“Si es el pasado un tiempo de epopeya/
Es el presente luz de botiquín”.
Pere Gimferrer, ‘Los sentidos en paz con la memoria’
En una viñeta firmada semanas atrás por el El Roto, Andrés Rábago, no dejaba lugar a dudas sobre los tiempos confundidos y alterados, como en el poema de Gimferrer: de la epopeya al botiquín; de cierta grandeza pasada a un presente liviano e inane. Unos tiempos muy confundidos y muy alterados.
Y así una cara iluminada y orlada por la corona del santoral, nos advertía con pretensiones de certeza que ¿qué hacíamos viviendo en ‘un presente sin futuro’, pudiendo hacerlo, imaginativamente, en ‘un futuro sin presente’? Más allá del tono crítico empleado por el dibujante, para advertirnos sobre un presente plomizo y aplanado, lo que parecía llamativo y revelador era el juego de las temporalidades, deslizándose en los tiempos canónicos como un patinador sobre una pista de hielo a punto de derretirse.
Aunque bien cierto es, que ese juego de la modificación del curso del tiempo, lo de atrás delante, y su inversa, tiene un largo recorrido y mucha melancolía a las espaldas. Desde los tempranos trabajos historiográficos del Arte, de Giulio Carlo Argan, incluidos en ‘El pasado en el presente’ de 1977; hasta el equivalente y muy repetido, ‘La presencia del pasado’. Título que dio pie tanto a la Bienal de Arquitectura de Venecia de 1980, como al trabajo del biólogo Rupert Sheldrake de mediados de los 70.
También con ese nombre se incorporaron los trabajos de Carmen González de Tejo en 1990 y el más reciente del escritor mexicano Enrique Kreuze en 2005. Todos ellos manifiestan la pervivencia del pasado en el presente, desde cualquiera de las órbitas y manifestaciones citadas: plásticas, biológicas, políticas y culturales. Si el pasado se expresa en el presente, podremos concluir, por prolongación comparativa, que el presente se mostrará abiertamente en el futuro. Y en un ‘tour de force’, será el pasado mismo el que mostrará su rostro imprevisible e impenetrable, en ese impredecible futuro.
Esa pretensión de expresar la continuidad/discontinuidad de los tiempos y los movimientos mismos, ha dado lugar a juegos de palabras y a obras diversas, que expresan tanto esa continuidad del tiempo, como si fuera un fluido continuo y no compartimentable. Así en 1967 el grupo británico Moody Blues, que ya nos había inquietado con la ambivalencia de un tema como ‘Noches de blanco saten’, cuando bien sabíamos de las oscuridades nocturnas; daba salida a un álbum que denominaba misteriosamente y ambivalentemente, como ‘Days of future passed’. ‘Días del futuro pasado’, que omitía el puente del presente para pasar de una tacada del pasado perfecto, al futuro pluscuamperfecto. Como si el futuro mismo, fuera ya tanto o más pasado que el pasado mismo. O lo que el pintor Miquel Barceló manifiesta, que según “los últimos descubrimientos el pasado y el futuro son casi lo mismo”.
Ese mismo movimiento u otro parecido, era el verificado por el cineasta Robert Zemeckis con su película de 1985 ‘Regreso al futuro’, dándole la vuelta al título parecido de Jacques Tourner ‘Retorno al pasado’ de 1947, que contó con un título más redondo y evidente, como fuera ‘Out of the past’. Aunque por lo ya visto y mostrado por Tourner, ni siquiera esté garantizado el retorno al pasado, al haber desaparecido de nuestras vidas.
Al pasado no se regresa, ni siquiera a través del cine; sólo, y en el mejor de lo casos, se lo recuerda memoriosamente. Como nos mostró y contó Marcel Proust, buscando infatigable ese tiempo perdido. Qué esa cosa era y es el pasado: perdido y extraviado. Por más que se lo recuerde. O por más futuro que tenga en sus entrañas
Nada es lo mismo. Nada
permanece.
Menos
la Historia y la morcilla de mi tierra:
se hacen las dos con sangre, se repiten
Angel González «Glosas a Heráclito»
Excelente artículo. Como siempre, Sr. Rivero