sería descabellado pensar en una futura dictadura de la red:.a la postre alguien manejaría los servidores

Una nueva Ley Electoral con todo lo que supondría para un nuevo tiempo democrático no es tampoco el bálsamo de Fierabrás para una convivencia más saludable y menos atormentada. La sociedad es la clave, el pueblo con toda su genética histórica heredada, es la clave. Porque al fin y al cabo, el menos malo de los sistemas, es emanación de los ciudadanos que representan. Y es aquí, donde, al menos el que suscribe, entra en fase de dubitación permanente. Somos asilvestrados y aún no nos hemos zafado de los viejos fantasmas. Estoy por aseverar que la clave, también, es la envidia y la insoportable condena de ver al contrario gestionar la cosa pública. Es decir, me asalta la duda de si constituimos una sociedad civil realista, actual, libre de los hilachos que nos ciñen al ensimismamiento ideológico y al pasado, del apasionamiento visceral que nos caracteriza, de si somos capaces de discutir sin demagogia y de mantener en común unos mínimos condicionantes de buena vecindad. Se trata de volver a creer en la democracia si somos capaces de actualizarla. Y de actualizar o enmendar de paso una nueva Constitución entristecida y mohosa. ¿Pero quien es capaz de apelar al consenso general en estos tiempos iracundos?

 

Una nueva democracia

Manuel Valero

La democracia de partidos luce hoy una profunda herida. Eso es lo que a todas luces parece irrefutable a la vista de su estructura de hierro y de los curriculums financieros de los mismos. De todas las fallas, una sobresale con antipático rostro: los bancos, pademónium de este tiempo infernal han perdonado a todos ellos, desde la izquierda a la derecha y el semisótano, mientras destierran al asfalto al miserable hipotecado. De modo que si, por un lado, han contribuido generosamente a que las organizaciones que vertebran el sistema democrático tuvieran el riego necesario para hacer frente a la burocracia de partido y a la pomposa fanfarria electoral, por otro, han ocupado por deméritos propios el centro primordial de las iras populares como depositarios de un dinero que no les pertenece y de un dinero que no ponen a discurrir en los veneros sociales. Habría que añadir, los bancos y las empresas, que con sus óbolos han contribuido a que los partidos políticos no cayeran en bancarrota. Y así la necesidad de financiación ha sido garantizada por donantes y perdonantes, con lo cual que más que unos malvados avariciosos insondables, bancos y empresas, han sido los fisioterapéutas del sistema. Paradoja. Asistimos a un periodo crítico-en su acepción más positiva de cambio-que nos lleva a la necesidad de una profunda revisión de la democracia que surgió de las cenizas del franquismo para ponerla a tono casi 40 años después. Con el tiempo, los partidos han derivado hacia gigantescas estructuras de poder sin más finalidad que el poder mismo. No han sido el medio, han sido el fin. Debido a la crisis general que padecemos y que facilita comparativas emocionales de difícil asunción, el hecho de que todos ellos hayan activado procedimientos no demasiado claros, por no decir opacos y hasta delictivos, para captar dinero, ha cuajado en la opinión pública la necesidad de una puesta a punto del propio sistema. Ya no es la financiación regular o irregular, moral y amoral de las organizaciones políticas lo que está en juego, sino por elevación, la ley electoral. Cada tiempo tiene su guión y los que corren hoy entre legiones de parados, la corrupción y los síncopes controlados, nos abocan hacia una puesta a punto de un sistema que hoy hace más ruido que nueces. El presidente de Extremadura, popular para más señas, ha dado el primer paso. Bien es cierto que se soporta en el insólito bastón de Izquierda Unida, pero no deja de ser una encomiable iniciativa la que los populares extremeños y la izquierda ortodoxa han dado en pleno huracán. O tal vez por eso. Las listas abiertas son una demanda a voces y una mayor proporcionalidad que sobrepase la rigidez de la Ley D,Hont también. Pero cuestionar la existencia misma de los partidos políticos conlleva un riesgo que no conviene olvidar. Es el descrédito de su funcionamiento interno lo que se discute, no su existencia, es la disciplina-dictadura de un voto que debe sustentarse en la cociencia, no en la orden irrebatible del Grupo, es la opacidad de sus cuentas, es su concepción como empresa que ofrece puestos y cargos sin más mérito que el de la obediencia debida, es, en fin, el reto de convertirlos en instrumentos en manos de los electores con los canales inevitables de organización, y no en herramientas herméticas en manos del aparato. La ausencia de partidos lleva a la autoridad del espadón y la nueva religión asamblearia virtual inspira más inquietud que la garantía del fin de los tiempos convulsos merced a la bondad de la participación on line. Quizá me deje llevar por mi pulsión imaginativa pero no sería descabellado pensar en una futura dictadura de la red:.a la postre alguien manejaría los servidores

Una nueva Ley Electoral con todo lo que supondría para un nuevo tiempo democrático no es tampoco el bálsamo de Fierabrás para una convivencia más saludable y menos atormentada. La sociedad es la clave, el pueblo con toda su genética histórica heredada, es la clave. Porque al fin y al cabo, el menos malo de los sistemas, es emanación de los ciudadanos que representan. Y es aquí, donde, al menos el que suscribe, entra en fase de dubitación permanente. Somos asilvestrados y aún no nos hemos zafado de los viejos fantasmas. Estoy por aseverar que la clave, también, es la envidia y la insoportable condena de ver al contrario gestionar la cosa pública. Es decir, me asalta la duda de si constituimos una sociedad civil realista, actual, libre de los hilachos que nos ciñen al ensimismamiento ideológico y al pasado, del apasionamiento visceral que nos caracteriza, de si somos capaces de discutir sin demagogia y de mantener en común unos mínimos condicionantes de buena vecindad. Se trata de volver a creer en la democracia si somos capaces de actualizarla. Y de actualizar o enmendar de paso una nueva Constitución entristecida y mohosa. ¿Pero quien es capaz de apelar al consenso general en estos tiempos iracundos?

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2 COMENTARIOS

  1. Tan intensos comentarios, deben de ser leídos dos veces, como nos proponen en el duplicado de hoy con Manuel Valero al frente. Por que a fín de cuentas, de lo que se trata es de ‘volver a nacer’. Pero ¿como se nace cuando uno ya anda crecido y descreído? ¿Es posible o es sólo un buen deseo?
    Son ya largos años de errores repetidos por instituciones y partidos, que inciaron primero el Desencanto de los 80, luego el Pasotismo de los 90 y ahora el Desahucio Civil del 2007 en adelante. Y así nos luece el pelo: leyes electorales a la medida, financiaciones de partidos políticos a la carta, instrumentalización de consejos televisivos,ocupación de Consejos de Cajas de Ahorros, desmovilización civil, banalización televisiva, reinado de lo individual, renuncia de lo colectivo y un largo etcétera que tumba y asusta. Y ahora cuando saltan los resortes…Je me souviens…

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